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viernes, 27 de octubre de 2017

GRITO A LA EXISTENCIA


SEÑOR, cacé el sueño cuando todos ya soñaban , y ahora que estoy en pie me doy cuenta de que todos siguen durmiendo bajo la protección de su descanso.

Señor, me dirijo a tí, sin tener claro nada, ni siquiera de que existas. Me dirijo a ti como si fuera el último intento de abrazar el milagro y dar sentido así al devenir de un mundo quieto, en el que sólo me muevo yo , y en el que lo único que tiene sentido es entender que la existencia no tiene sentido.

Hace frío ahí afuera, señor. Hace frío y aún así me dispongo a ser absorbido por la oscuridad que precede al día. Moviéndome en círculos sobre un mar deshabitado en el que pronto se moverán ciento de almas, con la furia que da vivir un día más en la más estricta de las monotonías, que es la vida humana.

Señor, dime, ¿estás ahí?, se que grito al vacío, por si en el lo divino encontrase forma de ser sin ser.
Señor, ¿a qué se debe tanto silencio? Dios, ¿cómo respondes ante el ruido de un corazón que bombea preguntas?

Qué estoy haciendo aquí, Dios mio, qué estoy haciendo en un ciclo vital con fecha de caducidad.

¿De qué soy fruto?¿ Del amor, de la ignorancia, de la inocencia? No, no, Dios, No hay respuesta que alivie la corrupción de mi alma. Porque me he visto en vuelto en el circo de la vida sin estar guiado de la mano de los que me trajeron a este caos, donde me afano por encontrar motivos al sin sentido que impera los pasos que doy.

Señor, tanto si estás como si no, dame las respuestas que precisa el hombre para sacar a delante eso por lo que vive.
¿Cuáles son tus respuestas, Señor? No son besos, pues hace tiempo que mi boca no recibe un tsunami en forma de amor.
No son palabras, pues de mi boca no salen más que susurros que se pierden entre el ruido de la destrucción.

No son caricias, ni abrazos, ni siquiera una luz que indique una dirección que seguir, pues aquí los pasos son oscuros, y de mi boca solo sale el vaho como prueba de que estoy vivo.

¿Lo escuchas, señor? Es el grito de un chico que ansía vivir; que ama la vida tanto como para buscarle el sentido.
¿Lo escuchas? Se trata de un corazón que anhela encontrarte, Dios.
Dime, ¿Te llegan esos gritos? ¿Son claros y precisos? ¿o son un cúmulo de ruido amortiguado y sin coherencia?.
Dentro de mí retumba, tanto que hasta duele.


¿Soy fruto de mis padres? Decidme, vosotros que habitáis la tierra en carne y hueso. ¿Estoy pagando por vuestros pecados? Decidme si la herida de mi vacío es fruto de vuestros actos, hombre y mujer mudos; que no tenéis respuesta para tanta pregunta abisal.
¿Teméis la rabia del hijo? ¿Os avergüenza su incomprensión?
No tenéis palabras para la semilla plantada en la tierra.

Aquí afuera no encuentro los brazos del padre, ni los susurros de la madre.
Fuera, el silencio es plomizo; tanto que llega a pesar, tanto que, de una forma u otra te acompaña ante la falta de respuestas. Siendo el silencio la única respuesta recibida.  


¿Por qué no contestáis? Vosotros, que tenéis garganta y os paseáis ante mí como fantasmas que evitan ahondar en la llaga de la existencia, de la que sois responsables.

Me dejasteis al  principio de un camino de direcciones múltiples, sin ningún consejo sobre cómo y por dónde  avanzar; sabiendo que no se puede uno parar miro atrás de forma constante,  como si quisiera llevarme conmigo todas las partes asfaltadas del camino; haciéndome mayor mientras vivía en el pasado.

En algún momento desaparecisteis del camino, padres. ¿Elegisteis un camino diferente sin decírmelo? o, ¿Fui yo quien me perdí?
De repente caigo en el error, Señor. Mis padres no caminan juntos y, si viera desde arriba, como un águila, vería pasos aberrantes y sin sentido, algunos rápidos y largos; mientras que otros cortos, casi sin querer avanzar.

¿Vais a hacer algo? Creo que no.

Señor, ¿me he equivocado con mis padres? o, ¿ellos  conmigo? ¿Tienen alguna responsabilidad de mi devenir en el caos de la existencia? ¿Dónde estáis? Vosotros, los culpables de mi existencia, ¿dónde estáis? ¿Por qué no me guiáis ante semejante camino? Me habéis traído a la existencia sin instrucciones, alejado de todo mecanismo y dirección.
¿Dónde está el padre, Dios? 


Sigo caminando, Señor, con las manos en los bolsillos y la cabeza lejos de allí. Ni el frío despeja la mente del que camina sobre su propia vida, analizando de forma humana las decisiones tomadas para estar caminando sobre la misma esencia de la individualidad.

¿La compañía, señor? ¿Dices las mujeres? ¿Las que he creído amar, las que he querido o las que me hubiera gustado querer? Qué más  dará, señor.
Qué más da, si ninguna de ellas ha traído el consuelo a esta mente inquieta. Aunque, Señor, ¿es esta introversión latente en mí la que ha impedido el triunfo del amor?
Comienza así un leve martirio, casi universal, sobre si lo hice bien con las mujeres que caminaron junto a mí.

¿Era yo quien debía amoldarme a ellas? o ¿ellas a mí? Más bien, ninguna de las dos cosas. Yo no soy tan importante, Dios; nada en comparación con el amor de una mujer.

Un amor que no llega, pero ¿a quién le llega? ¿De verdad hay alguien que viva el amor en su forma más pura? ¿Se puede amar así a una mujer? Señor, ¿Yo podré amar así? Quererla tanto que mi individualidad se desvanezca. Amarla tanto que el existencialismo se aparte y sólo tenga como objetivo amarla, cada día más.
Me pregunto si no es más que una ilusión; algo que sólo existe en el arte. Y sé que mi vida no es una obra de arte, y que nadie atisba belleza en mis pasos.

Pero sigo adelante, pues no puedo hacer otra cosa. Aún miro hacia atrás, con las siluetas de las chicas que creí querer difuminándose y haciéndose más difícil de recordar, hasta que sólo quedan sombras sin nada dentro.
¿Llegará el día en que mire unos ojos de mujer, y sepa con exactitud que todo ha merecido la pena? Eso sí que es una mujer...
Silencio y nada más.

Recorro las calles en las que se atisba el deseo del calor del sol, que debe estar asomándose detrás de los edificios que impiden el encuentro directo con el astro.
Creo escuchar las risas de hombres a lo lejos. Hombres jóvenes que, como yo, han sabido encontrar en el otro la satisfacción de compartir los devenires de la rutina, rompiendo la monotonía en reuniones informales, charlas varoniles y risas que provienen de los más hondo de eso que llaman amistad.


Dios, si hay algo por lo que te tengo que dar las gracias es por los amigos, por el grupo en el que confío.
Es pequeño, señor, y creo que es mejor así. Pues si fueran muchos rebajaría la categoría de amigo al mero colega.

La verdad, no sé que piensan de mi. Ni siquiera sé si yo me muestro, ante ellos, tal y como soy. Espero que sí, Dios. Espero ser yo, y sólo yo, la voz que les habla, y no una mera careta carente de significado, desdibujada por el autoengaño.
Yo creo que sí, que entienden cómo soy, sino de seguro que no se juntarían conmigo. Yo creo que sí, señor, así como yo entiendo sus propias individualidades.

Puedo decir que los necesito, no del modo en que necesito el agua para vivir, sino que los necesito porque son la manera más fácil de quitarme el peso abrumador de la existencia y besar la felicidad.
Pues con ellos hay momentos en los que soy yo el que seduce a la felicidad, llegando a quedarse hipnotizada por la confianza que me dan.
Cuando estoy con ellos, en una perfecta armonía construida a base del tiempo que nos ha dado vivencias, confianza, respeto y cariño, la felicidad quiere yacer conmigo toda la noche. Quiere besar los labios del niño que ríe sin pensar en el caos que rige el mundo.
Quiere besar al chico que habita en la misma chispa de la creación vital; pura energía.


La gente debe de estar despertándose, Señor. Huelo a pan tostado y café recién hecho. Escucho duchas, radios y mis pupilas atisban las tenues luces amarillas de las lámparas de noche.
Soy espectador de la familia.
Eso perdido en el camino; eso carente ya de importancia; eso que rigió mi vida durante los primeros años: la familia.
Eso que ya no sabe dónde habito, ni hacia dónde voy; eso, Señor, que perdió el sentido con la pérdida del amor.

Pero, ¿qué he hecho yo para merecer una familia? y ¿qué han hecho ellos para merecerme? Nada, pero ellos no están en el frío de la mañana, sino que están despejándose con el calor de un café que desciende por su garganta, y que llena sus estómagos.

¿Cuándo perdí la importancia, Señor? Cuándo dejó la familia de ser algo a lo que acudir, a lo que respetar, e , incluso venerar?
El paso del tiempo desgasta hasta las columnas más robustas, dejando al descubierta la debilidad de su estructura.
Eso ha pasado en la familia, Señor, lo que siempre pasa queramos o no, el tiempo.
No podemos culparnos de su paso, pero sí del descuido que debilita y destroza tales monumentos.

Les he visto discutir entre ellos e insultarse a sus espaldas, ¿qué hago entonces? ¿Me río, asiento, discuto? Sigo andando, pues no me queda otra.

Ya empiezan a salir los primeros, esos que acompañan su viaje al trabajo con el frío de la mañana y las tenues luces de unas farolas calientes, que pronto dejarán de acompañarme.
Van solos, señor, pero no en su cabeza no cabe la angustia del caos.
Van solos, señor, pero no hay martirio, sino el leve problema de afrontar un día más, sin caer en la desesperación de juzgar la propia existencia.


Me pregunto si serán seres individuales. Seres que habiten dentro de sí más que fuera. Seres que, como yo, su vida sea más ancha por dentro y sólo la confianza te permita sacar a fuera el inmenso abanico de vida que llevan dentro.

Me pregunto, Dios, si esta individualidad mía no es sino el problema.
De que me ha servido ser un ser que sólo crea en la subjetividad individual.
Creo que me he zambullido tanto en la existencia que me estoy ahogando. Por más que intente salir de esas aguas, ellas me superan, sin dejarme tomar aire.


Esto mismo lo han sentido miles de hombres, que no obtuvieron respuesta, pues no hay preguntas ante la vida, sino la aceptación de un caos sin sentido.

Soren lo dijo así:
"Mi silencio cómplice , mi vida ha sido llevado hasta el extremo. Me asquea la existencia. Es insípida, sin sal ni sentido.
Uno clava el dedo en la tierra para percibir en qué país está, pero hunde el dedo en la existencia y no huele a nada.

¿Dónde estoy? ¿Qué quiere decir mundo? ¿Quién me ha introducido en todo esto y me ha dejado abandonado aquí? ¿Quién soy yo?"

Las mismas preguntas una y otra vez. ¿Quién soy yo, padre? Sino nada.
Un chico, que ya no lo es, sin ninguna capacidad productiva para el mundo en el que vivimos. Un chico sin guía, sin mujer y sin ambiciones, saltando de un estado a otro, e intentando creer que cada experiencia vivida es lo que da sentido al caos.
Al igual que los hombres me pregunto a quién debo acudir con esta reclamación.
Y muchos de ellos me preguntarán qué gano con todo esto. Otra pregunta sin respuesta. No lo puedo evitar. Si eso no responde a vuestras cuestiones, bienvenidos a la incomprensión.

El camino se antoja difícil de elegir. A mi derecha tengo las calles estrechas y antiguas que inundan el centro; a mi izquierda tengo la amplitud de las nuevas aceras que aún se ven limpias, puesto que las pisadas aún no han ennegrecido su superficie.
¿Qué elegir? Siempre la misma angustia de la libertad de elección.
¿Es esto libertad? ¡Cuánto me gustaría, Dios mío, abrazar el milagro y pensar que el futuro está más allá, y que siempre será mejor que todo lo terrenal!.


Aquí es donde se cruza el esfuerzo con los deseos, dejando postales hermosas de hombres de éxito. Pero también donde se ve la desgana, la mala suerte y los altibajos de la vida; mostrándonos a hombres fracasados, cuya ilusión se perdió sin saber cómo.
Voy directo a lo último, deseando encontrar una ilusión, un propósito por el que entender mi posición en el mundo y mi papel en él.

Un día más señor, con el sol iluminando mi cara. Un día más, pero que no te quepa duda que ansío vivir, pues busco la comprensión y el sentido, pues, como un iluso más, mantengo la esperanza .







2 comentarios:

  1. Gracias por compartir tu oracion, tu grito, donde tambien yo me veo reflejado.Tengo quizas el doble o mas de edad que tu y todavia tampoco se el motivo de mi existencia, ni cual es la razon de ser de mi vida y me temo que a estas alturas me conformare con aceptar que solo es la de existir siendo fiel a mi mismo y buscando la felicidad que a veces reside en las cosas mas simples.
    Hubo un tiempo que pense que la razon de mi vida iba a ser la paternidad, el engendrar otro ser al que dedicarle mi vida pero no ha sido asi y tambien pienso que menos mal, no porque no haya conseguido serlo sino porque seguramente lo habria hecho mal. Por tanto echare de menos ese sentimiento y esa sensacion porque estoy seguro que nadie puede comprender lo que es y se siente hasta que uno mismo es padre. Quizas cuando tu seas padre (no tengas prisa) comprenderas un poco mejor el amor profundo que seguramente los tuyos tienen por ti.
    Fdo.:Un gilipollas en rehabilitacion

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    1. muchas gracias por tu comentario. Es el mejor que han escrito en este blog; y es genial que hay más gente que se cuestiona las mismas cosas. Un abrazo

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