De repente sentí una verdadera sensación de responsabilidad. La ansiedad naciente de aquellas tareas y obligaciones me dejaron con la vista baja, intentado que el gris suelo de cemento me diera alguna explicación a lo que estaba pasando.
¿Sabéis? No era una respuesta difícil: "Me he convertido en adulto, y no me he dado cuenta".
Hay algo que aquellos héroes a los que admiramos, y que tan invencibles se muestran en las historias y leyendas que devoramos con el corazón gritándonos de la ganas que supondría ser como ellos, que ni ellos mismos son capaces de afrontar: El paso del tiempo. Y eso es de lo que escribo, eso que tanta inseguridad me da; a pesar de ser lo más seguro que hay en esta vida: el inexorable paso constante del tiempo. Aquel que nunca más volverá.
Todos los héroes tienen en común el hecho de "hacer cosas" , y estas son de lo más diferentes, como los que salvan Gotham de la corrupción y el crimen; como las que defendieron el voto femenino encadenadas a las puertas de ayuntamientos; o como los que simplemente soñaron con un futuro mejor paras sus hijos.y lucharon para conseguirlo.
Por muy heroicos que sean Batman y Robin, las sufragistas del XIX y miles de héroes anónimos aplastados por las leyes de su tiempo, hay algo que van a compartir con el resto de los mortales (además de la mortalidad), esto es la imposibilidad de escapar al avance del tiempo.
Y me he dado cuenta de lo fácil que era todo antes. Si es que hasta "ayer" no tenía responsabilidades. ¿Pero cómo ha podido pasar este tiempo tan rápido? Un año puede ser mucho, o un simple parpadeo.
Dios mío si aún recuerdo cuando mi abuela me recogía a la salida del inglés, para darme después un Nesquik muy cargado y caliente, de esos oscuros, que humean tanto que hasta te empañan las gafas, mientras veía alguna de esas series de las que no querías perderte ni un solo capítulo, aunque todos tuvieran la misma estructura una y otra vez.
Las noches en las que te acostabas excitado, pensando en qué ibas a jugar al día siguiente, en la excursión de la semana que viene; y en lo que te ibas a pedir para los Reyes Magos, para quedarte dormido sin darte, sin esfuerzo, abriendo los ojos con la luz del sol y el olor a churros recién hechos para despertarte
Te despiertas al día siguiente, y la excitación se ha convertido en un estrés que deriva en noches demasiado largas, que como una pescadilla que se muerde la cola te introducen en un círculo de tristeza y desesperación.
Ahora que lo pienso, aunque en aquellos años no me lo parecía, la vida era como en aquella canción mil veces versionada: "Summertime", cuando la vida es fácil. No me lo parecía porque me preocupaba por cosas de la edad. Ya sabéis, esas preocupaciones, que ahora nos parecen simples nimiedades, pero que en aquellos años te daban más de un quebradero de cabeza y de dolor de tripa.
La comida, esa es otra, que maravillosa era. Comías bien, muy bien. No te importaba nada lo que comías mientras estuviese bueno. No sólo estaba buena, sino que era un nexo entre yo y el mundo, pues nunca comías solo, sino rodeado de seres a los que ya apenas ves, a los que solías llamar familia.
Ahora mastico aquello que he cogido rápido. Lo mastico de pie, y con la única compañía de la voz a la que no puedo poner cara, pues procede de una radio.
No me cabe la menor duda, de que espero a mamá para comer, a pesar de aquel tremendo apetito que me visita, que llega del trabajo después de que yo ya haya vivido una tarde en su mañana.
No puedo evitar pensar en este paso implacable, que como una prensa hidráulica compacta el tiempo de mi vida, y no sentir una especie de calambre por mi cara, para evitar mirar algo de forma fija. Esos momentos se nublan : "¿He vivido lo mejor que he sabido? ¿Sabiendo cómo estoy ahora no debería haber aprovechado mejor el tiempo?
Estos debates siempre los pierde mi autoestima, intenta contraatacar con las típicas justificaciones: "creía que lo hacía bien, que aprovechaba el tiempo". Pero siempre es noqueado con todos esos recuerdos de oportunidades desaprovechadas por un miedo inútil y tonto; por una vagancia impropia de mis ganas de vivir... Recuerdas a todas las chicas con las que podrías haber bailado, con todos los viajes que rechazaste, por las comidas a las que no fuiste por vagancia, por las veces con las que no estuviste con aquella persona a la que tanto querías y que ya no está, simplemente porque era tarde, hacía frío o no tenías ganas.
Es un golpe fuerte este. No me puedo imaginar a nadie que no se de cuenta de que se muere, de que mientras está leyendo esto, mirando las redes sociales, o viendo un reality, el tiempo pasa. Es duro pues también está pasando mientras duermes sobre el hombro de tu abuela; mientras acaricias la espalda de esa chica mientras susurras cosas anodinas y hueles suavemente la fragancia de su cuerpo. Momentos maravillosos, como las noches que compartes con ese amigo al que no le puedes pedir que se acuerde de tu cumpleaños, pero que te saca cuando más lo necesitas; o como cuando vas a ver una película con alguien y os pasáis el camino de vuelta hablando sin parar de la película, de que si ha sido tal o cual... Todos esos momentos en los que el tiempo parece pararse, como si vivieses en un eterno retorno digno de ser vivido, también se someten a la erosión del tiempo.
Ojalá hubiera una caja, un cofre en el que guardar estos momentos, para volver a ellos una y otra vez. Sería como tener la vida en un DVD, y reproducirlos una y otra vez.
Me detengo, pues pienso que de tanto revivir recuerdos no viviría el tiempo que me queda.
Creo que todos tenemos en mente eso de morir rodeado de nuestros seres queridos, ver la vida pasar delante de nuestros ojos y pensar: "ha sido una buena vida". Si no, es que algo estaremos haciendo mal. Pero nadie se satisface si piensa en el tiempo que pasa. Ya puedes hacerte mil y un viajes. Ya desayunes un croissant con mantequilla en un puente de París, comas frente al Coliseo, tomarte el café a los pies del Partenón y echarte la siesta en algún lugar de un desierto oriental, que el tiempo se te escapa de las manos, como la arena de ese desierto en tus manos.
Ser capaz de saborear cada momento, desde el más merecido de recuerdo, hasta el más anodino... "Feliz aquel que vive en el dorado presente", está escrito con letras doradas en la esfera del ayuntamiento de donde vivo, y que no puedo evitar leer cada vez que paso por aquella plaza fría, donde cada uno sigue su camino, sin cruzarte la mirada.
Y cada vez que lo leo me fustigo por no ser "el feliz que vive sus días en el dorado presente", pero a la vez me lleno de esperanza cada vez que lo leo; es una alegría tenue que te recuerda la edad que tienes y las posibilidades de que esa arena que discurre, lo haga de la manera menos dolorosa y sea digna de ser vivida.
Os dejo un enlace a un vídeo de lo que he escrito antes, lo de recordar toda tu vida y estar orgulloso:
HENRY THE VIII.
Para convivir con este enemigo insuperable hay una y mil formas, la más fácil y coherente es aceptar. Aceptar el desarrollo que supone en todos los ámbitos el paso del tiempo. Algunas cosas maduran y mejoran, otras se marchitan.
Saber que no podemos hacer sino vivir cada momento como si estuviésemos agarrando ese puñado de tiempo, de arena que se desliza por los resquicios que eres incapaz de tapar.
Es difícil esto de vivir en el presente, y eso que me he pasado toda mi infancia haciéndolo, viviendo sin cuestionarme nada de lo que hacía. Actuando sin pensar y sin preocuparme de nada.
Y es que los días como ya he dicho antes eran fáciles. Me viciaba a videojuegos desde que despertaba hasta que comía. Me zambullía en la playa sin necesidad de crema. Cogía la bici y recorría lugares de los que sólo había oído hablar, nos reíamos de las chicas y de sus "quebraderos de cabeza", dándome asco esos que aspiraban a ser mayores de lo que eran. Los que vivían sus días para aparentar algo que no son. Algo estúpido lo de aparentar ser mayor, pues es algo que vas a ser si o sí. Todo pasa y todo llega.
Ahora ansío volver a lo fácil, volver a las duchas sin afeitarse, volver a llegar a los sitios sin autobús, volver a disfrutar de los momentos más insignificantes y guardar los dignos en el cofre. No tener que pensar en el futuro, pues tu camino estaba marcado, tu destino era seguir esa senda que los de arriba nos marcan, y que tan asequible parece ahora. Ese camino tenía piedras y grava,sí; pero el camino que uno elige cuando se hace adulto es diferente. Tiene flores y momentos dignos de una foto con el corazón, pero también hay serpientes, cuestas hacia abajo, laberintos con espinas...
Es tu elección, eliges como seguir este camino, en el que no hay mapas ni atajos, pero siempre con el empuje del tiempo.
Dum loquimur, fugerit inuida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero. Horacio
Las noches en las que te acostabas excitado, pensando en qué ibas a jugar al día siguiente, en la excursión de la semana que viene; y en lo que te ibas a pedir para los Reyes Magos, para quedarte dormido sin darte, sin esfuerzo, abriendo los ojos con la luz del sol y el olor a churros recién hechos para despertarte
Te despiertas al día siguiente, y la excitación se ha convertido en un estrés que deriva en noches demasiado largas, que como una pescadilla que se muerde la cola te introducen en un círculo de tristeza y desesperación.
Ahora que lo pienso, aunque en aquellos años no me lo parecía, la vida era como en aquella canción mil veces versionada: "Summertime", cuando la vida es fácil. No me lo parecía porque me preocupaba por cosas de la edad. Ya sabéis, esas preocupaciones, que ahora nos parecen simples nimiedades, pero que en aquellos años te daban más de un quebradero de cabeza y de dolor de tripa.
La comida, esa es otra, que maravillosa era. Comías bien, muy bien. No te importaba nada lo que comías mientras estuviese bueno. No sólo estaba buena, sino que era un nexo entre yo y el mundo, pues nunca comías solo, sino rodeado de seres a los que ya apenas ves, a los que solías llamar familia.
Ahora mastico aquello que he cogido rápido. Lo mastico de pie, y con la única compañía de la voz a la que no puedo poner cara, pues procede de una radio.
No me cabe la menor duda, de que espero a mamá para comer, a pesar de aquel tremendo apetito que me visita, que llega del trabajo después de que yo ya haya vivido una tarde en su mañana.
No puedo evitar pensar en este paso implacable, que como una prensa hidráulica compacta el tiempo de mi vida, y no sentir una especie de calambre por mi cara, para evitar mirar algo de forma fija. Esos momentos se nublan : "¿He vivido lo mejor que he sabido? ¿Sabiendo cómo estoy ahora no debería haber aprovechado mejor el tiempo?
Estos debates siempre los pierde mi autoestima, intenta contraatacar con las típicas justificaciones: "creía que lo hacía bien, que aprovechaba el tiempo". Pero siempre es noqueado con todos esos recuerdos de oportunidades desaprovechadas por un miedo inútil y tonto; por una vagancia impropia de mis ganas de vivir... Recuerdas a todas las chicas con las que podrías haber bailado, con todos los viajes que rechazaste, por las comidas a las que no fuiste por vagancia, por las veces con las que no estuviste con aquella persona a la que tanto querías y que ya no está, simplemente porque era tarde, hacía frío o no tenías ganas.
Es un golpe fuerte este. No me puedo imaginar a nadie que no se de cuenta de que se muere, de que mientras está leyendo esto, mirando las redes sociales, o viendo un reality, el tiempo pasa. Es duro pues también está pasando mientras duermes sobre el hombro de tu abuela; mientras acaricias la espalda de esa chica mientras susurras cosas anodinas y hueles suavemente la fragancia de su cuerpo. Momentos maravillosos, como las noches que compartes con ese amigo al que no le puedes pedir que se acuerde de tu cumpleaños, pero que te saca cuando más lo necesitas; o como cuando vas a ver una película con alguien y os pasáis el camino de vuelta hablando sin parar de la película, de que si ha sido tal o cual... Todos esos momentos en los que el tiempo parece pararse, como si vivieses en un eterno retorno digno de ser vivido, también se someten a la erosión del tiempo.
Ojalá hubiera una caja, un cofre en el que guardar estos momentos, para volver a ellos una y otra vez. Sería como tener la vida en un DVD, y reproducirlos una y otra vez.
Me detengo, pues pienso que de tanto revivir recuerdos no viviría el tiempo que me queda.
Creo que todos tenemos en mente eso de morir rodeado de nuestros seres queridos, ver la vida pasar delante de nuestros ojos y pensar: "ha sido una buena vida". Si no, es que algo estaremos haciendo mal. Pero nadie se satisface si piensa en el tiempo que pasa. Ya puedes hacerte mil y un viajes. Ya desayunes un croissant con mantequilla en un puente de París, comas frente al Coliseo, tomarte el café a los pies del Partenón y echarte la siesta en algún lugar de un desierto oriental, que el tiempo se te escapa de las manos, como la arena de ese desierto en tus manos.
Ser capaz de saborear cada momento, desde el más merecido de recuerdo, hasta el más anodino... "Feliz aquel que vive en el dorado presente", está escrito con letras doradas en la esfera del ayuntamiento de donde vivo, y que no puedo evitar leer cada vez que paso por aquella plaza fría, donde cada uno sigue su camino, sin cruzarte la mirada.
Y cada vez que lo leo me fustigo por no ser "el feliz que vive sus días en el dorado presente", pero a la vez me lleno de esperanza cada vez que lo leo; es una alegría tenue que te recuerda la edad que tienes y las posibilidades de que esa arena que discurre, lo haga de la manera menos dolorosa y sea digna de ser vivida.
Os dejo un enlace a un vídeo de lo que he escrito antes, lo de recordar toda tu vida y estar orgulloso:
HENRY THE VIII.
Para convivir con este enemigo insuperable hay una y mil formas, la más fácil y coherente es aceptar. Aceptar el desarrollo que supone en todos los ámbitos el paso del tiempo. Algunas cosas maduran y mejoran, otras se marchitan.
Saber que no podemos hacer sino vivir cada momento como si estuviésemos agarrando ese puñado de tiempo, de arena que se desliza por los resquicios que eres incapaz de tapar.
Es difícil esto de vivir en el presente, y eso que me he pasado toda mi infancia haciéndolo, viviendo sin cuestionarme nada de lo que hacía. Actuando sin pensar y sin preocuparme de nada.
Y es que los días como ya he dicho antes eran fáciles. Me viciaba a videojuegos desde que despertaba hasta que comía. Me zambullía en la playa sin necesidad de crema. Cogía la bici y recorría lugares de los que sólo había oído hablar, nos reíamos de las chicas y de sus "quebraderos de cabeza", dándome asco esos que aspiraban a ser mayores de lo que eran. Los que vivían sus días para aparentar algo que no son. Algo estúpido lo de aparentar ser mayor, pues es algo que vas a ser si o sí. Todo pasa y todo llega.
Ahora ansío volver a lo fácil, volver a las duchas sin afeitarse, volver a llegar a los sitios sin autobús, volver a disfrutar de los momentos más insignificantes y guardar los dignos en el cofre. No tener que pensar en el futuro, pues tu camino estaba marcado, tu destino era seguir esa senda que los de arriba nos marcan, y que tan asequible parece ahora. Ese camino tenía piedras y grava,sí; pero el camino que uno elige cuando se hace adulto es diferente. Tiene flores y momentos dignos de una foto con el corazón, pero también hay serpientes, cuestas hacia abajo, laberintos con espinas...
Es tu elección, eliges como seguir este camino, en el que no hay mapas ni atajos, pero siempre con el empuje del tiempo.
Dum loquimur, fugerit inuida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero. Horacio
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