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domingo, 6 de agosto de 2017

REFLEXIONES DESDE LA CAPITAL


Extiendo la mano a modo "Gladiator", como si quisiera acariciar las espigas de trigo enraizadas en el campo de la libertad, pero sólo recibo como respuesta un aire caliente que parece emanar del propio asfalto por el que avanzo.

A pesar de estar en el precipicio del día, a punto de caer al siguiente,  mis ojos se ven estimulados hasta tal punto que en mi iris se plasman las luces verdes, rojas y naranjas de los tubos vivos de neón.

En la capital hay zonas en la que la vida llega a su cenit de noche y se acuesta mientras el resto aún saborea el café que oscurece su esmalte.

Me había vestido con una camiseta de tirantes con un estampado tropical, de esas con fondo anaranjado o amarillo en la que se muestran piñas y alguna que otra pecosa banana. 
Misteriosamente o no , me encontraba en recorriendo una de las calles del barrio más gay del país y, si sumamos a mi atuendo al calor que me pegaba la camiseta a las dorsales, estaba comprendiendo el porqué muchos de los que abarrotaban la calle se me quedaban mirando (o al menos eso quiero creer).

Guiado por el gusto a vagabundear  por senderos desconocidos, había llegado a una plaza estrecha que conectaba, de forma directa, con una calle aún más caliente que la anterior en la que unas mujeres extranjeras parecían esperar a alguien bajo la incómoda luz amarilla de las viejas farolas.

<<Así es como el perdido y asfixiado joven había entablado, por primera vez, contacto visual con los ojos de una prostituta, y debió de ser la vergüenza, la pena, los nervios o la cobardía, que los amarmolados ojos de este se dirigieron al caliente y sucio suelo de Madrid>>

"Así es una puta a medio metro". Lejos de lo visto en películas o videojuegos, se alejaba también de la imagen vista reportajes televisivos, donde por un lado se mostraban chicas jóvenes y esbeltas y por otro mujeres adictas a la heroína o el crack. 
Las mujeres que tenía delante, a las que podía sentir su hastío, se asemejaban más a una mujer normal. Se asemejaban a las mujeres medias, a mi madre, a mi tía y, creedme, a la vuestra. 
No había drogas, ni piernas delgadas y caras libres de arrugas en cuerpos atractivos.

Una de ellas pareció sonreírme con una de esas sonrisas que no dejan ver la blancura de los dientes, una de esas sonrisas que dicen mucho con poco.
No era guapa y, mucho menos, esbelta. Yo no supe como responder a eso. ¿Bajé la mirada o moví la cabeza hacia el lado contrario? Quizá la mezcla de vergüenza (¿por pena?) y nervios se mostrara de otra forma, pero lo que quedó claro es que la vida no es una película.




<<Avanzaba ahora pisando las frases de las plumas, en una atmósfera tan asfixiante como viva. Se vio reflejado en los espejos donde en cientos de escenarios un viejo ciego se viera reflejado. 
Su cuerpo, que había vivido tiempos mejores, se veía atrofiado por la imagen que ofrecían esos famosos espejos. 
La imagen de un cristal ordinario le devolvió a la la realidad más táctil pues tocó su diáfano reflejo, dejando las marcas de sus yemas en él. Un cuerpo medio, ni gordo ni delgado, ni fuerte ni definido, algo fofo dirían algunos amantes de la belleza de revista, pero un cuerpo al fin y al cabo, que servía de recipiente para un universo entero.>>


Algún día escribiré sobre el cuerpo. Es algo que me ha dado más de un quebradero de cabeza sin sentido.

Es tarde, y cada vez más, pero no disipa el número de cuerpos que se mueven por la sopa nocturna que es Madrid. Nada que ver con la mañana siguiente, que fue premonizada en esa noche de insomnio.

Era  madrugada cuando llegué a la pensión. Una de esas en la que los ascensores aún tienen puerta con bisagras y música de oficina.
Era tarde pero aún se escuchaba un murmullo callejero que no desapareció hasta la mañana siguiente, enganchando así con el ruido natural del día.

La noche parecía avanzar tan rápido que el ser tan tarde se convirtió en temprano y creí divisar un cielo más claro antes de que me quedara dormido. Cuatro horas más tarde estaba en un autobús de camino a Toledo.

La llegada a Toledo fue digna de alguna novela caballeresca castellana del siglo XV. Yo parecía haber luchado, de forma reciente, en alguna batalla contra los tunecinos y ahora divisaba el castillo que era el casco histórico, en la cima de una alta colina. Podía oír como se escanciaba el aguamiel, olía la carne de cerdo asado, que daría vueltas sobre una pequeña lumbre, y los pelos se me erizaban con sólo imaginar el dragón que amenazaba ese lugar.

Esta épica llegada se vio apagada en el momento en que vi unas escaleras mecánicas. Nada me pudo hacer más feliz.
No sé quién tuvo la idea de poner esas escaleras mecánicas ahí, pero debe ser la persona que más ha hecho por Toledo desde Alfonso X.


Avanzaba  por el casco histórico, dejándome guiar por mi acompañante. Estaba, de forma literal, rodeado de navajas. Y es que si en Granada las tiendas de souvenir son una constante en el centro, en Toledo lo son aún más.

Lo más curioso fue ver a japoneses entrando en estas tiendas llenas de acero y filos cortantes. 
"¿Cómo va a meter una espada en el avión?" "¿Por qué venden el anillo del "Señor de los anillos en estas tiendas?" Sin duda Toledo estaba siendo una fuente de cuestiones sin responder.

Con bolsos como ojeras y ojos secos como pasas, recibí la visión de la catedral. El hecho de ser de Granada o mi irascibilidad a causa del sueño y la incipiente deshidratación, me hizo exhalar una expresión de la que tuve que renegar minutos más tarde: "Pues... no es pa tanto la verdad". Y no lo era, al menos por fuera. Sin embargo, el interior me cautivó. No solo era enorme, sino singularmente bello. "¿Pero qué hace esto aquí?" (la misma pregunta me surgió cuando el AVE paró en Puertollano).

Unas naves góticas pero amplias, con unos ábsides que nada tienen que envidiar a las catedrales francesas y una sala capitular digna de calcar en la mente. " Cisneros era un gran cabrón, pero tenía estilo".

Se estaba agusto en el templo. La sombra que proporcionaba la piedra que levantaba tan colosal estructura, invitaba a la contemplación y yo la iba a acoger tal invitación con los brazos abiertos.
Trazaba surcos con mis pasos,  pues debía moverme con tal lentitud que apenas despegaba la goma del suelo. Debió de notarse mi primitiva y discreta nuez cada vez que alzaba la mirada y las pupilas se me dilataban por tal oscuridad y belleza.

Así, con el lento ritmo de la libertad llegué al coro. Pocas veces la madera ha adquirido tal grado de belleza. Tal vez, sólo los troncos vírgenes de los robustos bosques del norte muestren tal fuerza en su madera.
No diré más.

El precio de la entrada estaba más que justificado y aún no había visto la custodia que, nunca mejor dicho, era la hostia ( ya nos queda claro a dónde iban los impuestos); así como el "Expolio" del Greco y el "San Juan Bautista con el cordero" de Caravaggio. Alucinante.

<<Tras más de dos horas por el santo templo salieron con un leve dolor constante en los pies y cierto hambre provocado por los pasos en irregulares, pero sin pausa, que habían dado desde su llegada.

El chico sólo pensaba ya en mojar su lengua con cualquier líquido que  supusiera un alivio sobre la sed que tenía. Ya fuese el frescor de una jarra bien fría de agua o la explosión en su lengua de las burbujas de cualquier refresco con el que morder unos firmes , pero quebradizos, cubitos de hielo.

La sed y el cansancio eran visibles, pero el hambre de aprovechar cada segundo en la ciudad que tenía su compañera, les hizo poner en marcha el corazón y llevar la sangre aún no evaporada hasta sus pesadas piernas.>>

Así que hay estaba yo, viendo la estela de la que me guiaba, mientras yo andaba por unas cuestas que en un par de horas se convertirían en un desierto urbano.
La idea de visitar ya la judería no fue de mi agrado, y en mi cabeza resonaron ciertas frases vergonzosas, con las que hubiera enorgullecido a Hitler, Göring y el resto de hijos de puta.

Pero mereció la pena (no como pagar 2,8 euros para ver "El entierro del Conde Orgaz. ¡Por favor que el Prado es gratis para los estudiantes!. 
La antigua sinagoga a la que entramos estaba muy dañada, pero aún era bella, con múltiples arcos polilobulados, que permitían a la imaginación recrearse en cómo de grande fue la belleza y solemnidad de ese lugar.

Lo mejor viene ahora. El sol nos enfilaba como si de un francotirador se tratara. Parecía que la temperatura subía con cada metro que avanzábamos, y así, en medio del desierto fue como se nos apareció la Virgen. El milagro estaba ahí, como si de un espejismo se tratara. "MESÓN PRODUCTOS DE CASTILLA LA MANCHA". El nombre no era original, pero sí descriptivo: había comida y bebida.

Mi alegría tuvo que ser propia de las grandes ocasiones, y más cuando el soplo de aire acondicionado te inunda nada más abrir la puerta.
De primero pisto manchego, de segundo... "¿Qué es Secreto Ibérico?" " Un filete de cerdo que..." La boca me salivaba tanto que podría haber inundado el local de habérmelo propuesto.
"¿Me lo recomienda?" Esto es el gesto. No abrió la boca para articular palabra, simplemente puso sus dedos en forma redonda y asintió con los labios apretados. Eso señores y señoras es un camarero. Tuvimos una conexión que ni la del Dream Team del 92.

<< Clavó el pesado tenedor en la jugosa y brillante yema, que bañó ese generoso pisto de una capa de sabor intenso y agradable al paladar.
Como si de una poción mágica se tratase, la comida les revitalizó hasta tal punto de planear la próxima ruta. 

Como si  un videojuego fuese, la comida les rellenó la barra de energía que tanto habían gastado.

El calor extremo, escuchado en tantos advertencias, se hizo realidad.
La piel parecía a arder bajo los violentos golpes del astro que dominaba sus cabezas>>

Acabada la visita tuve una sensación de conexión con esos que defienden su propia ciudad sobre todas. No soy de los que piropean su ciudad, pero tengo que decir que el hecho de ser de Granada hacen que mi admiración ante la belleza de otras sea menor, de hecho, ese clima ,que tantos apuros nos hace pasar, se me atisba hasta generoso en comparación con el desierto que es Toledo y el ardor que permanece durante toda la noche en Madrid.

El viaje de vuelta no pudo ser más rápido. Cerró los ojos y sin soñar los volví a abrir en la estación de destino.

A pesar de lo dicho, las reflexiones surgidas de mi paso por la capital, fue también un modo de evasión para los engranajes,  un tanto oxidados, de mi cerebro.
No estar allí de tránsito me permitió dejarme llevar y procesar todo lo que pasaba sin nada previo en mi cabeza.

Paso por un salón romántico, de esos con piano y lámpara de araña, en el que una bella joven se encuentra rodeada de cuadros bien definidos.
Entre esculturas de ganadores, mitos y leyendas.
Entre imágenes movientes que crean historias.
Por calles abarrotadas. Por calles desiertas

Una tarde, que se alargó más de lo habitual , llegué a la Latina, el barrio en el que se encuentra uno de los lugares más extrañamente atractivos que he visitado. 
"La tabacalera". Una especie de centro social para el barrio, donde diferentes comunidades y grupos se reunían para crear y aprender.

Alli me recibió una intensa danza bañada por un penetrante incienso que me debió hipnotizar durante varios minutos, en los que no aparté mi vista de esos cuerpos femeninos, que ni esbeltos ni blandos se movían al son de un ritmo elevado.
"Esas mujeres molan".


En mitad de uno de los pasillos y mientras paseaba mis manos por las diferentes puertas que daban acceso a un sinfín  de habitáculos en los que se veían películas, se enseñaba o se tocaba música.
Todo decorado con graffitis que parecían alargarse hasta el infinito.

En ese momento, en el que sólo yo recorría el pasillo, me surgió la duda de si en un futuro iba a vivir en esta ciudad. 
Ya sea por seguir estudiando o por motivos de trabajo, esa ciudad podía convertirse en un hogar, lo que me dejó una sinuosa intranquilidad mezclada con la adrenalina de lo nuevo.

Cojo el ave. "Próxima parada: Puertollano". 
"¿Pero qué coño hace una parada de AVE aquí?"



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