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domingo, 11 de febrero de 2018

LA ASPIRACIÓN Y EL DESENCANTO


Tecleo desde el ordenador de la oficina; el agujero negro de mi ambición. Me declaro enfermo del desencanto, de sudar ilusión y ver como el suelo la seca. Dicen que el trabajo dignifica, pero me siento más inútil que nunca y lo que no te dicen es que sólo vives una vez y que sería más que recomendable aspirar a hacer algo que vaya más allá de lo que esperan de ti, que es nada.
La boca se me seca por las ideas desaprovechadas que se escapan de mi boca y chocan con oídos sordos que viven acorde a la filosofía de dejarse llevar por el hilo de la vida; para en el momento de su fin descubrir que habían vivido como si nunca fuesen a morir, y mueren sin haber vivido.

Una palpitación lleva conmigo desde que era chico, quizá desde antes de ser consciente de la enormidad del mundo. Un deseo latente que despertó para no dormir, que agarró las riendas del caballo alado, de mis deseos; de mi vida.
El deseo constante de hacer algo grande. El deseo de dejar mi huella sobre la roca. Lo mismo que sintió ese chico hace 20,000 años para dejar sus huellas en la cueva. Decirle al mundo que esto lo hice yo y que mereció la pena.


La libertad que gozaba desapareció sin que pueda yo oponerme a un sistema que desde el principio se conoce deficiente y, en un modo práctico, casi inservible.
Un trato extraño, lleno de competición y falta de ayuda. Los que antes estuvieron en mi lugar habían olvidado de dónde venían y la empatía brillaba por su ausencia en esos cubículos donde nos deshumanizamos a golpe de clic y de mirar a una pantalla llena de palabras que caerán en el olvido.


Oigo una voz y después otra, hay quien lograría escuchar una palabra amable, casi bonita; pues dicen que en la calle aún hay vestigios de lo que nos es propio, el ser humanos.
Ideas brotan de mi cabeza con cada paso, las intento retener, pero se que se caen en el suelo y botan como canicas para no volver. Algunas se quedan, pero el tiempo juega en tu contra, pues la unión de los verbos tener +que hacer te obliga perder tu tiempo en lo que dicen que dignifica. ¿Pero cómo va a dignificar la oficina? ¿El becario no se siente dignificado, se siente inútil? ¿Tanto cuesta una palabra amable? ¿Qué hemos hecho para llegar a esto?


Hay quienes lo llevan mejor; algunos ni se lo plantean, pues ellos son felices con echar un polvo de vez en cuando y comprarse la última edición del Fifa. Pero yo no; ni tú. Necesitamos más; y no me refiero a sexo, en el que nuestra capacidad de amar nos lleva a reflexionar sobre sobre sus efectos, formas y si merece la pena. No.
Os hablo de crear, pues somos creadores perpetuos en un ambiente que no escucha lo que queremos decir. La ambición de hacer algo grande y de superar lo anterior nos lleva a una continua escalera de subida y bajada por los sentimiento; ilusión, desencanto; y vuelta a empezar.


Quiero creer que el tiempo pasa rápido; que mi vida acelerará para mitigar el hastío y la incomprensión. Pues sé que no voy a cambiar, que no me voy a convertir en un mero consumidor que no se da cuenta de las dimensiones de su ser.
Quiero creer que tengo talento para hacer algo de valor; algo que la gente reconozca y que, a la vez, sane mis ansias por el continuo deseo de crear. Hacer de tu vida una obra de arte, mirarla al final y poder decir sin miedo que mereció la pena.


En estos momentos gozo de la compañía de unos amigos que me quieren por quien soy, no por qué digo, no por mi aspecto; no por lo que hago. No cambiaré, por lo que ellos me seguirán queriendo por mucho que me hunda en las incomprensiones del mundo que han creado los que ya no viven en él.
Me siento bien, mejor, pues siento que ese es el lugar en el que debo estar. Eso es amor. Bálsamo para afrontar otra semana en el desencanto. "A change is gonna come"; dios te oiga Sam. Y dios oiga a los que ansían vivir e ir más allá.

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