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martes, 10 de octubre de 2017

El Derrame del tiempo IV: La entrada al mundo


Paradójico. Paradójico o absurdo, pero sólo cuando estoy quieto me doy cuenta de que el tiempo pasa... que en el lugar en el que estoy ya hubo alguien; y que el camino que me queda se hace, cada vez, más borroso a mis lentos ojos.

Con 10 años no piensas en el futuro, pues está lejano y la vista no te alcanza a divisarlo.
Con 16 ya lo tienes claro. Puedes tocarlo y sabes que tus decisiones te llevarán a la vida que proyectas en tu cabeza. Es curioso y un tanto cruel, pero en esos años estás convencido de que ese futuro, tan claro y definido en tu cabeza, será una realidad.

Ahora, en este instante en el que estoy quieto pero camino hacia los 22, me encuentro más perdido que nunca, habituado a pescar monstruos en mi propio mar,
Mis ilusiones, que a los 16 tenía grabadas a fuerza de felicidad, se han ido erosionando con la realidad, conformándome con sobrevivir día a día en un mundo que no es lo uno ni lo otro.

Volviendo atrás, en esa línea devastadora que es el tiempo, mi cuerpo estaba limpio, en bruto y sin tallar.
Mi mente, llena de básicos, ambicionaba comerse el mundo; y mis ilusiones, tan reales que podía olerlas, me llenaban de una energía inagotable, que a modo de combustible, permitía a mi corazón llevarme hasta los confines del mundo.


En algún momento de estos 6 años, entre los 16 y los 22, se me han abierto las puertas del mundo. Unas puertas firmes y bien engrasadas, que se cierran, para siempre, una vez las cruzas.

El corazón, con menos variaciones y virtuosismos, sigue latiendo, con lo que sientes tu cuerpo, más astillado, agrietado y oscuro; como manchado por las gotas del tiempo.
Las ilusiones, una vez rota la esfera que las contenía, se desbordan entre mis manos, y, por más que intento reternerlas, esas gotas caen en la tierra que las absorbe, dejando un rastro de lo que pudo haber sido y no fue, junto mis huellas.

En algún momento entré en el mundo. En algún momento entré en el mundo, y era cruel, y dolía el doble saber que no había retorno y que ante ti se expandía la realidad más completa: rabia, frustraciones, mediocridad... Pero también había sitio para la amistad, entendida más allá de la compañía.
También, en ese mundo en el que habitamos, había cierto reconocimiento inesperado, y sonrisas que provenían de la sinceridad.


Eso era la vida y eso será. Un torbellino gris y dorado de pasiones desbocadas y ríos de furia. Un lugar en el que la lengua se esparcía en conversaciones vacías y pseudointelectuales, pero que podía visitar a otras en infinitos bailes salivales, en los que encontrar una razón para callar tus oídos y abrir el tacto a lo sublime.

La vida está y estará regida por la aleatoriedad y la rutina; en constante apego y odio hacia tus sentimientos. La vida se empieza rigiendo por el orden, y acaba dominada por el caos del milagro, una vez vista la belleza.

La vida, inabarcable concepto para un término tan corto... tan afilado y tan suave. Tan bella y tan sórdida; difícil y fácil de formas dispares.

Sigo quieto, en medio de una vida, con dirección a ninguna parte, "like a rolling stone". Viendo a los demás avanzar por ella; lidiándo con el mar en el que están inmersos.
Movido por el tiempo, que me empuja con una fuerza que sólo la vida puede abarcar, intento lidiar en mi propia aventura. Luchando contra incontables seres. Saltando sobre el hastío, la vergüenza... siendo golpeado por la cobardía y la mediocridad, con un escudo de humor, amistad y sacrificio ; y con los restos del niño que fui en mi corazón como espada.



1 comentario:

  1. Siento dolor por lo que escribes. En esta entrada describes lo que ha sido el centro gravitatorio de mis pensamientos desde mis 18 hasta mis actuales 21. Me duele pensar que esto que expresas sea lo que sientes, aunque si lo haces con tal sinceridad, me temo que sí. Yo he recurrido al pensamiento lógico racional (que es el que me domina) y he conseguido convencerme de que la vida no es un océano en el que me ahogue continuamente, aunque sí un campo de batalla contra la mediocridad y el odio. Gracias, Ángel.

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