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martes, 21 de febrero de 2017
GÉMINIS
La mañana fría y húmeda. El cielo cielo gris y ,el mar, un reflejo de este.
La vio por vez primera una mañana del mes de Abril. Desde el mar turbio y rizado divisaba el aura de vaho que rodeaba la cara dulce, de forma pura y bella, de una joven.
Las rojizas mejillas, calientes y redondas, contrastaban con la niebla baja que ocultaba el tono amarillo sucio de la arena y parecían emitir humo, el vaho que producía su actividad más física.
Como sus compañeras, vestía camiseta blanca y pantalones cortos azul marino que poco se distinguían del negro más profundo. Estos permitían apreciar las formas de sus piernas, en las que su feminidad se hacía patente y la naturaleza de su género se mostraba en su forma más obvia.
Realizaba una serie de ejercicios matutinos guiados por la figura, pequela y arrugada como pasa, de una maestra de escuela como las que ya no se ven.
Su candor ensimismó al joven que se distrajo tanto de su trabajo que estuvo a punto de caer del pesquero al mar, cuando un abrazo de este golpeó el casco izquierdo de la nave.
Él no había pasado desapercibido para ella. La imagen masculina de la juventud llamaba a sus instintos más primarios. El cuerpo, formado por el trabajo físico que conlleva la pesca apelaba a deseos que de forma humana se revelaban como físicos, en la realidad que es la imaginación.
Ella no vio un aura de vaho en torno al chico, sino el golpe de las saladas gotas sobre las mejillas curtidas de un joven bello.
Desde entonces, las miradas en la playa se convirtieron en rutina. Dulce y amarga. Real e imaginaria. Felicidad y frustración, que se sucedían en un bucle con caducidad por definir.
A estas se les sumaron las miradas en el templo, perfumadas por las varas de incienso, cuyo humo se perdía en el aire como las ilusiones de los jóvenes. Fallidos intentos por escuchar de esos labios, perdidos en fantasías, palabras que apelaran al otro.
Al eterno gusto por lo romántico, por la extraña satisfacción de la pasión, en su forma etimológica de sufrimiento, se le añadía el peso del destino que a todas las almas rige.
El sino de un pescador sin promesas de mejora. La hija de prósperos comerciantes ansiosos por entroncarse en la nobleza, dulce, bella, callada y sensible.
Dos imanes del mismo polo, predestinados a un futuro separados.
Coinciden en el mar. Él en el pesquero y ella apunto de romper a sudar sobre la compacta arena. Un lugar donde las corrientes no permitían la unión de sus cuerpos. Miradas mutuas colmadas de agonía. La naturaleza del mar dispuesta a impedir la naturaleza del deseo humano, primario, puro y desconocido.
Por mucho que el instinto les guiara a nadar el uno hacia el otro, la implacable mar impedía el roce de sus pieles.
Él soñaba con subir las escaleras que ascendían a la habitación desde la que ella divisaba el farol rojo de la embarcación, que guiaba sus ojos y deseos. Ella soñaba nadar hacia esta, pero la distancia no disminuía; los escalones nunca se acababan . El esfuerzo descomunal se rendía ante la imposibilidad ofrecida por un entorno dispuesto a controlar el destino de esos que sueñan ser amantes.
Mirando a la mar y sólo así, coincidían en el reflejo de una bóveda celeste que les inmortalizaría más allá de lo terrenal
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Excitante.
ResponderEliminarGracias por leerla.
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