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martes, 24 de octubre de 2017

LOS OJOS


Desde antiguo se viene diciendo que los ojos son la ventana del alma y que, a través de ellos, el mundo se dibuja de forma individual para cada uno de nosotros.

Desde pequeño he estado orgulloso de mis ojos, a pesar de tener miopía y astigmatismo; teniéndolos que ocultar bajo diferentes gafas desde que tengo cinco o seis años.


Aún me veo acercándome a la pizarra, durante la realización de las primeras cuentas, para poder ver con claridad los números escritos con tiza en ella.

No sé qué les verán, pero a la gente les gusta. Van las chicas y dicen que son bonitos, que son verdes. No se dan cuenta de que son marrones como la castaña, pero mientras cuele verdes que son.
No son de un único color, están veteados por trazas que van desde el verde de un kiwi hasta el marrón de un roble.

Si llevas gafas desde que eras pequeñín, como es mi caso,  te habrá costado dejar esas monturas que tantos quebraderos de cabeza te han dado. Ya no eras el gordo de la clase, ahora también eras el gafotas.
Preguntadle a los chavales cabroncetes por qué debía de sacar buenas notas si llevaba gafas. Sí... gordo, con gafas, y encima con notas que elevarían a Bart Simpson a la categoría de buen estudiante.


Cuando eres pequeño te acaba sudando la polla todos los comentarios, ya que estás más pendiente del Mario Kart y de que no te saquen de la Senda Arcoiris.
Sin embargo, algo se produce con la llegada a la adolescencia, y no hablo de encerrarse en el baño con el ordenador (ahora los chicos lo tienen muy fácil con móviles con internet), no.
Hablo de que uno empieza un proceso de agilipollización, por el que te empiezas a cuestionar tu físico. Empiezas a juzgar el modo en que la naturaleza te ha formado, y crees que puedes dejar de ser feo con algún tipo de remedio mágico.



Uno de estos (falsos) trucos de magia es decir adiós a las gafas y afrontar la batalla con las lentes de contacto.
En esa guerra por el control de mis ojos, salí derrotado en las primeras batallas con más de una lágrima por escozor.

¡Qué difícil es ponerse esa mierdecita de nada en el ojo!
Aún recuerdo al oculista cagándose en mi vida: " ¡Pero, joder, niño, que no lo cierres te dijo! ¡No te toques, te he dicho que no te toques!"

Por aquel tiempo yo era un experto en tocarme otra cosa, pero con el tiempo cogí práctica y alcancé la maestría de ponerme la silicona en los ojos.

"Uiii qué cambiado estás" "Estás mucho mejor así" "Qué guapo".
Cabronas... Soy la misma puta persona que con gafas, podéis seguir tratándome como si no existiera.


El caso es que usaba tanto las lentillas, que la gente a la que conozco de unos pocos años ni siquiera sabía de mi historial como gafotas.
Creo que llegué a depender de ellas, sintiéndome inferior  y cohibido cuando salía con las gafas puestas.
Sí, pecaba de gilipollas, pero de gilipollas de libro. No sé, pero supongo que esto le pasa a mucha gente. Como si con lentillas te creciera la polla o algo así. Como si tuvieses un imán para el sexo opuesto... El resultado es el mismo: sigues solo pero con menos dinero, ya que las lentillas se pagan bien.


Este verano empecé a notar las primeras molestias, sobre todo en el ojo derecho, el que uso para guiñar y parecer más gilipollas.
Creía que era porque la lentilla se secaba demasiado rápido, pero al cambiar volvía a pasar lo mismo.

Más de un paseo se convirtió en tortura por el esa molestia.
Recuerdo una noche , a las tres de la mañana, volviendo a casa tras despedirme de un amigo... fue bizarro, veía a los colgados y borrachos como si estuviesen partidos por la mitad,y las luces de las farolas y los coches explotaban como fuegos artificiales.

También recuerdo que vi en casa de otro colega una película mientras la lentilla hacía de las suyas, sin embargo estaba tan embobado viendo como Asterix pasaba unas pruebas random que se me olvidó el dolor, hasta que en la pantalla apareció "FIN".


Hice lo máximo que me dio el intelecto; acudí a la óptica exigiendo lentillas diarias.
La mujer óptica (la que trabaja en la óptica, es que no sé cómo se dice), se empeñó en que debía realizarme una revisión.
Aún recuerdo mis palabras al salir de allí: "Cuidao con la tía esta, con lo fácil que es encasquetarme unas lentillas diarias y cobrarme por ellas".


Volví al día siguiente. "Buenas, aquí vuestra amiga se empeñó en que tengo que tener algo chungo y he venio para que se vea que no tengo na".
Tras una hora de pruebas ya estaba haciéndome a la idea de que no iba a poder ponerme lentillas en mucho tiempo.
Recuerdo cuando me vio el párpado, por dentro: "Pufff".
Ese "Pufff" fue un golpe seco a mi ego. De tanto ponerme las lentillas me había irritado tanto el párpado que su superficie ya no era lisa, y por ello rozaba la lentilla y la movía.


Dí las gracias, en especial a la mujer que se empeñó en que me hiciera una revisión.
Le tuve que decir algo como "Muchas gracias por insistir", pero por dentro estaba pensando: "Perdone por ser tan gilipollas y cagarme en usted. De ahora en adelante sólo me cagaré en mi vida. Si me disculpa, me está esperando en casa un bonito lazo con el que suicidarme".


Y es  que, empezó un duelo propio de mi imbecilidad. En el fondo sabía que era una gilipollez, pues todos los que conozco que lleven gafas, al menos, aparentan tener una vida bastante buena.
Recuerdo que dije a mi madre : "Foh ma, tres meses sin follar"; a lo que ella respondió en silencio: "Tres meses más, querrás decir".

El tiempo dio la razón al sentido común , y fui reconciliándome con las gafas.
"Te quedan bien" "Son muy chulas" "Te dan un toque intelectual (que no tienes)".

Tiene cojones, antes era un adefesio, pero ahora me quedan bien...
"Ya no tienes que abrir la boca para parecer listo" Vaya... gracias, supongo.

Llevar gafas y descansar de lentillas no iba a curarme el estropicio que me había hecho en el ojo, por lo que debía visitar a un oculista más temprano que tarde.
Así fue como acudí  para que me mandase un colorio o alguna mariconada de esas, y terminé saliendo cinco horas después, drogado, trastornado y más pálido que la Vírgen de las Angustias.

Confieso que los precedentes de mi visita no eran los óptimos.
Había salido con mis amigos la noche de antes y , tonto de mí, confié en mi gran capacidad para resistir el cansancio.
Serían las cuatro y media cuando me acosté y recuerdo que a las ocho y pico le estaba escribiendo un mensaje a uno de ellos: "Estoy más fresco que un pino de Asturias, si necesitas algo aquí estoy".
Vaya iluso, señores. A las pocas horas estaba que no podía respirar sin lamentarme de  mi propia existencia.


Yo quería pasar un viernes tranquilo, escuchando música de Sam Cooke, leyendo cómics y tomando café; pero me lo pasé sudando hielo, escupiendo el corazón por la boca y haciendo gala de un don único en cagarme en mi puta suerte.

Entré acompañado de mi madre a la consulta, donde un joven de larga barba me esperaba con una sonrisita que avisaba lo que estaba por venir.
"Dígame, que le pasa".
"Verá, acudía a la óptica, pues tenía molestias en el ojo derecho a la hora de estar con lentillas. Me vieron el párpado y"

"¡Mal, joder, mira que les he enviado cartas a las ópticas coño, que no pueden tocar los ojos!".
"Bueno ella lo hizo por mi"
"¿Quién es ella?"
"Es que le tengo mucho"
"Bueno, bueno , vamos a mirártelo".

Me lo miró y sí, realizó el mismo diagnóstico que la trabajadora de la óptica.
"Te voy a enviar unos colirios".
Yo ya estaba pensando en sacar el coche del parking, pero el hombre tenía que hacer muestras de su poderío medico.
" Ya que estás aquí te voy a revisar bien".

"Buno, venga, si hoy no tenía na pensao"

Lo primero el dibujo de la casita y, tras esto, las letras en la pizarra.
"Esto no te lo hacen en la óptica, porque no te pueden tocar los ojos. Que lo sepas, que no te los pueden tocar"
Lección aprendida, te pueden tocar los cojones pero los ojos no.
 Me echa colirio y se saca un maquinote  con una pequeña bolita terminada en punta.

"Esto no es nada"
"Tío, Ángel, este tío te ha metio una aguja en el ojo o qué cojones.
Vaya que si te la ha metio".

Claro, el tío no avisa, si lo hubiese salido le estampo el perforador ocular en los dientes.
"Hermano, que viene hacia el otro".
Tras eso coge, de forma drástica, el colirio y me empapa los ojos, que sentían un escozor propio de la violación recibida.

"Es normal que te impresiones".
Y tanto. Me empecé a marear. un sudor frío empezó a recorrerme la frente, y las fuerzas se me fueron, así como la vista.
Creo recordar las palabras del oftalmólogo antes de que me desmayase.

"Es un síncope vasovagal. Encaja con el perfil: varón gilipollas de entre 20 y 35 años".

Tras eso estaba en una silla de ruedas con suero entrándome por la vena más abultada que he visto.
Tras una hora y media en una camilla, rodeado de gente delirando, salí con las pupilas más dilatadas que una noche de desenfreno.


"Joder, mamá ¿dónde coño estás?". No sabía dónde estaba mi madre, y por más que la llamara y enviara mensajes ella no respondía. 
Yo preguntaba a los enfermeros, pero ni idea tenían.
Me estaba poniéndo nervioso, y más cuando escuche la respuesta del médico que me firmó el alta: "¿Estás seguro de que venías acompañado?"
Venga, puedo ser gilipollas, pero no estoy loco... creo.


Otra hora esperando a que el oftalmólogo hiciese acto de aparición.
"¡Oye dónde está mi madre, quiero irme !"
"Pero si todavía no hemos terminado, te tengo que recetar los medicamentos".
Sí, los medicamento que me podía haber recetado sin necesidad dejarme las pupilas como platos y la vena tapada por esparadrapo.
"A tu madre no le habrán dicho que has salido de urgencias. Ya sabes, un error típico".

Otra media hora para que el oftalmólogo regresase con mi madre.
"Hijo, no cogí el móvil, porque para qué lo iba a necesitar"
"Claro, mamá".
"Oye chico, te has puesto muy nervioso por lo de tu madre, te vamos a poner una cosa, espera un rato más a que venga el enfermero"
Tras un valium intravenoso pude salir, con los ojos negros y  tambaleándome del sueño.

Dejándo atrás la anécdota, creo que, poco a poco, me voy reconciliando con las gafas.
No sé, no me quedan tan mal; y me quito del rollazo de quitarme las lentillas al llegar a casa. Además, si no le gustan a los demás, qué más da, la vida va a seguir igual; y la salud de mis ojos es más importante que poder lucirlos sin cristales.

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