Escribir supone sacarte el corazón y dejarlo a la vista de todos. Supone encarar la vergüenza de que tus palabras permanezcan ,y sean reproducidas ante la vista de los demás.
Escribir es un acto de fé. Te lanzas a ello y te martirizas encontrando el modo de comunicar eso que con tu boca no puedes. Supone acercarte a la perfección comunicativa.
Supone aprender, ver como tus límites se estiran hasta horizontes que nunca imaginarías.
Es convertirte en el padre de algo. Guardar lo que el viento se llevaría de la memoria, el sonido echo caracteres cuneiformes.
Es hacer magia con lo que te invade cada día. Elevar lo cotidiano a la categoría de sublime.
Es arte. Es coger el cincel del escultor, el pincel del pintor, y el piano del músico.
Mostrarte al mundo en tu dimensión más íntima. Desnudo pero con las ideas claras.
Escribir es mucho y muy grande.
Tengo la mala costumbre de hablar mal. Tengo la incapacidad de poder expresarme como quisiera con mi propia lengua. Me trabo. En ocasiones no termino las frases. Mis oraciones muchas veces no llevan a nada. Me piden que repita. Que no me han entendido. "Más alto", "Más despacio"...
Mi voz suena grave y rocosa. Penetra en los oídos de la gente y no los acaricia, sino que los reta a un duelo comprensivo.
Mis declaraciones de amor son vagas, llenas de un sentimiento fuerte que se debió perder en algún lugar de mi boca y tu oído. Mis confesiones no son atractivas. No me lanzan sin paracaídas desde lo alto de un precipicio. Las construcciones de máxima emoción, las exclamaciones, las dudas, los deseos, los miles y miles de páginas que no harían mérito a mi interior se ven destinadas a simples monosílabos ,y palabras llanas ,tediosas. "no sé" si ¿no? ya ves, ya veh aeh, lavín q frío.
Ese " chica no te preocupes por no ser como las demás. Tú eres extraordinaria. Te elevas sobre ellas y dejas ver toda la belleza que desprenden tus ideas, tus deseos y tu sonrisa" se ve abocado al doloroso paso por mi lengua, transformándose en un "No te rayes".
La consecuencia es un notable descenso en mi capacidad para transmitir al mundo todo lo que soy y puedo llegar a ser. La consecuencia es una frustración, de grandes dimensiones, que me lleva a la incomprensión de los demás, y a todo lo que ello conlleva. Pero no sólo de voz vive el hombre.
Nadie sabe cuándo exactamente, pero sí que fue hace miles de años, que un grupo de personas, obligadas a dejar constancia de lo dicho, lo escribió.
Ya sea con caracteres cuneiformes, con dibujos de pájaro o con cualquier otro signo, se encontró una nueva manera de comunicarse, que vino de perlas para los introvertidos.
La escritura nos ha facilitado la vida a esos tímidos de carácter reservado, que observan mucho y hablan poco.
A algunos a los que el don de la palabra no les fue dado, encontraron en la escritura la redención de ser esclavo de la incomprensión de los demás.
La palabra nos dio el arma ,y la escritura nos enseñó a usarla. A usarla bien
Los que sabían escribir eran importantes. Tenían un seguro de vida en sus manos... que lejos queda eso.
La escritura me sirve como un intento de puente que conecta mi ser con el resto de seres, que se aglomeran ahí afuera, donde mis palabras se esfuman y disipan, como el humo de un cigarrillo que se consume lentamente.
Lo escrito viste a mi palabra. Le pone un traje, a veces elegante, otras agresivo. Le da forma y firmeza. Le llena de seguridad y la hace capaz de todo. Mi tinta penetra donde mi palabra ni si quiera llega. Mis trazos, algo irregulares, en cursiva, trazan una mente que vaga en un mar de infinitos pensamientos.
Es el camino para llegar a tí.
Quizá por eso me guste tanto el resto de artes donde la voz es un actor secundario. Quizá por eso me atraiga tanto las imágenes en movimiento del celuloide; la suavidad del mármol, y los pegotes de óleo en los cuadros.
Todo esto son armas, herramientas, con las que llegar a los demás
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