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domingo, 30 de diciembre de 2018

Carta a una madre: Fin de año



Descanso. Miro al techo y enciendo el tabaco que difumina la vista con nubes azules. Pronto noto la miel y la vainilla y algo que recuerda a las almendras y las nueces horneadas. Llegas tarde. Despierto y los nervios me invitan a abrazarte.

Mi amigo llora. No sé por qué. No lo había visto nunca así, y nadie había alrededor. Acudí a él. Tenía lágrimas en los ojos, en las manos y en el pantalón marino, ahora negro. Puse mis manos en él. Le digo que no llore. Que sufra dentro pero que no llore.  Que si continuaba lloraría yo y sufriría. Éramos niños y lloramos.

Crecimos y me vió llorar en una cama a kilómetros de ti. Leyó chistes. Llamó a la chica por su nombre y me concedió lo impensable. Fue valiente. Me pregunto que será de él. Lo podría saber, pero mi ego acabó con él. No me pregunto sobre la chica. Me da igual. Se acabó sin empezar.

No te enteras de nada, pero sonríes. No te veo. No dejan entrar a nadie. Cuando sales te espera la vida. Los amigos y familiares abarrotaron la sala. Llegué después. Tenía 18 años. Recuerdo a una chica preciosa, mi novia y mis amigos y eran pocos, pero me enamoré de ellos y fuimos modelos, y  fui feliz. Lo supe ahora y lo supe entonces. Confieso tu estado y salgo de la casa de la chica a la que el año siguiente traeré a la mía. No la amaba entonces, y podría amarla ahora. Mi egocentrismo acabó con lo que ahora deseo, Ella. Y podría amarla ahora, pero es tarde.


Llegaste y nos abristes la piscina. La chica estaba roja de vergüenza. Nunca preguntaste por ella. Meses atrás te dije que había tenido una cita. Era ella, y fue horrible. Mis ojos hicieron agujeros al suelo, la boca se me cerró y la timidez casi aborta nuestros besos, que eran sinceros. Deliciosos. Pero mi ego los ahogó. Antes me viste llorar. Tenía 17 y el cabello embadurnado en sudor de verano. Un mensaje como despedida. No lo entendí. Pero no fue entonces cuando todo acabó. Fui yo quien cerró la historia. Una vez más.

Me chupo el dedo. Acaricio tu pelo y lo enrollo en mi índice. Doy tirones. Algunos son tan fuertes que me golpeas y tengo que parar, y no lo entiendo. Cuánto más enrollaba más dolor te producía. No estaba preparado para algo tan simple. La cena es basura. Viene envuelta en plástico y se calienta rápido. Te dejaste. No me dí cuenta entonces. Sólo cuando era visible y estaba gordo y sólo, y no te veía. No era nadie entonces. Como ahora. Pero duele cuando lo sabes, y era feliz en la ignorancia, aunque tú lo sabías. Y eras feliz sin serlo.
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Vuelvo al hospital. Tengo 15 años y hace frío, la noche cae rápida y estás pálida. No tengo miedo. Sé que aún es pronto y la medicina fuerte; tanto como para dejarte blanca. Te observo desde el pasillo. No era justo. No a ti.

Salgo de la piscina. Estoy gordo y ése cruel me tira de la tripa, blanda y sin vello. Se arrepiente. Tengo Dios sabe cuánta edad y aún no sé cómo se engendra un hijo. No estabas allí. Pero estabas donde tenías que estar. No sé dónde era, pero no era allí, conmigo. Eso terminó cuando esa vieja mujer nos dejó. Yo la amaba, y ella a ti, y la lloré camino a de unos labios a los que no hice justicia. Tenía 19 años. Todo fue más difícil.

La bola de nieve golpea mi cara. Mis ojos enrojecen. Caigo al suelo y apunto hacia mi tía. La quiero aún cuando dispara y acierta, y lo hace siempre. La enseñas a conducir y ella a tí. El coche no arranca, lo aboyamos y nos quedamos encajados en la maldita columna. Tuve que alejarme. Recé en silencio, como siempre. Salimos airosos y el novio de la tía nos tranquiliza. Años más tarde soy yo el que destroza el retrovisor, pero tú no necesitas rezar para eso, y la tía está casada con otro hombre. Es madre.



Tengo 22 años. Es Navidad de mi vida. Como contigo, después veo a mis amigos. Sigo enamorado. No saben que una vez estuve gordo, que comí en Asia, que tocaba el piano y que de chico le hice un chichón aún niño con una marioneta, como tampoco saben que a veces escribo párrafos. Pocos buenos,  muchos horribles. Las historias sin terminar se amontonan. Los párrafos carecen de sentido:

"La noche cayó y retomaron el plan y la misma conversación sobre lady Amanda y volvieron a brindar. El alcohol aflojó sus lenguas. Compitieron por ver quién era el más varonil de lo cuatro, el más valiente y el que más mujeres había conquistado. Bernard afirmó haber sido muy activo en su juventud. Ninguno le creyó. Las historias de Francis les mantenían en tensión y se olvidaban de beber hasta que alguno opinaba que era imposible matar a dos hombres de un disparo y hacer hablar a un loro de verdes plumajes. Descorcharon otra botella. Ronald relató cómo había conquistado a su mujer.  su "gran hazaña", la llamaba. Resultó ser un cortejo constante y excesivo y la mujer acabó por casarse para dejar de aguantar sus conversaciones y sus continuas visitas a la casa de sus padre. Volvieron a brindar. Pearson sólo hablaba. Le obligaron a hablar sobre las mujeres de su vida. Dijo que estaba casado con la armada. No le creyeron. La señora Smith entró en la habitación y se horrorizó al verlos borrachos y hablar sin sentido. Mientras salían de la fragua acabaron una botella. Era la tercera y brindaron por ello. Incluso Pearson habló antes de pisar la calle.


Te lees mis mierdas. Así es como las llamo, porque son mierdas y son mías. Dices que soy duro conmigo mismo, que me trato mal. Pero si sólo lo fuese conmigo no escribiría esto, porque no me haría falta escribir que te quiero. Antes escribía peor. Frases largas. Puntos y comas. Ahora escribo mucho y, y dicen que esta mal, y me da igual, porque me encanta. Y te quiero.




Estuvimos en Trevélez. Me desgarré la espalda. Estuvimos en Barcelona y en Santander y allí mi ego volvió a matar, y volví a arrepentirme. Pero fuimos felices a pesar de los disparos de lengua. Nos bañamos en el Cantábrico y en las aguas de Sintra. En Colonia las vidrieras cambiaron el color de nuestros ojos y en Bruselas paraste un tren. Eras fuerte. Eres. Burlaste a la muerte. Dijiste que la anestesia era deliciosa y despertaste más guapa que nunca, y a veces se me olvida que siempre lo fuiste. No quieres admitirlo.

Duermes. Traigo una chica a casa. Ansío repetir lo vivido y casi lo consigo. Es hermosa. Me da la espalda. Está desnuda, delgada y tendrá frío. Debí haberla abrazado y querido. No debía terminar ahí, pero tú ni siquiera te enteraste, y cuando desperté tenía ojeras y la mente en un cuerpo que no supe honrar y que nunca más volvería a besar. Han pasado cuatro años y aún no soy capaz de preguntar si hice bien. Pero No hace falta preguntarlo. Sé la respuesta.

Cuanto más crezco más irascible. Admiro tu calma, tu tranquilidad, tu paciencia, y te pregunto cómo lo haces. No puedes decirlo. No sabes cómo. Ojalá hubiese salido a ti. Tendría labios de oro, porque no te hace santo lo que te metes en la boca sino lo que sale de tu corazón, y sólo sale amor puro.  Noto dolor en la vejiga, después en mis partes. No aguanto más la exposición del alicatado nazarí. Geometría bella. El dolor es grande. Irene me espera en casa. Acudimos al hospital y me desnudo. Acudimos a la clínica y me desnudo. Pasan los meses y me desnudo de nuevo. Me meto en el tubo y en el tubo me desnudo, y allí estás tú y esperas con paciencia. Uretes pequeños. Pero estás tú.

Tu cara es bella. Llevas gafas. Sin gafas también lo es, pero las llevas. Siempre lo has hecho. Tu cara lleva gafas. Te dibujo mal, pero llevas gafas y gano un premio por ti y tus gafas. Tengo seis años y la pizarra no es la misma. Las letras caen. Debo acercarme para copiar las sumas y en  Zacatín me compras unas porque allí trabajaba un familiar, y aún guardo vergüenza de mi cara con gafas, porque antes no lo era y ahora sí. Tengo 16 años y me las quito. Tengo 21 y me compras otras, y mi cara es como la tuya, bella, y llevamos gafas. Me gusta.



Viajo con los abuelos a la playa, traemos un televisor antiguo, pequeño, de los de tubo y sin mando a distancia, con botones para cambiar de canal, subir el volumen, encender o apagar. Vemos un programa. Uno de esos horribles para viejos y niños. Tú no estás. Estás en tierra de milagros. En Santiago, Rocamador y Sofía, o puede que eso fuese antes, y me lo cuentas. Apreto la oreja a un móvil gordo, pesado, de los que aguantaban golpes y la batería duraba días. Tu voz es hermosa. El me dice que te diga que te quiere, y lo hago y él ahora ya no está. Pero hubo un tiempo en que estuvo y te quiso. Le añoro. Le recuerdas, pero el a ti no. Pero le recordamos y es hermoso. Tu padre.


Eres una niña con trenzas. Tenías una casa en África cerca de la costa y la vida era un dibujo de esbozos sabrosos. No existo y los días son simples. La comida barata, las misas largas, los parques repletos de niños y las calles de uniformes. La tienda de chuches a la izquierda, el cine a la derecha y el campo de fútbol con partidos de tercera. Es bonito. Eso dices. Era. Tengo 13 años, es feo y no hay cine y los parques están abandonados , cercados por excrementos y colillas chupadas. Pero te creo. Era bonito y tenías una casa en África.

Las horas se consumen como el tabaco. La vida son hojas en la cazoleta, y se consume rápido si aspiras con fuerza. Quema la garganta. Hace daño y da asco. Tienes que toser y los días son agrios. Tú consumes las hojas con lentitud; saboreas el humo de la vida y lo exhalas por la nariz, y te sabe bien. Tienes paciencia.Te envidio por ello. Y por las mil cosas comunes que te hacen extraordinaria. Levantarte, ir al trabajo, comprar, la vida consumida en lo corriente, que es para mí insoportable. Pero es maravilloso. Tienes el coraje de ser normal y ser feliz a pesar de ello. Eso te hace extraordinaria. Más que esa amiga mía única en su especie, capaz de ser la protagonista de páginas que no logro escribir con mi vida. A mí no me vale. No tengo ese don. Escribo y borro y fumo y escribo y leo, y pienso que nada de lo que escriba será bueno. Quizá escribir ya me haga único. Pero la única extraordinaria eres tú. Normal y única, a la vez.



Las luces entrecortadas ciegan los cuerpos cansados. Pedimos unas cervezas. La pista se llena. Fingimos bailar. Me dice que tengo talento. Pero ya no sirve de nada el talento, y sí el dinero, que nos falta a los dos. La publicidad, me dice, la publicidad te da el público, y el público la fama, el prestigio y la sensación de haber creado algo bueno. Algo que merezca ser leído. En su caso escuchado. Tiene razón. Pero sufre igual y  es mayor que yo y aún se empeña en crear algo bueno. Se frustra. Como yo. A él tampoco le sirve la popularidad ciega, y me entristezco. Miro a un lado. Un amigo besa a su chica. Alejados en medio del ruido crean algo que merece la pena ser vivido. Él será grande. Ella ya lo és, y se quieren, mamá. Y se querrán.

Me graduo. Llevas un bolso que oculta unos tubos. Estás hermosa. Me vuelvo a graduar y vuelves a estar hermosa. Cuatro años después repetimos. Estás hermosa. La abuela también. No se entera de nada, pero es feliz. Ve cómo su nieto se saca la carrera. Cree que es para trabajar en la tele, delante o detrás. Dios se lo vuelve a conceder y es bueno con ella. Y eso que ha sufrido. Conoce el dolor de perder a una hija, y comió tierra y golpes de su padre. Conoció el dolor del alcoholismo, el alzheimer y sus piernas estallan cada día. Sonríe. Siempre. Le pide a dios un nuevo milagro. Que su niño se coloque. Espero que no sepa el doble significado. Pero yo también lo espero, aunque no dependa de Dios, que es bueno con ella, y ha sufrido.

El humo es blanco y más sabroso. En mi ojos la imagen de personas, amables todas. Camino sólo y mi cabeza juega con mi ego. Ojalá hubiese sido más amable con esa persona, con esa otra. Con todos. Tu eres amable. No debe ser tan difícil. Pero recuerdo que eres normal y extraoridinaria. Para tí lo difícil es fácil. Siempre has sido amable. Yo no y me arrepiento. Porque quiero serlo. Serlo con quien te hizo sonreír cuando ya no lo hacías; nadie lo supo pero yo era chico y estabas sólo. Los niños no saben lo que es el amor. Pasaron los años. Demasiados. Ya no lo estás y doy gracias. Sé que si no estás conmigo estás en buenas manos, más amables que las mías. Pacté con la tía. Nos levantaríamos al alba y acudiríamos al hospital. Lo hicimos. Pero alguien se había adelantado y te había traído flores, mejores que la compañía de un chico soñoliento. Ahora me alegro.



Viajamos al norte, al fin del mundo. Tu en Castilla y yo con mis amigos. Brindamos por el viaje, comimos y brindamos por la comida para después volver a brindar. Nos emborrachamos y al día siguiente lo volvimos a hacer y repetimos después, porque vimos cosas hermosas y porque estábamos enamorados; y tuvimos que volver a brindar. Hacía calor. El fin del mundo ardía y los oídos no entendían esa lengua, que es la misma que la nuestra, pero hacía calor. Nuestro sudor se mezclaba. Sudamos las rías, la carne, la cerveza y las aguas frías. Me pregunto qué se suda en Castilla. Veo las fotos que mandas. Sé que has sudado mucho y bien, y me alegro de tu sudor, que es claro, dulce y huele a felicidad..

Vemos los fuegos en playas de piedra. Aguas sucias y medusas.  Atenas da paso a  Pekín, y a Londres ya no le hacemos caso, y menos a Río, que allí es de noche cuando aquí es de día, y la abuela se empieza a dormir a cualquier hora. Está mayor, que no vieja. Hacemos caso al mar que siempre ha estado allí, y creo que frente a él se escribe mejor. Es mentira. Pero la idea es cierta. Tan cierta que cuando te bañas estás hermosa. Igual que en África. Tanto o más que en tus confesiones. Hermosos retazos de tu vida. Los guardas y no los sueltas. Sólo a base de pasos caen los recuerdos que yo tanto cuido. Clases en innumerables colegios. Timidez y lenguas varias. Incluso en Catalán, que lo hablabas mejor que los catalanes, o eso dice la abuela, y por eso sé que es mentira. Pero eres tú y me lo creo.

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Miércoles santo, la virgen se encierra. Llueve y nazco. Esfuerzo que merece la pena. No para ver mi cara arrugada. Un chino dice la tía, un ser monstruoso digo yo. Sino por ver la tuya. La fatiga más bella. Roja. Sudada. Hermosa. Tengo unas minutos y ya the he dado la noche. Vendrían más. Cientos. No te quejas. Y es que sabes que soy inquieto, pero cuando duermo no me muevo. Tu duermes como un ángel. Sueño profundo y sereno, que no heredo, y envidio tu respiración, que es profunda y lenta, como las buenas noches.

Ansiedad. Es un salto al vacío en el que nunca tocas el suelo. Otro ángel me rescata. No te alarmo. Estás en la cima de España y allí las noches son hermosas. Me describes las estrellas como islas en el mar oscuro. No te alarmo. El trópico es cálido y Granada seca. Mereces el descanso. No te alarmo. Pienso en ti. Eres feliz. Me hago fuerte.

Atisbo el precipicio del año. Tengo fe y pasaré sin mirar abajo, donde espera mi amigo el miedo, que es cruel y poderoso. Pero estás a mi lado. Miro atrás. El camino es corto, pero de baldosas amarillas. Te invito a que gires la cabeza. Debe ser largo, sinuoso y hermoso a la vez. Como tú, madre.


Feliz año, mamá.

Ángel Cuesta

lunes, 23 de julio de 2018

SUEÑO DE VERANO



Sólo con las punzadas en la sien supo que el día iba a ser largo, sinuoso y sin propósito. Los rayos de un día ya empezado, pero con horas por delante, dejaban atisbar la fotografía incrustada en el techo y que se tomaría tiempo después. Sus ojos, aún acostumbrados a la penumbra de los párpados cerrados, no le permitían asegurar si lo que había en la fotografía eran personas o complejas formas abstractas. La cabeza, que aún pedía un sueño que no llegaría, no supo entender que si había algo colgado de la pared, el techo, o dibujado en superficie sólida alguna de esas cuatro paredes, debía tener algún tipo de valor, ya fuese sentimental o estético. Debía ser algo bueno; ¿para qué recordar algo malo?





Todavía se sorprendía del poder reconfortante que producen los recuerdos de una vida no vivida. Dulces imágenes que no conseguían ensordecer los gritos que provenían de su propio cuerpo, y es que el cuello le gritaba sin cesar. Sus músculos dialogaban a base de pinchazos e incómodos signos de fatiga que, por raro que pareciera, sólo conseguía callar cuando los ponía en movimiento. Fue la búsqueda del reconfortante silencio lo que le hizo ponerse en marcha.



El calor del sol, mayor que el de otros días, le hizo consciente de su cansancio. A menor descanso, más sensibilidad, y con ello la necesidad contínua de evadir su mente de vaticinios fatales. "Todo saldrá bien". Su mentira favorita, tan usada que ya nada aportaba. Un poco de líquido para indicarle al estómago el inicio del día, y un pequeño repaso a las inútiles noticias de diarios digitales.




La calle de día es, en su opinión, el mar muerto de los perdidos. Llena de ruidos y gente ajetreada que no reparaba en ningún momento en los que son como él, que flotaban por la cantidad de sal de tal marea humana. Sentir la poca importancia en el universo ajeno era placentero. Dos personas se cruzan, luego cuatro, seis y así hasta que has rozado tu hombro con un número que excede las relaciones que los hombres son capaces de soportar. Todo sin pronunciar una sola palabra, con lo que deducía que en la calle el cuerpo hace de garganta, y las piernas de excusas.




Su movimiento era el fluir del mercurio en las manos. Tan pequeño, tan nervioso, que no permanecía en el lugar, a menos que se encerrara, y sólo respondiera a estímulos de la temperatura. Al llegar, a penas sin darse cuenta, al borde de una ancha zanja, todo atisbo de inteligencia y valentía se vino abajo y creyó caer al fondo. Demasiado cobarde como para saltar, demasiado humano como para no querer hacerlo. "Si tan sólo pudiera estirar mi brazo hasta el otro lado y traer la tierra hacia mí...".  Pero, incluso en sus propios sueños, lo imposible parecía estar vetado, por lo que tuvo que volver a dejar pasar la luz entre sus párpados al sentir la impotencia.



No fueron los rayos del sol lo que le hizo sentirse vivo de nuevo. Tal vez fueran las luces cálidas o el constante murmullo de la multitud o, más probable, la sombra de un ser al otro lado de la habitación. Si esa mera proyección se le antojaba deliciosa, el sujeto de la misma había de ser alguien extraordinario, mas no halló más que naturalidad al girar la cabeza. Sintió que la embriagación que le proporcionaba tal vista era producto de la pureza, y ciego por este pensamiento, sus dedos empezaron a seguir las vetas de la madera, en la que se apoyaban sus brazos, en busca del valor perdido.




No había nada intimidante en la figura alabada. Nada que le hiciera sentir menos, sólo debía poder hacer frente a la extraña fuerza que le impedía asegurar su dictamen sobre tan perfecta visión. Sin otorgarle existencia al ridículo, al decoro o a cualquier otra barrera de las mentes débiles decidió que esa zanja iba a ser saltada, con una aproximación y unas palabras bien escogidas. Ni clavos, cristales o trampas mortales se extendía en el corto camino hacia el presunto causante de su despertar. A veces conviene recordad a Ícaro ¡Que cruel es el fallo tras la valentía! La figura era fuego y él cera. Los goterones de su valor mancharon de blanco el suelo y, tras un periodo de pisadas anónimas, la suciedad acabaría por enmascararlas.




Él mismo fue espectador de la cruel caída desde su butaca de la decimoquinta fila. "Cuanto más lejos, más chicos son los actores y más insignificante es su dolor". Eran tan pequeños que podía enmarcarlos entre sus dedos. Algo le decía que ya había visto una obra parecida.




En cuanto salió del teatro se sintió desnudo, y, al igual que el resto de viandantes del boulevard, decidió ponerse uno de esos disfraces que tienen por virtud su fealdad y realismo. La cantidad de pelo de su atuendo daba a entender el tipo de monstruo que llevaba dentro. Tal vez así encontraría a su manada o, de no hacerlo, siempre podría vagar por las estepas de asfalto sin atentar a su naturaleza.



Una vez que te acostumbras a sentir el frío contacto de la carne con el suelo todo se vuelve más sencillo: beber a lengüetazos, oler esquinas y esperar con deseo la inmaculada luz de la luna. Quizá tuviese más de monstruo que de humano, y la bestia que llevaba dentro ejerciera el dominio natural de sus actos.




Se unió a una manada de seis miembros, de pelaje gris plata, a los que no tardo en intentar imitar. Ellos le marcaron los pasos correctos del grupo, las normas y las expectativas. Tan abrumadoras eran que sintió ser un lastre para el resto. No estaba tan acostumbrado a pisar el musgo y el barro de lo natural, y retrasaba el avance de los que ansiaba llamar amigos. Necesitaba más descanso que el resto, más calma y el doble de explicaciones.




Una noche, sin previo aviso, despertó en mitad de un agitado sueño, para comprobar cómo era el único de los suyos en el lugar. No buscó razones, sólo sintió un vacío dentro de él al quitarse el disfraz, la misma sensación que se siente al defraudar al admirado. No obstante, la ira no se apoderó de él. El rechazo del resto le impidió ser él el que abandonara una vida para la que no estaba preparado. 




Su deriva mental en ríos de incertidumbre le hizo toparse con una serie de pequeños charcos, dispuestos de manera regular y con una forma circular perfecta. La exactitud de las formas, tan perfectas; así como la claridad del agua, chocaba con la imperfección propia de la naturaleza a la que había intentado acostumbrarse. A simple vista nadie diría que la profundidad de los cúmulos pudiera sobrepasar los tres centímetros. No obstante, en cuanto acercó su cuerpo, se vio reflejado a la perfección. Tal era la fascinación que ejercían los espejos del bosque que decidió limpiarse con sus aguas.



Primero descendió la cabeza, mojó la punta de su nariz, después la barbilla y, acto seguido, la frente. Siguió avanzando por inexplicable que fuese, y al poco se encontraba buceando en uno de esos charcos. La visión era nítida y la temperatura le invitaba a seguir avanzando.Tal era el bienestar que le proporcionaban las aguas que se le olvidó algunas reglas que seguían rigiendo las vidas de los vivos. Empezó a ahogarse.




Guió su ascenso por los rayos rosáceos que provenían de lo que él dedujo como la luz del atardecer o amanecer, pues había perdido la noción del tiempo bajo el agua. Sólo cuando estuvo a punto de darse por vencido ante la falta de oxígeno consiguió llegar a la superficie, donde tuvo que separar sus labios de los de una mujer que lo miraba extrañada. 




Mientras cogía aire se preguntó si lo vivido con anterioridad se debía al contacto con labios tan bellos, o si estos habían sido los causantes del fin de su estancia en tal ensoñación. Quiso creer, no sin reticencia, que el beso le había devuelto al mundo de los vivos. Una segunda oportunidad que comenzaba con una desconocida en una habitación, la cual cambiaba de color y forma cada vez que él parecía desconfiar.



Por primera vez quiso creer todo lo que un amante dijera. Aceptar cada caricia como sincera y cada susurro como real. No obstante, el constante cambio de mobiliario y el mareo que éste conllevaba le obligó a entrar en el juego del querer, a pesar de sus marcadas vacilaciones. Pensó que no era la primera vez que había participado en esa misma farsa y, pese a la vergüenza que provoca fingir, asumió el papel del mejor de los hombres. 




Era tal el castigo ejercido por el cuerpo desconocido que cada vez que él tomaba la iniciativa sufría desagradables fenómenos en su piel. La mirada, parda y deseosa, cubría de arena su vista; sus caricias eras respondidas con abrasivas quemaduras, y sus besos le llenaron la boca de putrefacción, como si mordiera algo carente de vida.




"¿Cómo algo muerto puede acudir en mi auxilio?" Pensó para sí mientras la cama le engullía como las nubes a los pájaros. Aves que acallaron los gritos de la mujer no correspondida y le daban a entender lo lejos que estaba de ella. El canto de estos animales nunca le había provocado la sensación que ahora sentía, mezcla de alivio y pérdida, lo que le ayudó a no cuestionarse su presencia en la arena de una tierra virgen.



Había algo inaudito en esa arena. Sus pies no se hundían en ella a cada paso que daba. Podías cogerla con las manos, moldearla, pero también podías  caminar por ella como si fuese el asfalto de una carretera que cosquillea pies. Las olas del océano eran como un reloj que ha pasado la prueba del tiempo, pues sus movimiento seguía un ciclo exacto de 12 segundos y el agua siempre llegaba al mismo punto, como si hubiera sido creada por una inteligencia terrenal. Se preguntó si, al igual que en la arena, podría sumergirse en el agua, a la vez que andar sobre ella. Pronto abandonó tal curiosidad propia de locos y centró su atención en lo alto de una duna, donde parecía levitar cierta luz multicolor.




Sus músculos, exhaustos, le susurraron miedo. Sus ojos, resentidos, le ofrecieron duras imágenes de lo que pudo haber sido y no fue, y su corazón, de latigazos impredecibles, le hizo respirar por la boca y sudar hasta la última gota de razón. Hasta el más duro de los hombres reconocería el esfuerzo realizado para llegar hasta el lugar donde se descomponía el sol. Su aspecto era lamentable, como el de alguien abatido por los sucesos impredecibles de la vida. Debería haber causado una impresión horrible a la niña que sostenía el arcoiris en sus manos. Sin embargo, esta le sonrió mientras le cogía de la mano y tiraba de él hacia el lado opuesto del agua. "¿Me esperaba?" Era un globo en manos de una inocente.




No volvió a dejar huellas en la arena hasta que no llegaron a una edificación de forma rectangular y paredes anaranjadas, donde pudo observar la inmensidad del océano dejado atrás. El edificio estaba recubierto de un vidrio templado, liso, que daba a la mole solitaria el color del cielo. La chica empujó con sus dedos una de las paredes, lo que debió activar cierto mecanismo desconocido en las tierras de lo ordinario, y se les permitió el acceso al mismo tiempo que se podía escuchar el sonido de una caja de música a buen ritmo.



El interior podría describirse como minimalista, exiguo o pobre. Sólo lo esencial ocupaba espacio alguno, mientras que la música provenía del cadente movimiento de un cazo en una olla ajada por el uso. Era una anciana la que hacía arte de la cotidianidad, a la vez que le dedicaba la mejor de las sonrisas a tan inesperado invitado. Decidió no romper las notas musicales que colgaban del techo de la estancia, y siguió los paso de la niña, que había entrado en una habitación de colores infinitos. Puso el cristal en el único hueco libre y, como si el cuerpo pudiera saturarse por matices visuales, sintieron el mareo que produce la belleza de lo nunca visto, por lo que salieron a tomar el aire que por primera vez era visible a los ojos humanos.




La brisa cogió forma humana y, mezclada con la tierra del suelo, dio volúmenes a cuerpos como el suyo: ordinarios, suaves e imperfectos; necesitados de tacto humano. Las manos se tendieron y le transmitieron el suave calor de la seguridad, con la ambigua mezcla entre calma y excitación que da conocer a las personas indicadas. Esos cuerpos, carentes de carne y oxígeno, tenían tanta fuerza que le levantaron sobre las nubes, donde pudo observar el verdadero tamaño del mundo y eso que es invisible a los ojos terrestres, para lo que el ser humano no había creado palabra.



A su bajada temió caer en el vasto océano, el lugar donde los héroes son olvidados, pero la comprensión de la insignificancia, revelada con la imagen a la que sólo los dioses pueden acceder, le acabó por tranquilizar. Fue recogido por uno de esos cuerpos arenosos que le habían regalado el infinito, sólo que esta vez les recubría una piel firme y poseían gargantas con las que transmitían tranquilidad, confianza y esa sensación de bienestar que produce la sana amistad.


Algo dentro de él entendía que en ese lugar no encontraría zanjas que saltar, ni disfraces con los que tapar su identidad. Entendía que la seguridad estaba garantizada, pero a diferencia del bosque de las bestias, la compañía del lugar era la correcta, pues sentía que con estos seres de la arena podría lograr lo imposible. Sus veteados iris no le traicionaron como antaño, captaron la imagen sin alterar la belleza de lo real; al mismo tiempo que sus oídos la llenaban de matices, y sus vivencias, de buenos recuerdos. Grabó a fuego tal fotografía en su retina.

Sólo el notable cansancio que sigue a la excitación le recordó su condición de humana. No sabría decir qué hora sería, no le importaba, y menos cuando pudo proyectar en la oscuridad de la noche la fotografía de lo vivido en el techo de su habitación. "Bien hace el ser humano al equivocarse".




Ángel Cuesta

viernes, 11 de mayo de 2018

HEREDARÉIS LA TIERRA.



Llevaba muchos tiempo con esta entrada en blanco y, tras una meditación necesaria, he dado con el tema perfecto para ella, pues, además de ser la entrada que más esfuerzo me va a costar, será la última de este blog. 

Llevaba un tiempo escribiendo ficción, relatos históricos que, debido a estar basado en hechos reales, no debía estrujarme la cabeza para idear un final. No obstante, tras un buen rato con la mirada perdida en el rebotar del cursor sobre la pantalla, no pude más. ¿Qué estaba haciendo? Me había dicho que eso era lo que me gustaba hacer, escribir ficción, relatos, novelas, cuentos; pero no estaba disfrutando del proceso.
Por más que me dijera que eso era lo que me gustaba, no lo era, por mucha fe que pusiera en ello. Releí lo escrito y me dí cuenta de algo, que me aburría; me aburría muchísimo leyendo eso en lo que había trabajado horas.

Y sabía por qué; porque le faltaba pasión, le faltaba ganas al escrito, y las cosas que se hacen sin ganas no salen bien. Entonces un miedo se apoderó de mí; un miedo conocido, que no era otro que el de estar perdido dentro de tu vida.
Levanté la vista de esa desgana que podría pasar como escrito de usar y tirar, con los ojos marcados en la oscuridad que procedía de la noche y de un calendario que me indicaba el paso de los años en los debía haber encontrado eso que me apasionaba y a lo que dedicaría el resto de mi vida. Sin embargo, el único respiro que encontré en todo el monumento al desorden que eran mis pensamiento lo encontré en la imagen, el sonido y el calor de tres personas que hicieron de mi vida universitaria el lugar por el que volvería a pasar sin dudarlo dos veces.

Chicos, esto va por vosotros, creedme que lo escribo con todas mis ganas y el respeto que tengo a la escritura y, sobre todo, con el amor siento por vosotros, que es mayor al que he sentido por cualquier mujer, vicio y afición.
Si me dijeran el primer día del grado que iba a derramar lágrimas de tristeza y felicidad por esos tres chicos, me hubiese reído de tal profecía, además de olvidarla por completo.
Llegué sin tener claro nada de la mano de la mejor persona que he conocido hasta la fecha y allí me encontré con dos chicos que poco tenían que ver conmigo, hasta que, con eso que llaman azar, suerte o destino, nuestros caminos se cruzaron, dejando claro que teníamos más en común que unos hermanos siameses. 

¿Será posible que alguien fuese capaz de entender, comprender y respetar todo ese revuelto de caracteres, aficiones, deseos, desengaños y bromas que habitaban dentro de mí? Encima habíamos nacido en la misma ciudad, casi en el mismo barrio y aún así entre los cuatro nos hemos complementado de tal manera que si nos mezclamos saldría una persona que podría ser catalogada como "uno entre un millón".

Cada uno de nosotros compartimos una cantidad inmensa de aficiones y atributos pero, a la vez, una individualidad brillante a ojos del otro.
Incluso yo, alguien con tendencia a la introversión y vivir mareado en una búsqueda constante por el objetivo de la vida plena, que nunca ha tenido unos amigos como vosotro, creo haber encontrado a alguien por el que hacer las cosas con verdadera pasión; sois vosotros. 

Cuatro años dan para mucho, vosotros lo sabéis mejor que nadie. Momentos buenos, muchas risas, multitud de personas, y ,sin embargo, tras estos cuatro años si me preguntasen con qué y quién me quedo, mi respuesta sería como una bala que dispararía vuestros nombres.
En todos esos momentos estáis vosotros, lo que me hace pensar que el hecho de que esos momentos fueran buenos era vuestra presencia; única e intercambiable.

En ese momento en el que me estaba planteando qué era lo que me gustaba hacer, sentí unas enormes ganas por estar vosotros. En ese momento lo tuve claro: "Me gustaría estar con ellos".
Y es que es cuando estoy con vosotros que la pasión por las vida coge las riendas de mi cuerpo y emociones; más que escribir aburridos relatos, los cuales no dejan sacar todo mi potencial.

Volví a mirar la pantalla y me vi inmerso en viaje que llevó a mis doce años. Allí estaba, frente a la pizarra, más bajo y gordito, con la mirada en el suelo. Le doy las gracias a la respuesta de ese profesor a mi excusa de no haber estudiado: "Joder".
Ese joder me llevó hasta aquí.
Tenía 16 años y no era muy dado a eso que quieren llamar filosofía pero, de nuevo, las palabras correctas me enseñaron el camino: "Ángel, no te estás esforzando. Sé que lo puedes hacer mejor".

Alguien confiaba más en mí que yo mismo, y debía responder como se merecía: con verdadero esfuerzo y dedicación.
Ahora era yo el que me hablaba a mí mismo: "Tío, qué estás haciendo, esto no vale nada. Si es que sé que lo puedo hacer mejor. Soy mucho mejor que esto, escrito rápido y sin pensarlo; peor aún, sin sentirlo".

Chicos, no soy alguien que se pueda permitir el lujo de dar consejos, pero sí que os puedo pedir un favor, y es que cuando hagáis las cosas que os gustan las hagáis con pasión. Ya sea por amor propio o por hacerlas bien, pero el mundo tiene que saber lo buenos que sois. Os he visto hacer cosas con pasión y mis ojos no pudieron hacer otra cosa que quedarse atrapados por la admiración que sentía ante lo que hacíais.

Pienso en este blog; lo que debía haber sido una muestra sincera de mí, se ha convertido en un ejemplo de mediocridad, de escritos a terminar y párrafos sin pensar. No lo puedo permitir. Sólo salvaría una decena de entradas, pues el resto no refleja con la profundidad necesaria quién soy. Y soy mejor que eso.

Vosotros sois muy buenos cuando la pasión os mueve, y el mundo debe saberlo. Por favor, no le mostréis al mundo un vago reflejo de vosotros, enseñadle lo que sois capaces de hacer, pues de esta forma os sentiréis plenos y amaréis aún más lo que hacés. Sentiría gran decepción si no lo hacéis.


Chicos, yo tengo miedo a decepcionaros, más que a decepcionarme a mí. Quiero mostraros de lo que soy capaz de hacer, y sólo la pasión me lo va a permitir; así que no esperéis un buen ejemplo del talento de Ángel Cuesta en unos párrafos entrelazados por la necesidad, pues eso me aburre.

No sé cuándo será, pues me lleváis años de ventaja, pero quiero confiar en que, un día, os sentiréis orgullosos de mí. Podréis decir, "yo fui a la facultad con ese tío; era más que un buen tipo".
Va a ser difícil; pues los sueños requieren el sacrificio de dar el paso hacia lo desconocido. Requerirá ser valientes, y pasar por malos momentos. Pero recordad que cosas malas nos van a pasar siempre, pues la vida no son etapas buenas que suceden con etapas malas. No, siempre hay obstáculos que superar; pero sé que sois más que capaces para sobreponerse a los golpes.

Os animo a seguir intentando y que el fracaso sea el muelle que os eleve a la excelencia. Creo en vosotros; como también vosotros creéis en mí. Enseñadle al mundo vuestra verdadera vara, vuestro talento y seréis recompensados.
Estoy seguro que en uno de esos malos momentos sólo tendréis ganas de dejarlo todo, y abandonar lo que siempre habéis querido. Pero ya sea en la barra de un bar con cuarenta y largos, en un piso de soltero sin aire acondicionado; o en un matrimonio sin pasión; recordad que hubo un chaval que se enamoró de vosotros, que confía y confiará siempre en lo que sois capaces.

Os quiero.


Por lo que respecta a esta blog que, sin saber cómo, ha llegado números de cinco cifras, me veo en la obligación de pararlo.
No puedo seguir ofreciendo al mundo una imagen tan vaga de lo que quiero. Ya sea por respeto a la escritura, al público y a mi mismo, en trabajos próximos debo vivirlo con pasión, que cada palabra sea digna de ser escrita, leída y escuchada.

No sé qué más escribiré, si es que escribo algo. Encontrar algo que me apasione y darlo todo...

Muchas gracias por todo.


jueves, 5 de abril de 2018

22



Hay algo que se escapa a todo mi entendimiento; que se escapa a mi razón. Hay algo que no funciona como debería; como nos han dicho y como la razón nos dice que debería funcionar.

Ese algo es la vida.




Y es que la vida iba enserio. Funciona de forma absurda, sin seguir leyes matemáticas; sino injusticias aleatorias y sin sentido. Algo que va más allá de mi sentido común; que empieza sin avisar y termina cualquier día, de la forma más inesperada.




Hoy cumplo 22 años, al menos los cumplo cuando escribo esta línea, y, a pesar de saber que nada ha cambiado, de que el mundo es como ayer y de que mis sentimientos más profundos son los mismo, a pesar de que peso lo mismo y mi cabello no ha crecido; a pesar de ello "eso" es diferente. Y ese "eso" es la vida. No muy diferente, es verdad, es calco de ayer pero más subrayado por el cambio de cifra.




22 años y la vida no es mejor. Que va. 22 años y me pregunto si eso me quita derecho a disfrutar de las reminiscencias de la infancia. 22 años y todo parece estar cubierto de aburrimiento gris; que como tentación te llama con falsas esperanzas para hacerte caminar hacia el abismo que supone crecer.




Es un dulce muy atractivo, con la importancia y seriedad como fondo, con el deber como guía y el tiempo como empuje.
Que el tiempo va hacia adelante es algo inevitable; como inevitable.
Es un dulce sí, pero está caduco, amargo y no es apto para soñadores.




Cumplo 22 años y, a pesar del lastre que supone cambiar un uno por un dos, no puedo estar más agradecido por las felicitaciones que recibo. Se van sumando y soy consciente de que no son algo automático, porque a mí me cuesta... o, al menos, no lo hago con la asiduidad requerida. Puede que sea por tedio o, lo más seguro, porque la otra persona no me importe lo suficiente. Lo cual es cruel, pero cierto.




Igual de cierto es que yo tampoco importo a muchos; y eso es un alivio y a la vez tiene sentido, pues nada hago por ellos. Sin embargo hay unos cuantos que sí me han felicitado, y creed que sus palabras me han hecho sonreír de forma pura y genuina. Al igual que sus abrazos que, como los de mi madre, me han hecho sentir único.




Toca seguir con la mirada puesta hacia adelante y con la tentación de mirar atrás para encontrar placer en lo divino e idealizado. ¿De verdad era tan bonito?, ¿tan inocente? No... pero que bonito es recordarlo así. Recordarlo como algo bueno, aunque me esté mintiendo, hace que mire atrás con sonrisa.


Ahora, ¿qué viene? No lo sé, pero ¿qué importa? Ojalá pudiera mirar al horizonte, citar a Séneca y sentir que el mundo me pertenece y que soy el dueño de mi destino. Pero nadie es dueño de nada excepto de sus propias decisiones. Ni siquiera controlamos el tiempo y nunca lo haremos. Y sin embargo seguimos luchando...

Eso es. Seguir luchando.

Tengo 22 años; sigo siendo un existencialista insomne; sigo luchando.

Sigo soñando despierto; sigo luchando. Sigo creyendo que algo bueno va a venir; y es por ello sigo que sigo luchando. Por que sé que es de ilusos y por eso lo hago; porque sé que si no lo hago no seré nada, pues nadie va a luchar por mí si yo no lo hago.


Venga, haz algo difícil. Enséñale al mundo lo que vales. Confianza, ganas de aprender y una sensibilidad notable. Que no te de miedo a sentir; a ser profundo. Que no te de miedo a fracasar; a quedar por debajo de como estabas antes. Que no te de miedo ni pereza avanzar y volver a empezar. Que no te de miedo a pensar diferente y decirlo. Que no te de miedo ver cambiar tu cuerpo mientras tu ganas y personalidad sean fuertes y nobles.

Llevas 22 años, no es nada, pero es suficiente como para saber que habrá rachas malas, muy malas, regulares y, alguna que otra buena. Es suficiente para discernir lo que es importante y lo que no. Lo que merece tu esfuerzo y lo que no.
Suficiente para saber que hay gente que confía en tí; que te da su mano, su amistad y su amor. Suficiente como para saber que la gente que te ha querido durante 22 años lo va a seguir haciendo.
Suficiente para tener los pies en la tierra; en tu lugar. Ni más ni menos. No eres un idiota, ni un genio; eres uno más que se afila según te esfuerces por seguir adelantes. 

No te conformes con lo fácil; o con lo mediocre. Mira más allá. Afronta tus miedos. No cómo un héroe, sino como una persona que ansía vivir. No caigas en los cantos de sirena, pues nada noble ni de provecho traen. Crece por dentro y agradece todo lo bueno que hagan por ti.
Devuelve cada sonrisa que te dediquen; cada mirada llena de alegría. Acéptalos con confianza y seguridad, pero nunca con orgullo, pues los demás también se merecen tu respeto.

Disfruta con tus amigos; de su compañía. Del tiempo que pases con ellos. Hazlos reír y hazte digno de su compañía. Hazles saber que son los mejores y motívales para acompañarte por este camino que es la vida. Y hazlo todos los días.
Abraza a quien más quieras, con una fuerza pura; que salga de dentro. Esa que no aprieta sin doler. Y hazlo todos los días.

Quien aparezca en tu vida no tiene por qué quedarse. Si es digno de tu amor, ámalo; si no que no te importe, porque el amor superficial viene y va; pero el importante permanece.

Usa tu voz para comunicarte con los que te gustaría hablar, con los que ya hablas y con los que nunca hablaste. Se consciente de tus decisiones y lo que implican. Se consciente de que habrá decisiones que se tomen tras pensarlas, muchas de ellas; pero también habrá cuestiones que se tomen con el corazón, como si de un salto de fe se tratase.

Se consciente de que si otros pudieron tu puedes. Se consciente de tus límites y rómpelos con esfuerzo. Haz las cosas con la seguridad de que no harás daño y así dormirás tranquilo por la noche; pues eso vale más que mil sueldos. 

Que lo escrito permanece, sí. Pero las palabras no vuelan, y sólo pueden ser perdonadas, no olvidadas. 

Haz esto y podrás mirar a los 23 sin arrepentirte de nada.


domingo, 18 de marzo de 2018

¿Es esto la masculinidad?


El título de la entrada ya me da problemas. ¿Debería cambiarlo por "Ser un hombre" o "Qué hace a un hombre hombre? La verdad, da igual, pues no tendré una verdad absoluta para ello, además de que sigo sin saberlo.

Os pondré en contexto. Si sois seguidores del blog, lo cual os convierte en personas con exquisito gusto, habréis leído una entrada en la que hablaba sobre mis problemas a la hora de hacer el TFG, y en la que abordé el tema del héroe.

Bueno, tras chocar de bruces con la realidad de que el día tiene veinticuatro horas y de que hay que hacer otras mil y una tareas, decidí cambiar de tema, pero sin eliminar la figura masculina, como protagonista del trabajo.

Mi tutor del trabajo, quien debe tener una opinión bastante curiosa sobre mí, dio el visto bueno sobre el cambio; aunque reconozco que me acojonó con las fechas. Con las prácticas, de las que ahora no pienso a hablar porque destrozaría el ordenador a base de teclear movido por la furia, no tengo tiempo para investigar e, incluso, la mayoría de películas que veo las veo a cachos.

El nuevo tema, "Los personajes masculinos en el cine negro clásico americano", me llevaba a tener que lidiar con el concepto de masculinidad; lo cual parece fácil, pero creedme que me está dando más de un quebradero de cabeza.

No consigo encontrar una definición satisfactoria de lo que significa ser un hombre, ni siquiera de lo que es la masculinidad; y ojo como me atreva a decir que los hombres tienen pene y las mujeres no... En contra de esto último, ser un hombre, al menos en lo que mi lógica ha dado de sí, además de lo investigado, no tiene nada que ver con atributos ni actos específicos. Es decir un hombre no es el que no tiene miedo, el que no llora o el que no baila. No es que haciendo o no haciendo algo te conviertes en un hombre.

Al menos así lo entiendo yo, y menos mal, porque de la otra forma no llegaría ni a mediohombre. 

Es curioso, porque es un tema que siempre me ha atraído. El camino hacia ser hombre se dibujaba ante los ojos de mi yo adolescente como algo digno de seguir. Pero la vida es lo único que de verdad sigue, y el ideal masculino se convierte en algo más cercano al fracaso que al éxito.

Si os ponéis a buscar información como yo lo hice en un primer momento, es decir, rápido y mal; os encontraréis con un montón de información sobre las nuevas identidades de género, las cuales no me servían para nada; y, lo más gracioso de todo, información para ligar con mujeres. Algo así como ciencia de la seducción.

Ya sabéis que soy curioso. Me fui directo a empaparme con todos esos consejos sobre llamar la atención de mujeres y, creedme, no están tan mal como suenan.
La mayoría son de sentido común y muchas implican un desarrollo personal, más allá de tus habilidades en seducción.


Chicos, chicas, lo que os hace atractivo es vuestra forma de vivir la vida y compartirla. Si tenéis una buena formación en bastantes campos, si viajais, si probáis cosas nuevas, os haréis más atractivos a los ojos de los demás, y más gente querrá formar parte de vuestra vida.

Voy a permitirme un desvío. En una de estas perlas informativas se exponía como un hombre tenía miedo de las mujeres inteligentes. ¡Como si el tio se acojonara al ver a una mujer de verdad! El caso es que, al leer comentario al respecto, muchos lo tenían. Prefieren chicas menos formadas, o lo que es lo mismo, aburridas.

Pero chicos, porque no os puedo llamar hombres, las mujeres inteligentes, formadas, cultas o como queráis denominarlas, son las más divertidas. La única manera de mejorar uno mismo es juntarse con alguien mejor que tú. Si tus amigos son fans del heavy metal, acabarás por escucharlo y valorarlo. Si tus amigos leen cómics de superhéroes, los leerás y te gustarán. Lo que me hace pensar que tengo unos amigos de la ostia porque les gusta la cerveza, el rock y el buen cine. Pero lo que os quiero decir es que mostréis interés por lo que estas chicas os pueden aportar y viceversa. El chico más tímido puede tener una historia que contar, digna de captar la atención de Quentin Tarantino.

Esto me lleva al poder que tiene contar historias. Si sabes contar bien una historia, serás atractivo. Puede que no sea una historia, épica, pero si la cuentas haciendo énfasis en los sentimiento que provocan los acontecimientos que en ella ocurren, conectarás con los demás.

En un podcast en inglés, del cual no me estaba enterando de nada, pude pillar una frase suelta "...the opposite of a man is a boy...". Ahí le has dado. Lo contrario de un hombre no es una mujer, es un chico. Y la diferencia entre un hombre y un chico, además de el vello en los huevecillos, es la madurez. Este es el rasgo que he podido sacar de las representaciones artísticas, de las historias y de los ensayos filosóficos que han tratado el tema de la masculinidad, a lo largo de la historia.

El chico no es maduro, pues no toma decisiones, pues no piensa en las consecuencias de lo que dice y hace, porque no tiene responsabilidades. Y creedme que los hombres del cine negro tienen responsabilidades; sin embargo siguen siendo humanos, siguen cometiendo errores, y me pregunto si la madurez implica no cometer errores o si es el hecho de intentar enmendarlos. Espero que esto último, porque si no sólo habría hombres de hierro; sin capacidad para sentir.

Los protagonistas de estas películas siguen perdiendo la cabeza por mujeres que les llevan a un destino fatal. Siguen eligiendo las opciones menos acertadas para su vida; y viven como si no tuviesen familia ni hogar. Pagan los pecados de su tiempo.

En otras entradas entraré más de lleno en lo que significa ser un hombre para mí, con mis experiencias y mis muchas cagadas.


sábado, 24 de febrero de 2018

Carta a una madre: Del amor, la vida y el tiempo perdido



Mamá, te quiero.

Mamá, el tiempo perdido es el tiempo que no paso en tus brazos. El tiempo en que unas lágrimas no permiten ver lo que tengo delante, pero no son lo suficiente grandes para caer sobre mis pies y limpiar mis ojos. 

Cliqueo, tecleo y aporreo las letras del teclado con una mezcla de furia y asco por el tiempo en que no te digo "te quiero". Escribo porque el amor rebosa de mis dedos y por que las cadenas de lo correcto me impiden salir en tu búsqueda. 



Dios, ma; ¿por qué estoy aquí?. Dices que es necesario. Un proceso que todos tienen que pasar todos los que un día han de ser alguien. Pero, ¿acaso no soy un hombre ya? ¿Acaso no soy capaz de razonar como un hombre medio? Supongo que no, que aún me queda mucho, ma. Pero sufrir no tiene sentido, y menos lejos de ti.

Dónde está el sentido, ¿por qué lo más normal que sería hacer la vida bajo el amor se diluye en la obligación sin sentido y el sufrimiento? Dios, ma; ahora sí que me arrepiento del tiempo perdido. Todo vuelve, menos el tiempo; y ahora echo de menos el tiempo en el que estuve junto a ti y; más aún, me arrepiento del tiempo en el que estando contigo no estuve junto a ti.


¿Por qué la madre, ma? Siempre se vuelve a la madre. Será que no somos capaces de despegarnos de ella, aunque, no creo que tengamos esa necesidad.
Es curioso, fuiste el primer ser al que toqué y, a pesar de que no seas alta, fuerte, y con carácter de hierro, sé que estoy seguro junto a ti.




Ojalá los que están a mi al rededor pudiesen condensar todo el amor, el dolor y la rabia en un párrafo y soltarlo sobre una figura tan potente como la tuya. Levanto la cabeza y lo que aspiro no es limpio; se tiñen mis pulmones de un mundo que oprime al que sigue su naturaleza, al que piensa.



Me duele el cuello y mis ojos se enrojecen. La pantalla no acaricia como tus manos y aún así paso más tiempo bajo su hostil resplandor que escuchando los sonidos de tu boca. Y aún defienden que esto dignifica. Mas lo único que eleva el alma es sentir que haces eso que te llena...  te necesito en esto momento para llenar mi desierto; mi vacío.



Habrás pasado por esto. Lo de hacerse mayor. Lo de hacerse mayor y que la vida se un continuo de obligaciones... irónico que lo diga yo, que he sido tu obligación durante toda mi vida. ¿Cómo se soporta? ¿Cómo se juega a este juego? Dices que uno se adapta, pero ya sabes cómo soy, que ansío aspirar a algo más; pero que lo único que quiero es sentir la satisfacción de los sencillo agitándose por mi cuerpo.



¿Acaso es de soñadores creer que la plenitud es posible? ¿Acaso no es posible vivir de lo que te llena, te hace feliz y ayuda a los demás? Maldita la hora en la que lo complicamos todo. Maldita tu generación que aplasta a la mía y la menosprecia. ¿Cómo puedes pertenecer tú a semejante panda de arrogantes? Escupo en su superioridad, pues podría observarlos desde las puntas de mis dedos y reír delante de sus llanas vidas.



¿Dónde perdimos el rumbo? Cruzamos los caminos para chocarnos con miles de obstáculos que nada aportan. Alimentamos el ego de los que se sienten superiores; alimentamos a los cerdos. Yo les daré de comer su propia mierda, a ver qué tal le sientan. Políticos, jefes, incluso vecinos... están por todas partes, ma; los que dejaron de sentir.


Tú nunca has sido como ellos. Has estado en el lado digno de la vida y todo lo que has hecho lo has hecho con amor. Ninguno de tus errores ha sido por maldad. Ma, eres una buena persona, no lo olvides. Y como tal tienes derecho a disfrutar de todo lo que te rodea; sin temor; sin vergüenza; pues tú, sobre todo tú, tienes derecho a disfrutar lo que has hecho grande; la vida.


Nunca te sientas por debajo de nadie, pues no estás. Sólo los que necesitar fingir superioridad desvelan su patética posición. No los tomes en cuenta. Escupe en sus normas, enséñales lo que vale una persona de verdad y los derrumbarás.



Mamá, no dejes de hacer nada que no quieras; que nadie te diga que es lo que puedes o no hacer; que nadie te insinúe que no vales, pues tu valor cegaría al mismísimo Dios. Camina, respira, habla como quieras y, sobre todo, piensa, juzga. Pon a debate el sentido de todo. ¿Es esto necesario, vale la pena, tiene sentido? Las personas que merecen la pena son las que hacen las preguntas correctas y son capaces de contestarlas con el corazón.


Que no se te escape la vida. Que la sombra del egoísmo no te encadene las manos y te impida tomar posesión de lo que te has ganado y es tuyo. 


En cuanto a mí, no sé cómo seguirá este cruce de caminos. Es el precio que hay que pagar por pensar por uno mismo; por darle un sentido noble a la vida. Me dicen cómo tengo que escribir...a mí. Qué sabrán ellos si sólo se expresan a través de gritos. Yo me los guardo para hacer oír mi voz ante la sedentaria mente que nos aplasta. 




Habrá un día en que seremos nosotros, los que ahora comemos el polvo y olemos la grava los que estaremos en ese lugar, y será deber de mi generación hacer ver que la vida no es un campo de batalla ni un lugar por el que pasar sin tocar nada. Sólo hay una, y esos que la dominan ahora están cada día más cerca de perderla. 


Son ellos los que juegan con esas cartas, son ellos los machistas, los racistas y los adoradores de la posición social... los que ensucian este mundo y después se quejan. Madre los verdaderos genios no están en los ayuntamientos, ni en las editoriales más exitosas. Están donde su voz se les respeta y se valora. Los he conocido en lugares  que muchos considerarían sucios, pero es que temen que les tumben de forma intelectual y les hagan ver la oscuridad de sus vidas.


Puede que siga siendo lo mismo. Un tipo inconformista en constante evolución y búsqueda de algo que me haga seguir adelante. Puede... pero seguiré pensando por mí, seguiré jugando con mis cartas, que no son otras que las del sentido común. Seguiré escribiendo como yo quiera, aunque sea mi retina la única que recibe la luz de mis letras; pues sólo vuelco el diálogo de mi cabeza.

Somos personas de verdad, vivamos