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domingo, 3 de septiembre de 2017

Llorando en los brazos del amor.


Tenía 17 años recién cumplidos, por lo que la primavera estaba en su apogeo y era normal tener la nariz goteando sobre las flores.
El sol aún no quemaba, pero los días eran cada vez más largos, recordando así que las noches largas acabaron.

Era sólo un chico, inexperto, que acudía a una cita oliendo a colonia barata y con un flequillo enlacado hacia arriba.
Con unas deportivas recién limpias, a base de frotar y frotar con toallitas para bebés; y unos vaqueros que aún conservo.
También podría encontrar en mi armario la camiseta que llevaba esa tarde. Marrón y con un mensaje en inglés, reivindicando el rock.

Por ese tiempo las camisetas me quedaban muy bien. Estaba más fuerte que ahora, debido a que acababa de descubrir los entrenamientos de fuerza y, en un chico adolescente, eso es algo que te come mucho la mente; además de que mis inquietudes intelectuales eran mucho menores y no dedicaba tiempo a escribir, contemplar o a quebrarme la cabeza. Es por eso que recuerdo con felicidad esta etapa.


Sí, el bachiller fue una buena etapa para mí. Tenía todo lo necesario para levantarme cada mañana con ganas de disfrutar de unos días que parecían no acabar nunca.
Los estudios me iban bien y me gustaban; humanidades fue una buena elección al final.
Los amigos eran buenos, muy buenos; y aprendí mucho de ellos, tanto que aún conservo a la mejor compañía de esos días.
También empecé a salir con una chica. Una de las que cuando te acuerdas de ella no puedes evitar decir: "Joder... que guapa era".

En una de esas primeras citas con esa chica se sitúa esta entrada. 
Ya sabéis, primavera de 2013, Granada. Todo correcto para pasar una agradable tarde junto a una chica que merecía la pena.
Dos chicos que creen estar enamorados y que aún piensan con alegría en un porvenir, en el que creen estar juntos.

Yo estaba en la puerta del parque, sin parar de moverme como de costumbre. Estaba nervioso, algo que con las citas se me fue quitando, hasta poder confesarle cosas bien personales, pues fue capaz de penetrar hasta esa esfera de la confidencialidad.

Sabes que le gustas a una chica cuando esta se arregla para una cita contigo. Siempre había pensado que no le hacía falta, pues era muy guapa sin ningún tipo de maquillaje, y su pelo siempre olía tan bien que no hacía falta que se perfumara, ya que este se vería enmascarado por el olor de sus castaños cabellos.



Fue en esos cabellos en los que intenté ocultarme, así como usarlos a forma de toalla para mi tormenta.
Estabamos hablando de lo que hablan los jóvenes, supongo. Hablaríamos del instituto, de otros chicos/as; de música, de cine... Sabiendo como era, seguro que hablamos de comida.

Ella hizo algo que se le daba muy bien. Puso un dedo sobre mis labios, para callarme sin decírmelo. Después me besó y yo no pude hacer otra cosa que caer sobre ella en un abrazo que pareció durar la primavera entera.
Agarrado a su cuerpo, como manda un buen abrazo, sentí una fulminante tristeza que desembocó en dolor y empezó a llover dentro de mí.

Ella no sintió primero las lágrimas sobre su cuello, sino que sus jugosas mejillas debieron sentir los movimientos intermitentes de mi respiración entrecortada.
De repente pareció nublarse sobre Granada, sobre ese parque en el que sabíamos que había más, pero en el que sólo se escuchaba al silencio que reina en medio de la contemplación de la tristeza.

"¿Qué haces tío? Aquí no, por favor." Eso me dije.
No pude evitar ser yo mismo. No pude evitar que mi interior floreciera esa tarde de primavera, y más cuando estaba siendo regada por eso a lo que llamaba amor.

Ella me empujó con suavidad la cabeza. Quería verme la cara. La cara de un chaval, que parecía indestructible, pero que era tan quebradizo como los conejos de chocolate que se suelen comer en esas fechas de Pascua.
"SHHHH, ¿Qué te pasa?". No sé si fue su dulzura, pero creo que el río de lágrimas aumentó en caudal mientras sus labios se movían y dibujaban cosas demasiado bonitas en mi cabeza.

"Yo...Yo no lo sé...No sé por qué... Yo te quiero...". 
No sé si escuchó las imperceptibles palabras, pero me secó las lágrimas con el dorso de sus manos, y mientras lo hacía yo le acaricié su cara, siguiendo un camino que desembocaba en su oreja, donde peiné su pelo detrás de esta.

"No creas que es malo. Sé que me quieres".
Dios, no tuve que dar explicaciones. Señor ella lo entendió, y creo que fue la primera en entender la sensibilidad que atenaza mi cuerpo y lo oprime de vez en cuando.

En el momento en el que me sentí comprendido, la presión que aplastaba mi pecho se desvaneció, hasta florecer de ella algo que debe de ser felicidad. Por ese instante supe lo que era ser feliz y, aunque mis lágrimas no se habían secado, quizás las últimas gotas tuvieran otra procedencia. 
Llorar de felicidad, chico eso es algo digno de recordar.

Aunque los días con esa chica terminasen, le debo esa compresión tan difícil de encontrar en otras personas y, espero, que ella también la encontrara en mí.
Sinceramente, no sé por qué lloré. Sólo sé que me ocurre a veces, que hay días en los que la banda sonora proviene de Sam Cooke y su "Sad Mood", pero sí sabía que la quería y que ella a mí.
Sabía que me comprendió en un momento incomprensible ,y eso no lo puede decir cualquiera.





1 comentario:

  1. No, no puede cualquiera. De toda la gente con la que nos encontramos en la vida, con la que yo me he encontrado al menos, no recuerdo quien me haya comprendido así, sin preguntas, sin extrañeza, tal vez ni yo misma.

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