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sábado, 23 de septiembre de 2017

UN ASUNTO RENAL



Todos caemos de vez en cuando en el amargo trago que es la memoria. Los sentimientos se vuelven carreteras de doble sentido en las que viajar hacia lo vivido.
Tal vez sea un olor, o la sensación de calor que te invade cuando entras al coche.
Te habrá pasado al peinar suaves cabellos sobre dulces orejas, y al dirigir la mirada de otros con solo mover los ojos.


Somos esclavos de los sentidos. Estos nos proporcionan un trato: el de la vida. Nos relacionamos con el mundo gracias a estos seres ultradesarrollados, que proporcionan dolor y placer por partes iguales.
Son la magdalena de Proust que mojábamos en leche azucarada y sentíamos como se acolchaba en nuestros dientes hasta hacerse pedazos.

Un dolor fuerte me llevó de nuevo atrás.

Si habéis tenido el valor de leer alguna otra entrada de este blog, os habréis dado cuenta de que me paso media vida viviendo la otra media, a través de viajes que desafían la magia de la introspección humana.

El dolor surgió poco a poco, como si quisiera avisarme de lo que estaba por venir, cuando me quise dar cuenta estaba con cinco años menos y con una (falsa)barba igual de patética que la que poseo hoy en día.
Acababa de orinar en el instituto, en uno de mis rutinarios viajes al baño. No sé que pasó en esa época, que orinaba más de lo normal.
Como era gilipollas, lo achaqué a que me había dado por comer kiwis, que tienen mucho potasio y se ve que son un diurético natural.

No sé si eliminan líquidos, pero cagaba de puta madre.
El caso es que, tras varios minutos de orinar, ya en clase, me empezó un dolor en la zona baja de la barriga, que mutaba de manera constante y acabó por dominar toda la parte de la vejiga, la espalda baja y lo que más dolía , el perineo.

Yo no sabía cómo se llamaba esa zona que conecta la abertura del culo con los huevos hasta ese día. 
Como no supe describirlo, recuerdo que mis palabras fueron: "tío me duelen los huevos". Sí, me dolían bastante , y cada vez más.
Mi amigo, al que el destino me ha permitido el mantener en la facultad, me dijo con voz seria: "Eso nos pasa a los hombres".

Para hacerlo más esperpéntico todo, la siguiente clase era una exposición sobre el alicatado de la Alhambra que se iba a dar en la hora de historia del Arte.
El profesor tuvo que pensar que me flipaban los azulejos, porque no pestañeé ni un solo segundo. Me afané por controlar y un dolor que iba a más.


No suelo despedirme como manda el protocolo, pero la ocasión lo merecía. Creo que dije : "illo me voy" y, nunca mejor dicho, me fui tocandome los huevos.
Directo al despacho de profesores y, como si de un traficante se tratara, me acerqué a la oreja del jefe de estudios, que en ese tiempo era el jefe de estudios y le dije :" tengo... tengo un problemilla... de hombres... ya sabe... ahí". "Mon dieu".

Al final lo acabó entendiendo, hasta me confesó una cosa que le pasó a un conocido suyo, que no voy a reproducir aquí para no herir sensibilidades.
Llegué despatarrado por el dolor en un taxi con un conductor digno de reemplazar a Manolo el dell bombo. ¡Qué animos daba ese hombre! "Se nota que está acostumbrado a llevar a personas en estado deplorable" "Es mi pan de cada día".


El dolor me hace sudar y me cierra los ojos, para abrirlos en la sala de espera de Urgencias. Tras esperar que pasasen todos esos que van de forma directa a Urgencias porque no pagan seguridad social, tras esperar esas tres horas entré yo.
Un médico de esos con cara de no haber jugado con su muñeca en la vida, me pidió que me bajase los pantalones. "Hey... ínvitame a cenar antes".


El tío estaría acostumbrado a manosear testículos, pero era la primera vez que un pibe me acariciaba los cojones y pensé que nada peor podía ocurrir.
Sin embargo, estar vivo ya me permitía vivir algo peor.
"Tumbate" 
"Ostia puta"
Veo que el pibe se cambia de guantes y recubre las gomosas falanges de aloe vera.
"No me jodas"
"Coge aire"
Creo que duró un segundo que pareció alargarse conforme el dolor lo hacía.

Es curioso, pero muchos me han preguntado lo mismo: "¿Te gustó?"
"¿Pero cómo me va a gustar que un viejo enfermero me metiese un dedo por el culo mientras estaba delirando por el dolor?
Bueno pues me lo han preguntado tanto que, incluso yo, lo pongo en duda.


Parece ser que expulsé un pequeño calculo renal que hizo de las suyas desde mis riñones hasta las cañerías del instituto.
Oriné más oscuro de lo normal y, tras eso, no volví a orinar hasta el día siguiente, de vuelta en el insituto.
Es una gilipollez, lo sé, pero enfrentarse a ese urinario fue un acto de valentía. Respiré profundo y dejé que el agua fluyera.

Siempre que lo recuerdo me rio , porque salí del baño dando saltos de alegría, corriendo hacia mi chica de entonces y gritando : "¡Cariño, he meado! ¡He meado claro!".


No había terminado todo ahí, pues de eso vinieron más visitas a urólogos y otros supuestos especialistas que no resolvieron nada, pero que me hicieron bajarme los pantalones de forma regular.
Así me pase una buena época de beber mucho zumo, de andar por un tubo y enseñar mi culo por media Granada.




Recuerdo dos visitas que se quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Una de ellas fue en verano, a raíz de otro dolor de estos volvimos de la playa para acudir a Urgencias de Granada.
Ya no era un viejo, sino que era una médica joven y guapa.

Parece mejor, pero recordad que estas visitas vienen acompañadas con su dosis de desnudo.

El dolor me había encogido la polla de una manera que yo no podía imaginar estar bajándome los pantalones sin ponerme a llorar  de vergüenza.
Desconozco lo que esa mujer pensó, pero yo salí de allí más hecho polvo de lo que entré, y eso que el dolor se había calmado.


La otra prueba que me viene a la cabeza, tuvo lugar en "acogedor" tubo, donde me inyectaron un "contraste", que debía ser radioactivo o algo así, pues no debía acercarme a niños durante ese día.



Funcionaba de la siguiente manera: Acudías en ayunas y esperabas hasta que te hacían pasar una sala donde tenían preparado el contraste. Allí te lo inyectan en vena y te pasas media hora solo, dentro de una máquina que sobrevolaba tu cuerpo.

La mujer debió pensar que era un cagao además de imbécil, pues cuando me inyectaba el líquido le dio por llamarme "chico radioactivo", como si así todo fuese más fácil. Algo debió funcionar, pues la eché de menos durante esos 30 minutos incomunicado y con los pantalones bajados.
Radioactivo como para brillar en la oscuridad no era, pero sí que empecé a tener mucho calor en la garganta y en mis queridos y exhibidos testículos, tanto, que otra vez mi amiga decidió jugarme otra mala pasada. "Voy a hacerme famoso...".


Después de mí, iban a hacer la misma prueba a una niña pequeña... Eso enmudeció mis pensamientos.

Estaba cinco años más viejo, en la misma ciudad y con la misma barba.
Esta vez en la facultad, haciendo acto de presencia mientras pongo la mente a divagar, para aguantar así unas horas que tenía previsto borrar de la memoria poco después.

De nuevo orinar y, de nuevo, empezar a sentir una presión incómoda por la zona de la vejiga.
"Bueno, esto ya lo conoces, te pasa de vez en cuando. Se pasará dentro de un rato".
El rato pasó, pero el dolor iba en aumento. Gracias adiós que tenía al lado un colega de los de verdad, estando ahí conmigo mientras el dolor me comía y el profesor hablaba y hablaba durante dos horas.
Mi amigo, no dudó en intentar evadirme del dolor, pero al tío se le da tan bien hacerme reír, que el dolor me estaba reventando la zona baja. "cabrón para, jajajajaja" LLoraba por el dolor producido por la risa para calmar el dolor.



Debo mucho a ese melenas melómano. Me acompañó hasta casa, y no se quejó de que me parase cada dos por tres. Recuerdo que yo no ponía mucho de mi parte en lo que respecta a mantener una actitud seria ante la situación, pues en una de esas paradas me incliné hacia atrás y dije : "Ohh así sí. Entra sola". Otra vez a reír y a sentir un dolor digno de tortura china.



Tengo la certeza de que ir a Urgencias no me ayudará. Ya he pasado mucho tiempo esperando, para que un análisis me diga que no tengo nada y, como no tengo nada, nada pueden hacer ante un dolor surge de la nada.
Pero algo tiene que ser, no al nivel de un cólico como la primera vez, pero algo tiene que ser. No soy tan subnormal como para infligirme un dolor ahí durante horas, sólo para visitar las aburridas y concurridas estancias de la sanidad andaluza.



Es algo con lo que tengo que aprender a convivir. Algo que llega sin avisar. Una mano de agujas que empieza acariciándome y después golpea fuerte.
Pero en el fondo de ese dolor, tan innecesario y desagradable, uno puede encontrar los vestigios de un profundo amor humano.
Digo esto, por que siempre que el dolor ha acudido a mí y no he podido reprimirlo, ha habido alguien ahí que, si bien no ha paliado el dolor, ha sabido usar su presencia para sentirme querido, y eso es mejor que un millón de pastillas, análisis o jugos de naranja.


Decidí acudir a clase a pesar de que todavía quedaban restos de dolor bajo mi barriga. Esa asignatura era la única que llenaba algo mis ansias por aprender, pues el profesor es un máquina y, si la comparamos con el resto de clases, es la única que no te da ganas de explosionar por dentro mientras te cuestionas el sentido de tu existencia en esas cuatro paredes.


Allí estaba uno de esos amigos que puedes llamar amigo sin cuestionartelo, sin sentirte que te engañas.
A pesar de mi seriedad, siempre que estoy con ellos, trato de enmascararlo todo bajo un antifaz de ironía y de humor, ya que la vida es mejor con una sonrisa en la cara.
Sin embargo, lo vi allí y supe que no iba a ser igual. Su seriedad me hizo agudizar el sentido que permite discernir lo importante de lo que no lo es.


"¿Quieres ir al médico de una vez?". Pafff, como un golpe seco en mi cara. Ese chico me desarmó con una sola frase cargada de furia verbal.
No tenía nada con lo que contrarrestar esas palabras, por lo que mi mediocridad tomó el control de mi lengua: "Ahh da igual, sigo vivo".

"Eres más imbécil de lo que creía, ve, enserio, antes de que te pase algo malo de verdad".
Supe ver la verdad en sus palabras, en la forma en la que lo decía, en su rabia, en su entereza.


Es ese grado de entereza lo que me hizo sentirme por debajo de él... y no es la primera vez.
Pocas veces siento que alguien de mi edad está por encima de mí, pero ahí estábamos los dos. Yo con la cabeza gacha, sabiendo que cualquier cosa que dijera no sería digna de él...

Y sin embargo los golpes de sus palabras me hicieron sentir el dolor que acompaña a defraudar a alguien.
Él no lo sabe, pero mientras que él me decía eso yo hablaba con él en mi interior, dándole las gracias, pues en ese momento, sentí un amor y una vergüenza, que hacía demasiado tiempo que no sentía.

¿Sufría por mí? ¿Puede alguien quererme tanto como para sentir mi propio dolor, como para preocuparse por mí?
No quiero saberlo. Solo me basta su presencia para hacerme sentir valioso... para hacerme sentir querido.

Sentí el peso de la vergüenza sobre mi cuerpo. Era demasiado pesado. Sentí que tenía que hacer algo, no por mí, sino por los pocos como él que llegan a preocuparse por alguien como yo.
Sentí que quizás merecía la pena soportar ese dolor, si a cambio sentía ese amor. En ese momento sentí lo que era ser importante para alguien. Sentí que me querían. Algo que hacía tiempo que no sentía, y que no recordaba tan amargo y, a la vez, tan bueno.



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