POLANOISE
Es verano y el aburrimiento llama a las puertas de la inconsciencia.
Lo que en un principio fue una ocurrencia sin sentido, como las que yo tengo, se convirtió en realidad. Fui a Auschswitz.
Esto no es más que el diario de mis días en Polonia. Con ello no intento revivir la literatura de viajes, ni escribir un relato de aventuras como la “Narración de Arthur Gordon Pym”.
De forma simple, se trata del revuelto producido por vivencias, miedos, deseos y un poco de imaginación, del tiempo transcurrido al otro lado del telón de acero.
El tiempo era bueno en Málaga por lo que el retraso del avión se debió al típico retraso con el que el destino dota a cualquier medio de transporte que tengo el acierto de coger.
También pudo deberse a que el avión acababa e llegar de otro destino. Por lo que se ve es normal que un avión se de la vuelta al mundo antes de llevarte a ti.
No fue el retraso ni el miedo a a un avión quemado lo que más me tocó lo huevos, sino la inmensa marea e padres, madres y niños cabrones, que se abalanzaban ante la puerta de embarque, por miedo a tener que facturar, y el posterior latazo que iban a dar los críos en un viaje de casi 4H.
En verdad, para ser yo, lo llevaba bastante bien. De hecho, antes de embarcar, a la hora de sacar la tarjeta de embarque, la mujer al cargo del stand de Norweigan me avisó de que no había espacio suficiente en la cabina y que lo mejor era facturar mi pequeño equipaje de mano.
Insistió tanto que no me quedó otra. Me vi obligado a facturar.
La mujer estaba tan acostumbrada a tratar con personas al borde de la desesperación que tuvo la ocurrencia de intentar alegrarme con un “Te he ahorrado un buen dinero. Te la he facturado otra”.
Le contesté que ahorrar no me había ahorrado nada, ya que es mi derecho llevar un equipaje de cabina.
Pero ella me facturó con la mirada y ya estaba timando al siguiente de turno.
Y sí. Amigos míos, sobraba espacio en la cabina. La mujer anterior se había encargado de acojonar al personal y, sólo los valientes y experimentados, habían colado maletas (maletones de peso, en los que te cabían diez kilos de melocotones y aún sobraba espacio para dos melones) en la cabina, justo sobre nuestras cabezas.
Me ahorraré los avatares del viaje, de los niños y de las miradas psicópatas de ese azafato que parecía haber metido los dedos en el enchufe.
Llegué así al aeropuerto Frederick Chopin, Varsovia, tras 3h 45min en el avión.
Me vais a perdonar este inciso escatológico, pero uno de los temas con los que me rebano la cabeza en los viajes es el tema de cagar.
Parece que cuando uno viaja se le cierra el culo, haciendo que te preguntes donde se acumula todo eso que estás comiendo (que en viajes suele ser mucho).
Como tenía tiempo antes de que mi maleta empezase a salir por la cinta transportadora , y había sentido algún retortijón en el obviado viaje, pensé: “Va, esta es la tuya angelote. Hoy cagas”.
Primera lección aprendida: No te sientes en un váter desconocido. Pon siempre papel o algo que evite el contacto de tus cachetes con la, aparente, limpia taza.
Ahora os diré por qué, ya que primero tuve que salir con la cara del color de una sandía abierta, tras el esfuerzo titánico que realicé para poder superar el miedo al estreñimiento un día más.
Ya con las maletas circulando lo empecé a sentir. Un ligero picor en el culo que iba a más.
Su puta madre, con que lejía limpian aquí los váteres. Les sobraría vodka de los tiempos de Krushev o lo que fuese, pero el picor alcanzó otra zona complicada aumentó de intensidad.
El hotel, una auténtica pasada en la que podías escuchar la tele en el baño, decidí echarme agua fría por toda la zona, mientras me rascaba incesantemente.
Creedme que de no estar tan abajo, hubiera metido los huevos en el minibar y envuelto otra cosa con las botellitas para refrescarme.
Las recepcionistas, que eran todas bastante guapas (cosa que iba a ser normal) y hablaban un inglés que de tan bueno no las entendía,me recomendaron un local de comida tradicional en el centro de Varsovia.
Aprovisionado de Zlotys y ganas de ver una capital, cogí un taxi que en España me hubiese dejado sin cena. Sin embargo los 16 zlotys que costó el viaje resultaron ser 4 euros al cambio. Un inciso curioso de los taxistas es que todos eran viejos, pero escuchaban música techno, como si la salida del comunismo les hubiese envuelto en una atmósfera de infinita juventud.
El destino era un local bastante amplio y acogedor, en el que unas guapísimas camareras vestidas de forma tradicional te servían grandes porciones de salchichas, chucrut (joder, el repollo este estaba de lujo) y unas especies de empanadillas a base de masa de patata llamadas pierogis.
Para que os hagáis una idea sobre el vestido/disfraz de estas chicas, si sois asiduos al festival de Eurovisión recordaréis la actuación de Polonia unos años atrás, en el que otro grupo de mujeres (también guapas, como no) hacían como si trabajasen en una granja mientras cantaban algo que nadie entendía.
Ese es el vestido al que me refiero. Rojo y con adornos florales.
La comida, oye, cojonuda.
El precio, oye, deliciosamente barato.
La cerveza local, oye, quedemonos con la española. La cerveza polaca, al menos las que probé, estaban bastante dulces para mi gusto Pero la comida compensaba ese atentado a la exquisita fermentación de una buena cerveza.
Tras la cena, el paseo reglamentario para bajar la comida.
Lo que bajó fue la temperatura. Acostumbrado a vestir una camiseta y pantalones cortos como si de una segunda piel se tratasen, pequé de pardillo y confiado y los pezones se me pusieron en posición de disparo.
¡Buah! ¿Así es el verano aquí? No me extraña que todos los años una ola de rubios invada España. Si llego a exagerar un poco más, me leeis echando vaho por la boca y con los dedos de los pies recogidos en puño.
Varsovia por la noche dista mucho de otras grandes capitales europeas. Por sus largas avenidas la afluencia de gente no era la propia de las grandes urbes. Quizá no las vi, puesto que, tanto en Varsovia como Cracovia, la iluminación era muy pobre, como si quisieran ahorrar y acojonar a la vez.
La primera noche en suelo polaco fue, de forma literal, muy irritante, tanto que no podía dormirme a causa del picor (o a que soy un insomne de mierda). Supe que dormí algo, ya que tuve lo que yo llamo un sueño-pesadilla psicópata, en el que intento escapar de alguien que me quiere joder vivo, para después acabar acuchillando a ese asesino de pacotilla.
Con este buen feeling amanecí, además de con el mapa de la polinesia en mi culo por causa de las ronchas.
Varsovia de día no tiene nada que ver. Es una ciudad preciosa, que permite ser contemplada sin la ansiedad del bullicio propio de otros destinos más turísticos.
A pesar de la noche, estuve con un buen estado de energía y ánimo para afrontar la visita. Tanto que hasta conseguí sacarle la sonrisa a la farmaceútica (que obviamente era guapísima), a la que pedí una locción para el picor.
“Well, I wanted to go to the bathroom and... and I seated on the... the vater ,you know, the wc, and the all my ass started to scracht and...”
No sé que coño dije, pero tras reírse un rato me dio una pomada que funcionó.
Os recomiendo que hagáis uno de esos tours temáticos a los que te puedes unir y después dar el dinero que quieras al guía.
Realicé, por la mañana, el que recorría la ciudad antigua mientras narraba la historia de la ciudad.
Oye, muy chulo. Para los frikis como yo de la historia es una delicia poder estar al frente de esos inmensos y preciosos monumentos mientras oyes anécdotas, batallas, etc.
La guía, guapísima por cierto, conseguía transmitirte toda la ilusión que ella ponía en la historia de su país, aunque te recordara, cada dos por tres, que todos esos monumentos y plazas tenían menos años que mi abuela.
Sí, los nazis se encargaron de dejar en ruinas la ciudad, pero la reconstrucción es formidable. Tanto la del palacio como la de todo el casco histórico.
La verdad es que los polacos son un pueblo del que envidio su fortaleza. Han estado toda su historia puteados por todos los lados. Por ejemplo, los últimos 150 años han estado bajo el dominio del Imperio Austro Húngaro, Alemania y Rusia. Después los putos nazis y después la URSS. Aún así han conseguido levantar un país que quedó gravemente dañado.
Las historias de esos que se sublevaron ante el enemigo, en una ciudad a punto de la destrucción, levantaban la admiración a cualquiera.
Esos cuerpos deslizándose por la cloacas se llevan todo mi respeto.
Aprecié que les encanta la música, la buena música. No era difícil encontrar con frecuencia grupos de violinistas tocando en las calles y casi todos los días había conciertos en algún punto de la ciudad.
La sombra de Chopin es alargada.
Antes de despedirme de la capital, me dirigí a visitar otro lugar de la ciudad. Alguno en las que las huellas de la guerra no fuesen tan fuertes.
Llegar al barrio de Praga en el mapa era sencillo. Cruzas el río vístula y llegas. Ya ves tú, que es cruzar un puente.
Pues su puta madre el puente, cojones eso es una autovía interestatal, no se acababa nunca.
Cruzarlo me dejó tan exhausto que, cuando llegué a mi destino, solté un “Foh... y habrá que volver”.
Al menos hice hambre para disfrutar , aún más , de la comida.
Tras abastecer bien mis reservas de grasa , glucógeno y ánimo con el desayuno del hotel, que era tan impresionante que necesitaría una entrada y una oda sólo para hablar de él (con deciros que había un panal real con miel y salmón noruego...), me dirigí a la estación para coger el tren a Cracovia.
Tres horas después y salgo directo a la luz del sol polaco.
Parecía que el cambio climático había apretado el acelerador, pues hacía un calor de récord, además de una humedad que me iba a tener el cuerpo en constante remojo.
Nunca llueve a gusto de todos, me dije, mientras me dispuse a coger un taxi. “Aquí estan tirados de baratos y llegaré en un periquete”. Bueno... De no ser que veía el GPS del taxista, pensaría que me estaba timando.
Tardamos como media hora en llegar, sino más. Y es que la estación no estaba cerca del centro o, al menos, cerca de nada que mereciese la pena. Además, media ciudad se encontraba en obras, y eso es algo que en una ciudad medieval complica las cosas.
Hay varias cosas que iban a ser muy diferentes a las vividas en Varsovia. Tranquilo, las mujeres siguen siendo muy guapas.
El hotel parecía haber sido construido para aprovechar el máximo espacio posible. Era, de forma literal, una esquina. A cualquier cubista le hubiese encantado estar e una de esas habitaciones de planta irregular, parecida a una punta de flecha.
Por lo demás estaba bien, con aire acondicionado , una ducha decente y un ambiente para nada ruidoso.
Lo mejor eran las vistas a la colina de Pável, donde se sitúa el castillo y la catedral (quizá era una iglesia pero eh, que más da).
Casi que podía tocar la torre desde allí; sólo el Vístula nos separaba.
Menos mal que había hecho gala de mi buen comer en el desayuno de Varsovia (seguro que ya me conocen como el monstruo de Varsovia), pues había llegado tan tarde que lo mejor fue tirar directamente a ver la ciudad.
Sólo tardé diez minutos en llegar a la cruz de Katyn y, a pesar de mi apariencia lamentable, impregnado de sudor y con unas ojeras como bolsillos, me apunté a una excursión por la ciudad (también free tour) cuya temática era la Segunda Guerra Mundial.
El guía, esta vez hombre y supongo que guapo, parecía vivir cada palabra que salía de su boca. Poco más y le vemos vestido como un miembro de la resistencia atentado contra alemanes.
La excursión fue una auténtica pasada. “¿Cómo han pasado tantas cosas por estas calles?” “Tenían huevos estos polacos”
Efectivamente, tuvieron que tener unos huevos dignos de admiración para supera a esa etapa tan negra que fue la ocupación.
El guía nos habló de los atentados contra la población polaca, los provocados por parte de la resistencia, las vidas de las personas que ayudaron a cambio de nada... hasta salieron por ahí Juan Pablo II, Oskar Schindler y alguna que otra perla.
Las historias sobre esas personas que ayudaron a otras, a pesar, de poner en peligro su vida, eran increíbles.
Pasábamos por sus casas, por donde vivían, y el guía lo vivía con tanta fuerza que dejarían a “La lista de Schindler a la altura del betún.
Es curiosa la manera que tenían los alemanes de destruir la cultura y educación polaca. Todos los famosos intelectuales polacos, como Copérnico, eran, de repente, de ascendencia alemana.
De hecho, en manos del nazi de turno, Chopin era un genio y como era un genio no podía ser otra cosa que alemán.
La historia de la Universidad Jaguelónica (ni idea de cómo se escribe) se inscribió en muchos de los atentados que los fascistas y otros gobiernos no democráticos cometieron contra la educación y la inteligencia.
Los altos mandos alemanes reunieron a todos los profesores de la Universidad y los llevaron a campos de trabajo y concentración en Alemania (Dachau).
Sólo tras la presión de altas figuras italianas, los prisioneros fueron liberado, excepto los judíos, a los que nunca se les volvió a ver.
Estos profesores participaron en la Universidad clandestina, pues para los alemanes, los polacos no debían de saber más que contar y leer.
Una universidad con mil estudiantes que se reunían en secreto en pisos o donde pudiesen. Eso son ganas de estudiar. (Hubo gente que se tituló en clandestinidad y sus titulos tuvieron validez tras la guerra).
Pasamos por una antigua prisión para polacos, en la que los nazis encerraban a cualquiera que supusiera un peligro contra el orden.
De hecho, el guía nos comentó que había una lista en la que te podías apuntar si tenías ascendencia alemana. Esto te daba más privilegios, aunque en la práctica significase sólo estar menos puteado.
Un gran número se apuntó a la lista, pero otro grupo lo veía como una traición. Es aquí donde entra en juego la resistencia y su fascinante historia.
La resistencia tenía una serie de tribunales en los que debatían sus acciones e, incluso, sentenciaban a muerte a diversos traidores y alemanes.
Uno de esos traidores trabajaba en esa prisión. Se dice de él que era un sádico y que trabajaba por la mitad del salario, ya que ver sufrir a los prisioneros le proporcionaba un gran placer.
El tribunal clandestino lo sentenció a muerte y le hicieron una “visita”.
En esa cárcel estuvo preso un campeón olímpico de salto que consiguió escapar tras saltar por la ventana (a una altura de hostia segura) y superar la muralla de la prisión. Según las crónicas, este campeón dijo que había sido el salto más importante de su vida.
Ya me estaba oliendo algo raro con las historias y uno de los que hacía el tour, un mexicano de mediana edad que no paraba de comer chuches, continuó de nuevo con sus preguntas imbéciles (a que coño viene preguntar el por qué Polonia no usa el euro en medio de una sala de torturas de la Gestapo).
Digo que me olía algo raro, porque esas historias parecían estar escritas por un guinista de Hollywood, sobre todo cuando nos soltó una protagonizada por Juan Pablo II en sus tiempos mozos.
Al mexicano no parecía afectarle el Jet Lag y no paraba de interrumpir y alargar la ruta con sus constantes intervenciones.
“Que pena que no estuviese por aquí un Hans Franz o un Himmler para callarle a hostias”- pensé.
El guía en su salsa, nos conseguía motivar mientras nos deshidratábamos a cada paso que dábamos.
En Cracovia vivía un conocido dentista, del que se decía que pasaba información a los nazis.
Estos de la resistencia decidieron hacerle una visita a su consulta. En ella se encontraba un cliente, que tuvo que llevarse una sorpresita al ver cómo se cargaban a su dentista mientras este estaría leyendo la revista de turno o sentado en la tumbona a punto de que le empastaran una muela.
Me imagino al hombre llegando a casa, donde su mujer le estaría esperando: “¿qué tal el dentista, cariño?” “Ehh bueno... ya te contaré... intenso”.
Bueno pues este pibe resultó ser un funcionario que trabajaba para los alemanes.
Al enterarse de esto, los putos amos de la resistencia decidieron visitarle.
Se vistieron con uniforme alemán y llamaron a la puerta de su casa.
Les abrió su mujer, que estaba embarazada, y ella, de forma automática les saludó y entregó una lista con nombres de polacos a los que encarcelar y matar.
El líder de la resistencia le dijo “danke” y al poco volvió para cargarse tanto a la mujer como al marido.
¿Os imagináis la cara del hombre cuándo su mujer le contó lo que había hecho? ¿Y si luego hubiesen venido los alemanes de verdad?
“Menuda comida tuvieron que tener”- pensé (me meto mucho con el mexicano, pero en mi cabeza me hacía preguntas más imbéciles si cabe).
Parece un acto cruel, pero es necesario entenderlo, pues este era el tipo de decisiones que tenían que tomar los polacos y su resistencia.
Muchos miembros de la resistencia terminaron con problemas psicológico a causa de los actos cometidos, pero no les quedaba otra. Aquí no aplica, de forma completa, el “morir de pie, en vez de vivir de rodillas”, pues lo más probable es que te matasen aunque hincases las rodillas hasta agujerear el suelo.
Termina la excursión. Dos horas y medias recorriendo Cracovia mientras narraban historias que acaparaban mi atención como cuando le das un móvil a un crío. Llega la vergüenza.
Veréis, no tenía mucho dinero y no sabía lo que iba a necesitar durante todo el viaje, vi que alguno metía un billete de 100 zlotys, pero yo es no me iba a arriesgar a quedarme sin dinero.
Rebusqué en mis bolsillos y reuní la friolera de 7 zlotys, que metí con disimulo en la bolsa. Estos, al caer, provocaron un leve sonido que me llenó de vergüenza.
Dos horas y media de master class que había pagado con menos de dos euros... En fin, confiemos en la generosidad del mexicano, cuyos fuertes sorbos a un infinito granizado aún resuenan en mis tímpanos.
Creo que nunca he visto una plaza más grande en mi vida. Sin duda, la plaza centra la ciudad vieja de Cracovia es digna de todo tipo de piropos.
El ambiente era tal que llegaba a ser asfixiante. Estaba, de forma masiva, llena de turistas.
Estos, como yo, debían de sentirse un poco perdidos y mareados ante tal olor humano flotando en semejante belleza.
La plaza era como un auténtico panal, en el que nosotros, las abejas, íbamos y veníamos de diferentes calles para admirar sus puestos, fachadas, iglesias y demás edificaciones.
Me sorprendió la cantidad de turistas españoles por la ciudad. Estaban por todas partes y eran reconocibles por dos razones: eran los más ruidosos (de hecho, llegué a escuchar un “la vin hermano que puto calor” de un grupo que estaría a veinte metros) y por feos.
Reconozcámoslo, no podemos competir en esto.
No sé que pasaba en la hostelería de la ciudad que no te atendían ni aunque les mirases con cara de “Sabes que llevo 20 minutos esperando a que vengas, sabes que te estoy viendo sentao con el móvil y sé que me has visto”.
Esto pasaba en TODOS los establecimientos de la ciudad. Daba igual el barrio en el que estuvieses.
No sé si es la constumbre o qué, pero si vais a echaros un café o una cerveza, tened paciencia.
¡Ni para cobrar se dan prisa!. Llegué a pensar si es que me veían cara de gilipollas o de mierdecilla con patas, pero me alivió el comprobar que no era el único al que esto le pasaba.
Varias veces ví como grupos se levantaban e iban del local, por el tiempo que llevaban esperando, mientras lo camareros se rascaban los huevos 24/7.
En los restaurantes a los que fui la comida estaba muy buena y no era caro, pero hay una serie de cadenas de comida típica en las que puedes incharte por na y menos.
Una de ellas ofrecía la opción de buffet de ensalada por menos de 6 zlotys. No sé si se podía repetir, pero lo hice al menos cinco veces.
“¿1 euro y medio y puedo comer todo lo que quiera? Estas la han cagao conmigo”.
Debí de ganarme el sobrenombre de “El monstruo de Cracovia” y no se que pensaron las chicas de ese local, que por si os lo estábais preguntando guapísimas, algo que no me acobardó para salir de ahí habiendome inchado a pollo empanado, patatas y ensalada por 6 euros.
Por cierto, hay unos locales cuyo nombre querría decir algo así como “bares de leche”. Son una especie de restaurantes propios de la etapa comunista en los que comer si tienes poco dinero.
Era comunista en todo, tanto en decoración, como en las mesas y en la forma de servirte. De hecho, eran de esta etapa hasta las que lo regentaban, pues tendrían todas unos setenta años (aunque supongo que en sus tiempos eran guapísimas).
Me gusta mucho hacer ejercicio, pero la ciudad me iba a poner a prueba.
Me levanté, me inyecté el café en vena, y salí a aprovechar la ciudad al máximo.
Desde la Barbakana hasta la colina de Pavel, tres horas de “excursión” bajo un calor de campeonato, y es que en Cracovia había una humedad con la que te bañas de sudor desde las diez de la mañana.
Hacer gala de mi apodo como monstruo, para recargar energía, y de nuevo en pie para aprovechar el tiempo que me quedaba.
El barrio judío de Cracovia, Kazimier, fue todo un descubrimiento. Es el lugar perfecto para estudiantes y artistas: barato y con ambiente. Como Pedro Antonio de Alarcón, pero en grande, con más índole intelectual y con mucha historia detrás.
El lugar perfecto para charlar con los amigos mientras os ponéis hasta el culo de cerveza y carne a la barbacoa y pasar a hablar sobre las polacas con las que nunca estaréis.
Creo que serían las cinco de la tarde cuando llegué a la antigua sinagoga. Era tal el agotamiento que compré una botella de agua, y al darme cuenta de que era con gas (se bebe mucho esta guarrada por esta zona), me la eché entera por la cabeza.
De repente, vi a la guía que iba a enseñarnos la “Cracovia judía” a mí y unos treinta españoles más que se encontraban tirados y medio muertos, delante del templo.
Fue como un espejismo en medio del desierto. Surgió de la nada, como si el propio Yahve la hubiese creado ahí mismo. Una chica joven, extrordinariamente atractiva, a la que el calor no parecía afectarle.
No sé dónde aprendió español, pero tenía un deje constante que se transformaba en una "afirmación interrogativa" al final de cada frase ¿sí?
Como dije ¿si?, el barrio judío es un imprescindible a visitar en la ciudad ¿sí?, pero los nazis no iban a vivir tan cerca de los judíos ¿sí?
Perdonadme, durante la ruta no sabía dónde tenía la cabeza.
Por un lado llevaba kilos de fatiga encima pero, por otro, tenía la falsa necesidad de aparentar algún atisbo de seriedad ante la comunidad judía y los acontecimientos que se nos narraban.
Los nazis no iban a vivir tan cerca de los judíos, así que los mandaron a otro barrio (Podgórze), por lo hubo que andar aún más y de paso podías cagarte en los muertos de Hans Frank.
El Ghetto, del que aún se conserva la mayoría de viviendas y parte de la muralla, era una edificación sucia, gris y asfixiante.
Pensar que aquí se reunieron decenas de miles de personas, conviviendo hacinadas en viviendas pequeñas, donde tenían que convivir tres o cuatro familias, te da una mínima idea del grado de alienación que sufrieron estas personas.
Esta es sólo la punta del iceberg de la crueldad alemana.
Si con las perrerías hechas a los polacos no era suficiente y estos tenían que vivir de forma miserable, los judíos no vivían.
A eso no se le puede llamar vivir. Es sobrevivir y no sé cómo lo hacían.
Se encontraron restos de algunas celebraciones y máquinas para hacer helados, por lo que sabemos que intentaban seguir adelante, a pesar de que su destino ya estaba escrito en esas paredes en forma de tumba judía.
Que esas personas intentaran seguir disfrutando, como fuese, de la vida, me hace reflexionar sobre lo fuerte que nos agarramos a la vida y las intensas ganas de vivir de la que hicieron gala.
Lo perdieron todo, incluso el derecho a ser considerados seres humanos.
¿Cómo se les pudo ir tanto la cabeza a los alemanes? Esto pasó hace setenta y pico años. Mi abuela ya tenía ocho años cuando esto pasaba.
Que no vengan con que los alemanes no lo sabían o con que ya no deben sentirse culpables.
Lo que pasó no tiene perdón. Ni siquiera en las pesadillas más perversas pueden recrearse imágenes como estas.
Yo siempre he sido muy de decir: "Joder otra peli de nazis y judíos,etc", pero cuando llegas a entenderlo un poquito, toda esta aparente "obsesión" con el holocausto cobra sentido.
Bueno, vamos a darnos un respiro, que hemos terminado en la fábrica de Schindler, cerca de las afueras) y nos queda regresar.
Otra vez la vuelvo a cagar y me cuelan agua con gas. Ya me da igual, con sed de verdad todo líquido vale.
Venga, estás en Polonia, tienes 21 años, algunos zlotys sueltos y no tienes pensado nada para hacer a la mañana siguiente.
Tenía que salir por la ciudad y ver cómo es la noche. De hecho sentía la necesidad, por lo que me obligué a ir directo a la ducha y hacer presencia de esa energía que tiene la juventud.
Una noche cálida y poco iluminada, el ambiente propicio para pasar un rato interesante en un país extranjero. Y... bueno... a ver si pasaba algo que después pudiese contar.
A ver, ya somos todos mayorcitos para saber que las cosas no son tan buenas, ni tan malas, como nos las imaginamos.
No me había imaginado que iba a salir a hombros por las calles medievales de la ciudad, ni con las chicas polacas acosándome para que les diese mi número o suplicándome que les hiciera de todo.
Pero lo que tampoco había imaginado era lo subnormal que podía llegar a ser.
Estuve descubriendo callejuelas de la ciudad antigua, en las que poder asentarme un rato, con alguna bebida de las que hacen perder la vergüenza y la memoria a partes iguales.
Encontré un garito que me llamó la atención por el nombre: "The dog in the fog". El perro en la niebla... suena bien.
Era acogedor, pero nada del otro mundo y lo recomiendo sólo para beber porque la comida tenía pinta de tercermundista. Hacía bastante calor. Allí lo del aire acondicionado como que para qué.
Me entregué a la oscura bebida que tenía frente a mí. El sonido subía a la par que las finas burbujas de la cerveza negra, que debía ser la llave hacia el resto de la noche.
Se encontraban allí un grupo de chicas polacas, que debían de haber conocido a unas españolas que estarían realizando un Erasmus (no tengo ni puta idea de esto, fue lo que mi intuición me dijo, ya no recuerdo ni siquiera de las caras de las españolas).
Les estaban enseñando expresiones en español y yo, para romper la soledad de la noche cracoviana, decidí meterme en lo que no me llaman, con el único pretexto de que yo también hablaba español (mira que no me gustan los que se meten en lo que no le llaman. Esto en España no lo hago... creo).
No recuerdo cómo se desenvolvieron mis habilidades sociales, pero sí que recuerdo estar hablando con una de esas chicas polacas en la barra.
No me enteraba de la mitad de las cosas, pues se empeñaba en hablar español y mis facultades no se encontraban en perfectas condiciones.
Sólo tengo unas pocas imágenes de ella en la memoria. Creo que estudiaba turismo y que había estado en Valencia... o ¿iba a estar?
Aquí es donde entra mi gilipollez en juego.
Algo debí de hacer bien, porque el local estaba apunto de cerrar y ella me preguntó si quería continuar la noche en su casa (esto lo dijo en inglés, por lo que no tengo claro si fue esto lo que dijo).
Contesté: "Why not?" cuando tenía que haber dicho: "Why? No".
Ella se fue a decirle algo a sus compañeras, las cuales habían engatusado a otros pringaos como yo. Sin embargo, les gané.
Después de que hablara con sus compañeras se fue al baño.
Yo también...también me fui.
No tengo explicación para lo que hice. Yo que sé. Me acojonaría, no tendría ganas, estaba cansado o que soy gilipollas.
Lo de irme sin decir nada es muy mío, pero coño eso ya era demasiado.
Mientras volvía al hotel me faltaron neuronas para ordenar todo lo que se me pasaba por la cabeza. "tío, tío, ¿qué coño haces?. ¿Y si vulevo? Pero cómo voy a volver, sin vergüenza. ¿Llevo la cartera y el móvil?"
En fin intento no pensar en ello. Estaba cansado en demasía, no se veía nada por la calle y aún el alcohol campaba a sus anchas por mi cuerpo.
Seguí el río como referencia y un enorme letrero luminoso, al otro lado del río, me dañó los ojos. "¿Ese cacho letrero es de mi hotel?".
Horas después me encontraba en mitad de ese infierno en mitad del bosque que debió ser Auschwitz.
No encontré ese golpe a mi conciencia que buscaba. Auschwitz es lo que crees que es. No te vas a librar del horror y el asco, pero no soy la persona idónea para que su historia me golpee.
Quizá se debía a lo noche anterior o a cualquier otro motivo (más banal que el recinto), pero esa olla en la que se cocinó el mayor horror y masacre no consiguió tocar mi conciencia.
La situación en la que me encontraba era propia de alguien que no es consciente del lugar y el momento en el que se encuentra.
Un vacío anestésico.
Sentado en un primitivo banco en medio del bosque, no podía alejar mi vista, que oscilaba entre el suelo y el horizonte, mientras pensaba: "No somos nadie".
Así estaba, viendo a personas que habían roto a llorar, mientras yo caminaba por toda esa dolorosa memoria y me fustigaba por los pensamientos imbéciles que me surgían:
"¿Estaría mal si me como el bocadillo? No veo que nadie coma ¿Se aguantan el hambre? Joder, cómo me lo voy a comer con esa llorando a cinco metros. ¿Me lo como o no me lo como?"
Con el tiempo, esta visita ganará importancia . Me pasó igual en Pompeya, donde no paré de pensar (estaba molido ese día también) "pufff que mierda... si no hay na... ¿y esto es famoso?"
Ahora lo recuerdo como uno de los sitios más flipantes en los que he estado: "Estaba super bien conservado. Una joya que no puedes perderte. Es como estar en una antigua ciudad romana..."
El viaje se acababa y el último día visité las minas del sal, en el pueblo de Wieliczka.
"Enormes", ese sería el adjetivo perfecto para definirlas. Un enorme entramado de galerías excavadas bajo el suelo, en la que los mineros habían creado multitud de estancias, capillas, estatuas... todas ellas realizadas en sal, a más de cien metros bajo tierra.
Una tormenta ,digna de una película de Tim Burton, hizo de despertador para avisarme de que mi estancia se terminaba.
La imagen del castillo sobre la colina, mientras el dragón metálico escupía un fuego apenas visible por la lluvia, se quedó enmarcada en mi retina.
Es suficiente por hoy, muchas gracias por haber llegado hasta aquí, espero que os animéis a viajar y compartir vuestras experiencias.