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miércoles, 19 de abril de 2017

CARTAS A UNA MADRE: FELIZ CUMPLEAÑOS


Mamá, es muy probable que no leas esto, pues se que no eres de las que pierden el tiempo leyendo a soñadores, que apenas saben lo que es la vida.
Lo que sí es probable es que dentro de unos días te uno de esos abrazos especiales. Ya sabes que abrazos tenemos la suerte de tenerlos casi a diario, pero te hablo de los abrazos especiales que nos transmiten algo más allá que un mero aprecio.
Al menos eso es lo que yo quiero transmitirte a ti. Un abrazo que te llene de seguridad ,y de certeza sobre cómo has ejercido de madre estos últimos 21 años.
Me diste uno de esos ma, hace poco, cuando cumplí otra vuelta al sol más. A ver si el mío es, al menos, la mitad de profundo. Si es así, habré transmitido con cariño lo que no sé expresar con palabras.

Mi mayor deseo má para ese día, es que lo disfrutes. Haz de ese día algo tuyo, algo que puedas moldear, estirar y machacar. Es tu día ma. no el de otros.
Has sacrificado mucho tiempo a favor de los demás, y yo tengo gran parte de la culpa de eso. No te vas a librar de que te recuerde momentos en los que fuiste la figura central de mi vida.

Deseo ,mamá, para todo esta nueva cifra que estrenas, es que sigas siendo el pilar fuerte que has sabido ser durante toda tu vida. Sí, aunque no te lo creas, yo te admiro. Mujer independiente, que gana pasta con un trabajo honrado, que además hace la vida que le llena... Madre mía lo que aún me queda por delante.

Quiero que este nuevo año para tí lo llenes de momentos dignos de ocupar un espacio en tu memoria.
En la mía hay muchos en los que eres protagonista. Actuaste bien. Ni la gran Vivian Leigh interpretando a Blanche Dubois llega a esas cotas de realismo, por el mero hecho de que te guiabas por el corazón. Por un instinto tan poderoso como es el amor.

Tuve que darte un buen susto cuando me partí las paletas en esa plaza roja con tres años.
Curiosa tuvo que ser ver tu cara cuando el dentista dijo que iba a necesitar aparato. Sí de esos que valen un ojito de la cara.
Recuerdo algunas tardes en casa de la abuela, cuando , de forma automática, uníamos el almuerzo con la merienda. De los garbanzos con el telediario pasábamos a las galletas príncipe con "amar en tiempos revueltos".
Ahora se me antojan como épicos esos momentos en los que intentabas, con la mejor intención, ayudarme con los deberes de inglés, y acabábamos metiendo el mismo verbo tres veces en una frase.

Mítica, mamá, fue ese ataque de cólera que tuviste , tras una pelea que tuvimos mi hermana y yo, cagándote en nuestra vida y grtándo "¿¡¡¡DÓNDE COÑO ESTÁ MI BOLSO?!!!!!!. Fue una putada en su momento, ma, pero ahora mola recordarlo.
Lo que no recuerdo con tanta alegría fue cuando empezaste a retomar el coche. Habías aprendido a conducir ,pero pa no te dejaba el carro por si jodías el cambio de marchas. Y ahí me recuerdo yo, suplicando a Dios que pudieses meter el coche en ese maldito hueco de la cochera. Puff al menos lo metiste, tras un boyo en la puerta izquierda, y dos litros de lágrimas. Hoy má, ahora eres la Michael Schumacher , ojalá condujese la mirad de bien que tú.

Y no hablemos má de tu saber estar ante todas las cosas que he roto. Porque he roto un montón: la cámara esa, dos batidoras, cuando jodí el retrovisor, cuando dejé morada la pantalla de la tele por jugar con imanes...Y cómo olvidar cuando pinchamos una rueda, en pleno polígono ,a las nueve de la noche en Diciembre, porque me estaba creyendo el Fernando Alonso del Almanjáyar ,y la cagué pero bien.
También fue grandioso el día en el que tuve mi primera polución nocturna, y fui a verte con la cara pálida. Te dije "Ma, me ha pasao algo muy muy chungo" Y , tú, me dijiste que no pasaba nada, que era normal. (¡Pero como va a ser eso normal!!!, puf debe de ser como cuando una chica tiene su primera regla, aunque lo segundo quizás sea más hardcore).

Mamá, si te das cuenta, he creado en tu memoria un espacio, considerable, de malos momentos. Las cagadas de este gilipollas son memorables.
Pero muchas gracias por estar ahí, má. Te he hecho pasar malos ratos, pero has sabido superarlos. Has estado ahí para apoyarme en todas las cagadas importantes que he cometido. Y Dios sabe que estarás en las venideras.
Como cuando me acompañaste al juzgado por esa movida tan imbécil, de la que podías haber pasado. O como cuando mando a la mierda al resto de la familia , en tres de cuatro comidas, y luego tu pones las cosas en su sitio. ¡Si ni siquiera me criticaste cuando elegí los estudios! Aunque creo que exageras un poco con lo de tener estudios superiores ,ma, pero tu sabes más que yo en eso.

Los momentos malos ocupan una buena parcela de tu memoria, pero los buenos la eclipsan. Al menos eso me pasa a mí. Los buenos superan, en una proporción 100:1, a los malos, en esta batalla por el territorio de tus recuerdos.

Y ahí estamos los dos, yo con dos años, chupándome el dedo y enrollando mi meñique en tu pelo, oscuro, suave y brillante.
Ahí estamos los dos, sentados en una esterilla sobre la arena, contemplando el horizonte y el mar que lo acompaña.
Ahí estás tú, batallando contra una enfermedad, cruel e injusta como todas, dándolo todo.
Yo estaba, sin idea de que hacer. Sin idea de cómo ser tu escudero esa batalla, y con el mero hecho de estar ahí como medicina para tí.

Momentos buenos como los viajes a lugares que nunca llegamos en pensar a ver. Nos recuerdo en Sintra, en palacios de cuento. Nos recuerdo en Brujas, perdidos por unos canales limpios. Nos recuerdo en Bonn, admirando la casa de un sordo y resguardandonos de la lluvia en soportales.

Santander, verano de dos mil x, me recuerdo cagándome en mi suerte por habernos perdido, me recuerdo ser una máquina de quejarse. Tu dijiste "tranquilo, todo se soluciona", y en diez minutos estábamos poniéndonos puos en un restaurante chino del centro, con una sonrisa de enorme felicidad.

Aunque no lo quisiera, has estado siempre ahí, en cualquier etapa o momento. Has estado aunque fuese en las sombras, como una buena espía. Has sido la única testigo de los múltiples fracasos, y pocos logros que este que escribe cometió.
 Y me has hecho caer en la cuenta de que muchas cosas las hago por tí. Los atracones de estudiar los hago para no decepcionarte . los... bueno, es verdad, no ingreso ni un céntimo en el cerdito familiar, y eso es algo que me hace sentir ,un tanto, inútil. Pero tu dices que es mi momento para formarme. Dices que disfrute ahora, porque después voy a tener que trabajar duro para salir adelante. Gracias por eso ma. por hacerme ver que la vida no es fácil, y aún así hacerla fácil. Enseñarme un camino noble y correcto para esto que es la vida.
Es curioso, ma, la vida. Woody Allen lo expone muy bien en esa genial película que es Annie Hall: "la vida esta llena de tristeza y desgracias, pero a la vez se acaba demasiado deprisa". Y tu eres uno de los motivos por los que se puede encontrar algo bueno en este camino empedrado. Eres como los campos bases de las altas montañas. Como el permiso para visitar a tus amigos durante una guerra, mientras el resto sigue sumergido en un mar de balas y ceniza.

¿Ves que me extiendo ,ma?  Eso es porque este tema me apasiona. Y  este tema eres tú.
Ahora mismo pensarás que soy un exagerado. Pensarás que para nada eres destacable. Pero no creas que la visión de los demás difiere de la mía. Estás rodeada de gente que te admira y que te quiere.
Ojalá yo tuviese tanta gente al rededor. Pero tú te la has ganado, yo no.
Te has ganado momentos en tu memoria llenos de personas que te quisieron, te quieren y querrán. Eso no es algo que puedan decir todos. Tu has sabido dar amor y has sabido recibirlo. Has sembrado y has recogido.
Mamá, tú dejarás huella en la memoria de los demás, no solo de la mía. La gente, a la que has dado el privilegio de conocerte. tendrá un buen recuerdo de tí. Les das la oportunidad de que te conozcan, y no todos los días se conoce a alguien como tú.

A los que no quisieron conocerte o te hicieron algún daño, que les jodan. Tu has creado algo de valor desde tu propio esfuerzo. A los que no te apreciaron en su momento, cuando yo no era más una de muchas posibilidades, sólo les mandaría esta carta, y que juzgasen por ellos mismos. Les mandaría mil y un ejemplos de tu dedicación a los demás, y las muestras de cariño que recibes. Eres uno de esos héroes anónimos, que habitan entre la masa de mediocridad de la que formo parte.

Lo más importante de esto, es que todo lo que tienes, el cariño de los demás, el trabajo, tu familia, tus amigos, tus aficiones, y todos tus logros,  se deben a tu esfuerzo, sacrificio y a tu corazón.

En fin, no quiero extenderme más, quizás esto nunca lo leas ( y quería hacerlo corto). Si es así, feliz cumpleaños.


viernes, 14 de abril de 2017

ROSETTA


Escribir supone sacarte el corazón y dejarlo a la vista de todos. Supone encarar la vergüenza de que tus palabras permanezcan ,y sean reproducidas ante la vista de los demás.
Escribir es un acto de fé. Te lanzas a ello y te martirizas encontrando el modo de comunicar eso que con tu boca no puedes. Supone acercarte a la perfección comunicativa.
Supone aprender, ver como tus límites se estiran hasta horizontes que nunca imaginarías.
Es convertirte en el padre de algo. Guardar lo que el viento se llevaría de la memoria, el sonido echo caracteres cuneiformes. 
Es hacer magia con lo que te invade cada día. Elevar lo cotidiano a la categoría de sublime.
Es arte. Es coger el cincel del escultor, el pincel del pintor, y el piano del músico.
Mostrarte al mundo en tu dimensión más íntima. Desnudo pero con las ideas claras.
Escribir es mucho y muy grande.

Tengo la mala costumbre de hablar mal. Tengo la incapacidad de poder expresarme como quisiera con mi propia lengua. Me trabo. En ocasiones no termino las frases. Mis oraciones muchas veces no llevan a nada. Me piden que repita. Que no me han entendido. "Más alto", "Más despacio"...
Mi voz suena grave y rocosa. Penetra en los oídos de la gente y no los acaricia, sino que los reta a un duelo comprensivo.

Mis declaraciones de amor son vagas, llenas de un sentimiento fuerte que se debió perder en algún lugar de mi boca y tu oído. Mis confesiones no son atractivas. No me lanzan sin paracaídas desde lo alto de un precipicio. Las construcciones de máxima emoción, las exclamaciones, las dudas, los deseos, los miles y miles de páginas que no harían mérito a mi interior se ven destinadas a simples monosílabos ,y palabras llanas ,tediosas.  "no sé" si ¿no? ya ves, ya veh aeh, lavín q frío.

Ese " chica no te preocupes por no ser como las demás. Tú eres extraordinaria. Te elevas sobre ellas y dejas ver toda la belleza que desprenden tus ideas, tus deseos y tu sonrisa" se ve abocado al doloroso paso por mi lengua, transformándose en un "No te rayes".

La consecuencia es un notable descenso en mi capacidad para transmitir al mundo todo lo que soy y puedo llegar a ser. La consecuencia es una frustración, de grandes dimensiones, que me lleva a la incomprensión de los demás, y a todo lo que ello conlleva. Pero no sólo de voz vive el hombre.

Nadie sabe cuándo exactamente, pero sí que fue hace miles de años, que un grupo de personas, obligadas a dejar constancia de lo dicho, lo escribió.
Ya sea con caracteres cuneiformes, con dibujos de pájaro o con cualquier otro signo, se encontró una nueva manera de comunicarse, que vino de perlas para los introvertidos.

La escritura nos ha facilitado la vida a esos tímidos de carácter reservado, que observan mucho y hablan poco. 
A algunos a los que el don de la palabra no les fue dado, encontraron en la escritura la redención de ser esclavo de la incomprensión de los demás.
La palabra nos dio el arma ,y la escritura nos enseñó a usarla. A usarla bien
Los que sabían escribir eran importantes. Tenían un seguro de vida en sus manos... que lejos queda eso.

La escritura me sirve como un intento de puente que conecta mi ser con el resto de seres, que se aglomeran ahí afuera, donde mis palabras se esfuman y disipan, como el humo de un cigarrillo que se consume lentamente.
Lo escrito viste a mi palabra. Le pone un traje, a veces elegante, otras agresivo. Le da forma y firmeza. Le llena de seguridad y la hace capaz de todo. Mi tinta penetra donde mi palabra ni si quiera llega. Mis trazos, algo irregulares, en cursiva, trazan una mente que vaga en un mar de infinitos pensamientos.
Es el camino para llegar a tí.

Quizá por eso me guste tanto el resto de artes donde la voz es un actor secundario. Quizá por eso me atraiga tanto las imágenes en movimiento del celuloide; la suavidad del mármol, y los pegotes de óleo en los cuadros.
 Todo esto son armas, herramientas, con las que llegar a los demás

sábado, 8 de abril de 2017

CARTAS A UNA MADRE: SÍSIFO


Hey ma,  escribo esto porque me siento obligado a ello. No sé si tú lo habrás sentido alguna vez, supongo que sí, ya tienes una edad mamá.
Más de una vez me has visto en la montaña rusa de las emociones. De como el pequeño ángel se ve envuelto en cúspides de ilusiones, y en lo más profundo de los vacíos. Siempre me has escuchado hablando sobre un nuevo tema: me has visto como profesor de antropología, como psicólogo aficionado, como entrenador personal... todo sin un título, sólo con la experiencia y lo estudiado por mi cuenta como aval.

Siempre he sentido que es necesario dar un paso más. Ahí mamá, residen gran parte de las curvas y loopings de esta enigmática atracción.
Nunca he sabido conformarme con algo, siempre aparecía algo nuevo, o no era suficiente.
"No lo necesitas" .
Tienes razón. La base de la montaña debe ser sencilla: Amor y respeto. ¡Pero que atractivas son las zonas altas! Ahí donde cada paso es un reto. Donde hundes tus botas en la nieve con tal de estar más cerca de lo que ansías.
Cuando ya la tienes ahí mamá, cuando casi puedes acariciar la cima con tus dedos y verla con tus propios ojos, no con los ojos de los sueños... Es el momento,mamá, cuando el mito entra en juego. La gran mole de piedra vuelve a bajar, con una fuerza y velocidad que deja todo lo logrado en pañales.

 Parece que los dioses se mofan de mí. Toca bajar. Bajar de nuevo a la base y coger una mole igual de grande y empujarla hacia la cima.
"Quieto, la base de la montaña es tranquila. En la base hay amor, y los prados son fértiles. En la base, donde es imposible morir de frío, lo hay todo para tener un vida buena. La base es el pilar de tu vida hijo, cuídala".
De nuevo volviendo a Grecia. Volviendo a las advertencias de Tetis a su hijo Aquiles. La gloria eterna o la vida larga y placentera. Pero mamá, yo no soy Aquiles. Estoy lejos del Olimpo y de toda fuerza del destino. No tengo mirmidones que me apoyen.

El castigo de Sísifo no está claro. Albert Camus consideraba a Sísifo personificando el absurdo de la vida humana, pero Camus concluye que «uno debe imaginar a Sísifo feliz», como «la lucha de sí mismo hacia las alturas es suficiente para llenar el corazón del hombre». Te equivocas, argelino. Sólo será feliz si consigue llegar a la cima, pero nunca podrá.
Mamá es esto ,¿verdad? Nunca seré feliz si sigo empujando piedras que se me caen. Nunca seré feliz si abarco rocas que se escurren entre mis manos, mientras te observo en la llanura del prado. Viviendo.
Otros siguen subiendo. Sudan, pero su esfuerzo se ve recompensado con la llegada a la cima. Los hay que se han quedado a medio camino, y han preferido quedarse ahí, en ese campamento base a mitad de la gloria y la vida plácida.

Aggg!!! má, la felicidad no es ser. Tu misma lo dices. La felicidad es estar. Igual que se puede estar contento, alegre,enfadado, se puede estar feliz. No puedo ser contento, o ser triste. Y para ello hay que propiciar esos momentos. Hacer que ocurran esos estados.
¿elevar la roca me hace estar feliz? Elevar la roca me forma, me hace sentir útil, me da algo en lo que trabajar..., pero se cae mamá, la roca pesa mucho para mí. ¿No valgo para esa roca?¿No me lo he tomado enserio? Y de nuevo, las desilusiones acuden a mí como fantasmas invisibles, pero que se sienten.

¿Debo seguir en la montaña? ¿Cuido la llanura? ¿Acaso no se pueden las dos cosas?
A tí te fue bien allí abajo, pero yo no soy como tú.
Ojalá supiera apreciar lo simple, conformarme con el camino establecido. Pero ya sabes que lo "normal" nunca me ha atraído.

No sé cuanto tiempo seguiré empujando rocas. Pero sí sé que volveré a la base, tras fracasar de nuevo, y espero que tu estés ahí abajo para seguir dándome apoyo.


viernes, 7 de abril de 2017

RELATOS DESECHADOS 1:PALABRAS DESDE EL TÚNEL

PALABRAS DESDE EL TÚNEL

Por:Ángel Cuesta
3- Enero-1915

Papá, quizá te sorprenda que use un apelativo tan pueril, pero no puedo evitar sentirme como un niño en medio de padres y maestros.

Espero no incomodarte llamándote de tu, pues supongo que hay cosas más importantes por las que preocuparse ahora.
Ya han pasado dos días desde Año Nuevo, y no puedo evitar así los recuerdos que me traen estas fechas.
Adivino que, si queda algo de rutina en este mundo, Irene habrá vuelto a la capital para seguir con su trabajo. Quizá no sea gran cosa, pero estoy seguro de que llegará lejos. Siempre ha sido la más lista de la familia.

Los días pasan y las horas de estos se me hacen eternas. Tendrías que verme la cara, sólo han pasado cuatro meses y, al mirarme en el espejo de bolsillo que me regalaste, creo que podría pasar como algún hermano pequeño tuyo. Aunque esto no es fácil de decir, puesto que restos de metralla y la acción de la grava al tener que arrastrarme casi a diario, han rallado parte de la superficie y su borde metálico se ha oxidado, cogiendo así un tono entre verde y marrón.

Me hubiese gustado despedirme de tí. Saber algo de mi padre antes de partir. Al menos tener una última imagen tuya. Espero que estés bien papá

Por cierto, ¿sabes algo de Mamá? No me gustó la forma en que me fui de su lado. Si la ves dile que la quiero. Cuida de ella ahora que no estoy.

Tu hijo que te quiere
Ángel



La tinta, que con irregular caligrafía había plasmado las inquietudes de ese chico, se difuminaba despacio y en silencio por la acción de la incipiente lluvia.

Se llevó el valioso papel al bolsillo de derecho de su raído pantalón, y tras eso sus manos al calor de su aliento.
La ironía había querido que el frío y la humedad agrietaran esas, antaño delicadas manos, que ahora dejaban ver pequeñas heridas en la zona de los nudillos y de los laterales de las falanges.

Alzó la cabeza hacia el gris y oscuro cielo, para contemplar así el vaho que, desde su boca, se elevaba hasta el firmamento.




6-Enero-191

Irene, hermana, he podido hacerme con más cuartillas y un nuevo lapicero al que puedo sacar punta con la hoja de la bayoneta. Podré escribirte más a menudo.
Las conseguí a cambio de ayudar a redactar la correspondencia de un joven, que viene de Lille. Este acababa de conocer a una chica justo un mes antes de tener que partir al frente.
No se le dan bien las palabras, y aún menos expresar sus sentimientos. Pero este chico rubio, de brazos y piernas delgadas y largas, la quiere de verdad. Lo sé solo con la energía que muestra tener cuando escribimos las cartas a la chica.
Tendrías que ver lo feliz que está cada vez que termina de leer lo que escribo. Firmamos con el nombre de Chocolat. No me preguntes por qué, pero aquí todos le llamamos así y nadie sabe su verdadero nombre.

Hermana, que esta época es diferente es innegable, pues tal día como hoy, hace años, nos dábamos regalos de forma muta. Disfrutábamos de las últimas horas de vacaciones antes de volver a la rutina. Tu, por lista y trabajadora, a la Universidad. Yo, por obligación al instituto.
Algo ha cambiado, pues esa rutina a la que tanto renunciaba, se aparece ante mí como un manjar tan delicioso como imposible. No me daba cuenta pero, ¡Qué felices eran esos días en la seguridad de lo cotidiano!

¿Te acuerdas cuando visitábamos a la abuela por la Epifanía? Hacía los mejores regalos y nunca faltaba su caja repleta de bombones de almendra y avellanas, muy bien ordenados.
La tristeza que me produjo su pérdida, ha cambiado a la tranquilidad que me da saber que no ha vivido cómo para saber de este horror. Que no llegó a saber que, su muy querido nieto, pasaría la fría navidad helándose en el infierno.

Quizá te sorprenda, pero es posible que seas la persona a la que más echo de menos, a pesar de nuestras diferencias. Supongo que con el tiempo he cogido cariño a esa chica de cara redonda a la que llamaba Hermana. Supongo que las peleas de niños evolucionaron a la preocupación mutua del bienestar del uno por el otro.

Cuídate mucho, Irene. Siento no poder regalarte nada este año. Dios quiera que sí el que viene.

Ángel


El sol acababa de despuntar por el este, justo por donde se suponía que estaban las líneas enemigas.
Ángel, que gustaba de escribir al aire libre, volvió al barracón Nº 12 de esa enorme trinchera. En sus más de quince kilómetros (dividida por secciones), en torno a 6000 hombres convivían en el barro, junto con los piojos; la lluvia y el miedo.

El joven entró tiritando en el, no más caliente barracón, dejando tras de sí un rastro de nieve y tierra.
En el barracón, formado por 20 literas, una mesa baja y dos candiles, los hombres poseían entre sus manos un pequeño tesoro. Georges R, el hombre más pillo que Ángel había conocido, se las había arreglado para hacerse con ocho tabletas de chocolate, que los hambrientos hombres no tardaron en aprovechar. Con los pocos litros de leche fresca que quedaban en una lechera, de la que Georges se hacía cargo, y el calor de los candiles, hicieron chocolate caliente para cada uno.
Este era el único regalo que esos hombres de mirada vacía recibirían esas fiestas. El día de la Epifanía sabría un poco más dulce gracias a la astucia de ese treintañero de ascendencia belga.

Georges acudió a abrazar a Ángel a toda prisa, sin derramar una sola gota de ese dulce e intenso brebaje. Se lo ofreció con una sonrisa, pues entre los dos se había creado una relación basada en la admiración mutua. Ángel admiraba al bigotudo belga por su capacidad como hombre de recursos, y Georges admiraba a ese joven de ojos verdosos y labios rosados por la valentía mostrada en cada paso que le acercaba al enemigo.

No era el regalo deseado por estos hombres, pero las risas que provocó, entre los hombres, el bigote de chocolate con leche sobre los labios del enamorado Chocolat no tenían precio, y menos esos días.




15-Enero-1915

Pierre, amigo. Te escribo ahora y no antes, pues supongo que las ganas que tenías de venir al frente habrán desaparecido. Te llegarán noticias que no creerás, pero amigo, todo es hiperbólico y real en esta guerra.
Recuerdo, como si fuera ayer, tu rabia al no ser aceptado en el alistamiento voluntario, debido a tus problemas de visión. Creeme que daría lo que fuera por tener tus ojos, y no poder ver los horrores de la guerra.

Ahora, y no sin motivo, puedo comprender lo que significaba ser joven. La vitalidad que vivíamos como algo normal y rutinario, se me antoja ahora como un lejano sueño. Vivir como lo hacíamos, sin temor ni preocupaciones, queda ya muy lejos en unos días en los que cada paso puede ser el último.

La última vez que nos vimos tú hablabas sobre el honor que da la batalla. Sobre la hermandad entre los hombres y la satisfacción de servir a tu país. Todo un discurso con esa voz carrasposa tan característica tuya. Yo, que nunca he sido amigo de la historia y de la patria, me embriagué con el vino casero de los Mondrian para no tener que pensar en tus palabras.
Esa noche éramos muchos jóvenes en la taberna de Elise y Javert Mondrian. La alegría de unos contrastaba con la inquietud y miedo del resto.

Amigo, la vida en el frente no es como creías. No hay honor en llevar un fusil, y mucho menos en dispararlo contra otro joven que, como tú, se ha visto empujado a un destino cruel, hostil e injusto.
La hermandad de la que hablas se destroza cada vez que tu hermano fallece delante tuya; y la impotencia que te da no poder hacer nada por el , duele más que las heridas.
Hoy mismo hemos enterrado a un chico inglés, voluntario… Atraído por el romanticismo de “luchar por la libertad” cambió su cama por una litera, rellena de paja y parásitos. Cambió a su madre por un oficial estricto, al que no entendía cuando le gritaba. Sus amigos se transformaron en hombres cuyo único propósito es vivir un día más, deseando que cada día sea el último de esta guerra que se nos está alargando demasiado.
¿Su honor? El de morir intoxicado por el agua de un charco. Al parecer no la filtró con su gorra o calcetines.
No hubo gloria en su muerte, y por su corta edad diría que no ha disfrutado suficiente de la juventud y de la vida.

Sólo te pido una cosa Pierre. Que vivas mientras puedas. Sé feliz, tú que sigues vivo.


Ángel


Ángel, el joven de ojos verdosos, dejó a su nariz, sonrosada por el frío, inhalar el penetrante aroma de pólvora y la ceniza. Agarraba con sus manos la húmeda tierra en la que reposaba sentado. Miraba con desgana la oscura arcilla escapándose de sus puños, y cayendo de nuevo a la tierra. Se untó un poco en una herida reciente que se había hecho al engancharse una pierna con el alambre de espino, dejado por los enemigos.
Con la mirada perdida en la rudimentaria tumba del inglés, recordaba la cantidad de heridas cuya carne había padecido desde las primeras semanas en el frente. El dolor se había reducido herida tras herida, preguntándose si no era que, los horrores vistos, habían destrozado su sensibilidad y, en parte, su humanidad.





20-Enero-1915


Las esperanzas de que leas estas palabras son pocas, quizás las mismas que las ganas que tendrás tú de leerlas.
Lo mismo al leer el remitente, tu padre o tu madre os deshacéis de ella sin abrirla. E incluso puede que hagas una bola de papel arrugado y alimentes el fuego de la chimenea en la que tanto me gustaría calentarme.

Creerás que estoy loco o que soy un pervertido. Quizá tenga suerte y solo pienses que la guerra me ha dañado la cabeza. Pero a veces, cuando el silencio y el frío, tan cotidianos, acuden a mis días, me gusta imaginarte iluminada por el delicado y dócil fuego. Escapo de la guerra a través del verde de tus ojos, que reflejan las llamas de un calor que no he sentido en meses.

Nunca me he mostrado atento contigo, sino que he mostrado una rancia indiferencia hacia tus atenciones. No es fácil para un chico como yo, hijo de maestra y costurera a tiempo parcial, que no tiene aspiraciones, comprender que ina chica de clase alta se fije en él.
Recuerdo que traías agua fría para que me limpiara el sudor que producían las clases de gimnasia en combinación con el sol del verano. De cómo te negaste a bailar en las fiestas del pueblo hasta que yo llegué, y te levantastes indicando así tu disponibilidad para bailar.
¿Qué hace una joven guapa, rica y simpática fijándose en el mediocre Ángel Latour, de calificaciones pasables y padres divorciados?
Mi problema ha sido no saber hacerme las preguntas adecuadas. Creía que todo iba a permanecer para siempre; pero en un día la vida se gira por completo, y todo lo que creías tener se desvanece.

El último día que nos vimos coincidió con el último día en que vi a muchos que consideraba amigos. Era de noche. La taberna estaba llena de jóvenes que poco sabían a lo que se iban a enfrentar las semanas siguientes.
Tú acudiste allí con tu prima y sus amigas, supongo que cómo todos, buscando algo de ocio para dejar de pensar.
Mientras bebía y agachaba la cabeza por la vergüenza producida por los discursos a los que asistía, tu imagen se reflejaba en uno de los grandes espejos con marcos de caoba, que tanto mima Amelie Mondrian.
No te diste cuenta, pero te estuve observando gran parte de la noche a través del espejo, pues sabía que tú tenías los ojos clavados en mí. No hubiese soportado mirar ese verde tan intenso de forma directa.

No me lo pusiste fácil, en cuanto salí de la taberna tras asegurame de que Pierre podía volver por su propio pie, te ví. Te ví apoyada sobre la farola que domina el centro de la plaza “La Nuit”.
Manos apoyadas en la falda azul, blusa blanca de verano. Lo último bello que he visto desde entonces.

Me esperabas a mí. Sólo a mí. Lo último acertado que he hecho hasta ahora ha sido acercarme a tí y cogerte de la mano sin mediar palabra.
Tu nerviosismo contrastaba con a seguridad que me otorgó el alcohol que mi corazón bombeaba por todo el cuerpo. Teníamos las mejillas rojas; uno por embriaguez y el otro por inseguridad. Pero todo daba igual.

Lo correcto fue guiarte hasta el local de Louis, donde tus amigas habían conseguido otros jóvenes con igual destino que el mío, y allí bailar hasta que noté la humedad en tus ondulados cabellos. Fue una imagen imborrable. No he vuelto a ver la sonrisa en los labios de una mujer desde esa noche.

El sol empezaba a ser visible desde la colina de Saint-Clement, y podía notar tus dedos entre mis despeinados cabellos. De lo que me arrepiento es que a pesar de ser el momento en que más cerca he estado del cielo, yo no hacía más que pensar en el infierno venidero. Justo lo contrario que hago ahora.

Viendo el tiempo que ha pasado y pensando en el que vendrá, no puedo sino en pedirte perdón por estar ciego todo este tiempo.
Quiero darte las gracias por todo lo que diste a este chico imbécil, que no supo entender las señales del corazón, y, sobre todo, darte las gracias por hacer que este chico se sintiera amado por una vez en la vida.

Espero que encuentres al que te merezca. De eso estoy seguro.
No sé si volveremos a vernos. Dios quiera que sí.
Adiós Elise.

Un beso.
Ángel.



Ángel se enrolló en sus brazos, como si quisiera sentir el abrazo de un ser querido. Los días se hacían más humanos con recuerdos



27- Enero-1915


Debían ser las dos o las tres de la mañana. En esas horas en la que la oscuridad hiela de temor a los niños, dos figuras reptaban con delicadeza y a buen ritmo por la tierra.

Ángel y Damien, dos de esos niños que maduraron a la fuerza, tan comunes en esos días, se encargaban de recoger las chapas de identificación. Las que identificarían a los caídos en tierra de nadie.
Era un trabajo que no requería de inteligencia, pero sí de gran sigilo, pues a la mínima que el enemigo descubriera tu posición, tu cabeza podría explotar gracias a la efectividad de una bala para reventar cráneos. Por eso que se llevara a cabo de noche.

Damien, chico alto y de complexión fuerte, no se atrevía a musitar palabra alguna. Ni siquiera respiraba con normalidad. Ángel creyó por momentos escuchar los latidos de su compañero.

Esa jornada no hubo tregua para recoger a los muertos, pero la necesidad de información no hace tregua en la guerra. En un sorteo oficiado por un oficial parisino, Ángel y Damien tuvieron la “suerte” de ser los agraciados para realizar la tarea.

Si bien algunas chapas brillaban gracias al resplandor de la luna, algunas de ellas se encontraban bajo la ropa de los cadáveres. Esto dificultó y alargó en demasía la tarea. Si algunas chapas eran recuperadas en cuestión de segundos, otras necesitaban de minutos palpando cuerpos. Algunos de ellos aún calientes, con apenas un par de horas sin vida. Tuvieron una muerte agónica y dolorosa.

La mayoría de las veces, los chicos cerraban sus ojos y movían sus manos por los cuerpos, esperando así dar con algo metálico y no heridas llenas de pus o gusanos.
Fue en una de estas inspecciones que a Ángel se le heló el corazón. Dios no quiso que el joven lanzara un grito, poniendo así en peligro su vida y la de Damien. Lo que sucedió fue que, al pasar su mano por el pecho de un cuerpo, notó cómo latía el corazón de este.
El suyo empezó a bombear sangre a toda máquina. Sintió un repentino calor al que le siguió un gélido frío , nada más volver a tocar el cuerpo y no sentir muestras de vida.
No pudo evitar volverse boca arriba y empezar a sollozar. Las lágrimas de sus ojos permanecían inmóviles, contrastando con el cuerpo del joven, que tiritaba de frío y miedo.
Damien, a pesar de su carácter preocupado, supo comportarse cómo un buen compañero de armas. Colocó su mano izquierda en el el hombro de Ángel y susurró frases de tranquilidad.
La tensión pareció desaparecer en el momento en que acabaron la tarea. Eran los único vivos en una franja de dos kilómetros, los que separaban a los dos bandos.
La tranquilidad de la noche les hizo sentirse seguros y decidieron volver a pie para llegar antes al barracón.

Dos minutos tras emprender el regreso, el silencio se empezó a romper, pero no se dieron cuenta hasta que tuvieron, delante de sus narices, a dos enemigos volviendo como ello. La noche había impedido que los dos jóvenes se hubieran percatado de la presencia de los otros dos . Igual de jóvenes. Igual de miedosos.
No se escuchaba el mínimo ruido, pero dentro de sus cabezas tenía lugar un tsunami de pensamientos que los inmovilizaron. El corazón se esforzaba en llevar sangre a la cabeza, y esta no po día dar una solución posible a la situación que tenían delante.

Nunca antes se habían sentido tan cerca de la muerte. Ni siquiera cuando, tres días atrás, habían lanzado un ataque al enemigo en respuesta al bombardeo que los aviones alemanes habían realizado sobre las filas del general Sebastien du Lac, el más alto cargo francés de la zona.
Ángel recordó sin esfuerzo las imágenes de ese ataque. Le vinieron a la memoria los, aún frescos, recuerdos de la tierra salpicándole en la cara, de la artillería pesada a punto de caer sobre sus cabezas y, sobre todo, el recuerdo de los enemigos verdes pardo y con botas de cuero sumergidas en el lodo.
Pero lo que ahora tenía ante él tenía rostro. Cuatro ojos, que la luz de la luna revelaba de un azul intenso, dos narices que, como la suya, goteaban de forma intermitente, y cuatro mejillas llenas de moratones y heridas.
Sin duda no eran los maniquíes del otro día a los que disparaba sin tener que apreciar sus rostros.

El que estaba más cerca de él, el más alto de los dos alemanes, le recordó en demasía a Chocolat, el joven enamorado con el que había forjado una reciente amistad a raíz de ayudarle con las cartas para la chica de Lille.
Pudo ver la inocencia en el rostro de ese chico, apenas un niño recién salido de la escuela obligatoria, y no pudo evitar sentirse reflejado en el halo de miedo que irradiaba su tembloroso cuerpo.

Damien se acercó lentamente la mano a su espalda, donde tenía el fusil y una mochila parcheada. El alemán en frente de él, algo más mayor que su compañero y, lo más seguro, también el mayor de esas cuatro almas, no tardó en apuntar con su fusil Mauser 98 al precavido pero indomable francés que parecía amenazarle.
Ángel pudo apreciar el resplandor de la luna reflejado en la punta de la bayoneta que adornaba y alargaba el, de de por sí largo, fusil de infantería.
A menos de un metro de la afilada cuchilla, el rostro caliente de Damien, del que emanaba un halo de vaho dando pruebas del frío acaeciente, no mostraba inseguridad alguna.

Ni siquiera pestañeó al seguir acercando su mano a su espalda baja. El alemán, que no podía sostener el arma sin temblar, parecía querer decir algo. De su boca apenas salían una serie de incomprensibles sonido a bajo volumen. Quizá fuese la excitación del momento o las heridas de guerra lo que articular palabra al germano. Unas palabras que de poco servirían, dada la incomprensión, por parte de Ángel y Damien, de la lengua alemana.
El movimiento articular de Demian paró en seco para volver hacia afuera, al mismo tiempo que los sonidos provenientes del alemán empezaban a ser más y más fuertes. Tanto, que cualquiera pondría en duda si los cadáveres del alrededor podían escuchar esos gritos de agonía.
Tanto Ángel como el joven que le recordaba a Chocolat cerraron con fuerza los ojos,esperando oír el arma funcionar.

Mas ningún disparo escucharon los, mal abrigados, helados y entumecidos oídos, que sólo percibieron el más absoluto de los silencios.
Cuando abrieron de nuevo los ojos en la oscuridad de la noche, Damien sujetaba en su mano derecha un objeto que distaba de ser un arma de fuego.
Un pañuelo blanco, bordado con hilo dorado, mostraba sus verdaderas intenciones.
En ese momento volvieron a sentir el frío, que se multiplicó, debido al sudor provocado por la tensión vivida.
.El alemán bajó el fusil de inmediato. Ante él , la cara de un joven francés que, con nervios de acero, había apaciguado a su verdugo y clavaba sus ojos en los suyos.

Debió de pasar un minuto de frío y silencio antes de que emprendieran de nuevo su camino. Un minuto que para ángel pareció una noche entera. Una larga noche de insomnio en la más absoluta oscuridad. El encuentro terminó con Damien entregando su pañuelo a las manos del soldado que había obviado su deber y perdonado su vida, en una época en la que, el valor de esta, disminuía bala tras bala y compañero a compañero que caía.
Volvieron a mover sus piernas mientras que los recuerdos de épocas más fáciles y felices se perdían en los ríos de barro, lodo y sangre que cimentaban el nuevo mundo de los jóvenes.
Sólo Damien se atrevió a mirar atrás. Creyó ver dos figuras renqueantes que se alejaban con dificultad. Aunque quizá lo que viera fuese fruto del propio miedo, que dejó sin habla a los dos exhaustos chicos, los cuales vagaban por un desierto de podredumbre y restos de los que antaño eran hombres.
El barro, formado por la lluvia acontecida esa misma tarde, dificultaba el regreso. Nunca antes habían tenido prisa en volver a esos barracones llenos de goteras, donde hombres sucios mueren poco a poco. Ya había sido suficiente guerra por esa noche.
El cansancio hizo que Damien parara a tomar un poco de aire y reposar su corazón. Ángel respiró hondo para calmarse un poco. Su pulso llevaba mucho tiempo fuera de control, y no lo estaría hasta que regresara a su litera llena de parásitos.El respiro no llegó al minuto.

La llamada de lo salvaje hizo que el aullido de un lobo sonara demasiado cerca. Las pupilas de esos ojos verdoso y enrojecidos doblaron su tamaño ante tal seña de peligro.
No era fácil ver animales en zona de guerra. No porque no fuese su hábitat, sino porque los animales, al contrario que los humanos, huyen del conflicto.
Fue en ese momento en el que Ángel deseó que ese aullido proviniera de los únicos animales que vivían en la guerra: gusanos, parásitos y cuervos.

Un segundo aullido retumbó sus tímpanos desde su retaguardia, siendo la señal para que los dos muchachos empezaran a correr con las pocas fuerzas que les quedaban. Esto sólo les dio margen de dos o tres segundos antes de que una enorme bestia oscura se abalanzase sobre la espalda de Damien.
Para cuando Ángel se dio cuenta, el mamífero ya había destrozada la parte inferior del uniforme del chico fuerte y decidido.

Es curioso cómo la adrenalina te lleva a hacer cosas que no imaginarías. Damien dejó de sentir el peso y aliento animal, para acto seguido ver, a un enrojecido y colérico joven, clavar una bayoneta en el abdomen de la fiera. La poca luz le ofreció una estampa escalofriante: el metálico reflejo que de forma rítmica se clavaba en el cuerpo del animal.
Las gotas de sangre se convirtieron en ríos, y los aullidos cesaron. El grito de un hombre finalizó el horrible acto.
Unas manos, llenas de heridas de cuchilla, se acercaron a la pierna de Damien e intentaron tapar la herida que los colmillos habían creado.

Damien vio la imposibilidad de que unas manos llenas de cortes e inservibles hicieran algo de provecho. Sólo estaba mezclando su sangre con la de Ángel. El joven, fuera de sí, estaba creando una rara mezcla de barro, sangre y saliva proveniente de su boca.
Ante esto, Damien tuvo que hacer gala de sus reservas y sacar fuerza para, de un empujón, hacer que su compañero y salvador cesara en su empeño.

Sus dos cuerpos, aún con vida, daban pena sobre el lodo. Ángel no se hubiera imaginado vivir tal pesadilla, a pesar de los meses en las trincheras. Una especie de red de túneles excavados en la tierra, que hacían de vivienda y tumba a la vez.
Aún con el corazón en la boca y lágrimas en los ojos, la razón volvió a tener cabida en la mente de los jóvenes, que se dispusieron a emprender el fallido regreso.
La velocidad de marcha estuvo condicionada por la cojera de Damien, que se apoyaba en los hombros de su compañero mientras que las gotas de lluvia empezaban a caer.

Tras varios minutos que parecieron horas, el primer vigía que los divisó acudió a socorrerlos. Gracias a su ayuda Ángel sintió alivio en sus hombros entumecidos. En el momento en que Damien y el vigía se adelantaron hacia el primitivo hospital, el chico de ojos verdosos sintió por primera vez la soledad absoluta. Nunca creyó que doliese tanto.

Se mordió el labio para aguantar el ardor que produjo sumergir las cortadas manos en alcohol para evitar una infección, la cual era muy común en esas situaciones.
Con un paso errante y con el sabor de la sangre en la boca, se acercó a la puerta del barracón donde dormía el oficial que les encargó la tarea y dejó una bolsa de lino gris, repleta de chapas emparradas, colgada en el pomo.
No pudo evitar quedarse observando la bolsa y sonreír de forma irónica mientras pensaba en lo ocurrido para conseguir esa bolsa con chapas de muertos.

Recorría de nuevo los túneles clavando sus dedos en la pared de las trincheras, dejando surcos en la compacta tierra. Tosió sangre y, sino fuera porque llevaba más de un día sin comer, hubiese vomitado a la vez.
Cuando llegó a su barracón, apenas iluminado por la luz de dos candiles, sólo uno de los hombres se encontraba despierto.
Al ver la cara del joven Ángel supo que era mejor no preguntar.

Con el cuerpo frío y las manos ardiendo se acostó con el objetivo de soñar algo con el que poder escapar de esa realidad aunque fuese entre lágrimas.








1-Febrero-1915



Con sus manos vendadas sostenía el lápiz de mala manera. Una la usaba para que el áspero y gris papel no se moviera de la astillada mesa, y la otro para intentar escribir algo legible.

La carta que nunca se atrevió a escribir resonaba ahora más fuerte que nunca en su cabeza, debido en parte a la deshumanidad vivida días atrás.
A Pesar del dolor que reflejaban las vendas manchadas de carmesí, no soltó el lapicero hasta el punto y final.




Creo que ya he esperado demasiado. Quizá no me atrevía a escribirte y alargaba los días esperando que una bala me librara de tener que hacerlo.
Poder disparar a hombres y no poder escribirte; vaya un cobarde pensarás.

La última vez que nos vimos yo tenía la mochila sobre la espalda y tú no pudiste aguantarte las ganas de abrazarme entre lágrimas. El orgullo me heló los brazos, pero no viste cómo el amor me rompía el cuerpo por dentro. Lo más duro fue llorar hacia dentro para que la expresión serie no me abandonase hasta llegar a la estación.
No te dejé acompañarme, pues cada segundo que estuvieras a mi lado me haría más difícil la huida, y más profunda mi agonía al tener que dejarte.
Todo por el maldito orgullo. Creyendo que así te haría sufrir; que aprenderías la lección y que yo volvería en el momento adecuado.

¡Estúpido! Estúpido he sido. He estado apunto de morir. Me resistía a abandonar, no esta tierra, sino a tí. Me resistía a decirte adiós con el corazón a kilómetros de tí. Pero tu imagen se anclaba en mi cabeza y yo gritaba lo mucho que te quiero. En mi cabeza se dibujaba la imagen de un hombre abrazado a una mujer, intentando así no ser arrastrado por la muerte.

Hace unos días volví a ser un hombre y un niño inocente. Todo porque ayer tu imagen me salvó de la deshumanización que es la guerra. Volví a sentir lo bello que es estar vivo, y lo feliz que me haces.

Siento todo lo que te dije. Fueron palabras más fuertes que las balas. Las heridas que te hice son peores que la metralla. Tenías y tienes el derecho de ser feliz, y eso fue lo que no supe entender.
Ahora, cómo un niño asustado, quiero dormir agarrado a tí. Sentir la seguridad que da tu calor y el confort que produce olerte el cabello.

Sólo hay una cosa que me aliviaría: el saber que no renunciaste a la felicidad por el orgullo de un chico imbécil y medio muerto. No renuncies a la felicidad. Si lo haces no me importaría salir afuera y esperar la muerte.
Sé feliz y te prometo que volveré a tu lado. Te prometo que lucharé para sobrevivir y reunirme contigo. Que me aferraré a la vida con todas mis fuerzas y, más tarde o más temprano volveré junto a tí.
Miraré cara a cara a la muerte sin pestañear, porque sé que tus brazos me esperan. Vive.


Con todo mi amor. Ángel, tu hijo



Con pie firme y la cabeza bien alta, salió del barracón para zambullirse en la luminosidad que ofrecía un nuevo día.
Entregó la carta a Georges, pues sabía que con él era seguro que llegara a su destino.
Ángel sonreía viendo cómo el belga se alejaba con su confesión bien guardada. Era feliz tener un motivo por el que vivir.