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domingo, 30 de diciembre de 2018

Carta a una madre: Fin de año



Descanso. Miro al techo y enciendo el tabaco que difumina la vista con nubes azules. Pronto noto la miel y la vainilla y algo que recuerda a las almendras y las nueces horneadas. Llegas tarde. Despierto y los nervios me invitan a abrazarte.

Mi amigo llora. No sé por qué. No lo había visto nunca así, y nadie había alrededor. Acudí a él. Tenía lágrimas en los ojos, en las manos y en el pantalón marino, ahora negro. Puse mis manos en él. Le digo que no llore. Que sufra dentro pero que no llore.  Que si continuaba lloraría yo y sufriría. Éramos niños y lloramos.

Crecimos y me vió llorar en una cama a kilómetros de ti. Leyó chistes. Llamó a la chica por su nombre y me concedió lo impensable. Fue valiente. Me pregunto que será de él. Lo podría saber, pero mi ego acabó con él. No me pregunto sobre la chica. Me da igual. Se acabó sin empezar.

No te enteras de nada, pero sonríes. No te veo. No dejan entrar a nadie. Cuando sales te espera la vida. Los amigos y familiares abarrotaron la sala. Llegué después. Tenía 18 años. Recuerdo a una chica preciosa, mi novia y mis amigos y eran pocos, pero me enamoré de ellos y fuimos modelos, y  fui feliz. Lo supe ahora y lo supe entonces. Confieso tu estado y salgo de la casa de la chica a la que el año siguiente traeré a la mía. No la amaba entonces, y podría amarla ahora. Mi egocentrismo acabó con lo que ahora deseo, Ella. Y podría amarla ahora, pero es tarde.


Llegaste y nos abristes la piscina. La chica estaba roja de vergüenza. Nunca preguntaste por ella. Meses atrás te dije que había tenido una cita. Era ella, y fue horrible. Mis ojos hicieron agujeros al suelo, la boca se me cerró y la timidez casi aborta nuestros besos, que eran sinceros. Deliciosos. Pero mi ego los ahogó. Antes me viste llorar. Tenía 17 y el cabello embadurnado en sudor de verano. Un mensaje como despedida. No lo entendí. Pero no fue entonces cuando todo acabó. Fui yo quien cerró la historia. Una vez más.

Me chupo el dedo. Acaricio tu pelo y lo enrollo en mi índice. Doy tirones. Algunos son tan fuertes que me golpeas y tengo que parar, y no lo entiendo. Cuánto más enrollaba más dolor te producía. No estaba preparado para algo tan simple. La cena es basura. Viene envuelta en plástico y se calienta rápido. Te dejaste. No me dí cuenta entonces. Sólo cuando era visible y estaba gordo y sólo, y no te veía. No era nadie entonces. Como ahora. Pero duele cuando lo sabes, y era feliz en la ignorancia, aunque tú lo sabías. Y eras feliz sin serlo.
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Vuelvo al hospital. Tengo 15 años y hace frío, la noche cae rápida y estás pálida. No tengo miedo. Sé que aún es pronto y la medicina fuerte; tanto como para dejarte blanca. Te observo desde el pasillo. No era justo. No a ti.

Salgo de la piscina. Estoy gordo y ése cruel me tira de la tripa, blanda y sin vello. Se arrepiente. Tengo Dios sabe cuánta edad y aún no sé cómo se engendra un hijo. No estabas allí. Pero estabas donde tenías que estar. No sé dónde era, pero no era allí, conmigo. Eso terminó cuando esa vieja mujer nos dejó. Yo la amaba, y ella a ti, y la lloré camino a de unos labios a los que no hice justicia. Tenía 19 años. Todo fue más difícil.

La bola de nieve golpea mi cara. Mis ojos enrojecen. Caigo al suelo y apunto hacia mi tía. La quiero aún cuando dispara y acierta, y lo hace siempre. La enseñas a conducir y ella a tí. El coche no arranca, lo aboyamos y nos quedamos encajados en la maldita columna. Tuve que alejarme. Recé en silencio, como siempre. Salimos airosos y el novio de la tía nos tranquiliza. Años más tarde soy yo el que destroza el retrovisor, pero tú no necesitas rezar para eso, y la tía está casada con otro hombre. Es madre.



Tengo 22 años. Es Navidad de mi vida. Como contigo, después veo a mis amigos. Sigo enamorado. No saben que una vez estuve gordo, que comí en Asia, que tocaba el piano y que de chico le hice un chichón aún niño con una marioneta, como tampoco saben que a veces escribo párrafos. Pocos buenos,  muchos horribles. Las historias sin terminar se amontonan. Los párrafos carecen de sentido:

"La noche cayó y retomaron el plan y la misma conversación sobre lady Amanda y volvieron a brindar. El alcohol aflojó sus lenguas. Compitieron por ver quién era el más varonil de lo cuatro, el más valiente y el que más mujeres había conquistado. Bernard afirmó haber sido muy activo en su juventud. Ninguno le creyó. Las historias de Francis les mantenían en tensión y se olvidaban de beber hasta que alguno opinaba que era imposible matar a dos hombres de un disparo y hacer hablar a un loro de verdes plumajes. Descorcharon otra botella. Ronald relató cómo había conquistado a su mujer.  su "gran hazaña", la llamaba. Resultó ser un cortejo constante y excesivo y la mujer acabó por casarse para dejar de aguantar sus conversaciones y sus continuas visitas a la casa de sus padre. Volvieron a brindar. Pearson sólo hablaba. Le obligaron a hablar sobre las mujeres de su vida. Dijo que estaba casado con la armada. No le creyeron. La señora Smith entró en la habitación y se horrorizó al verlos borrachos y hablar sin sentido. Mientras salían de la fragua acabaron una botella. Era la tercera y brindaron por ello. Incluso Pearson habló antes de pisar la calle.


Te lees mis mierdas. Así es como las llamo, porque son mierdas y son mías. Dices que soy duro conmigo mismo, que me trato mal. Pero si sólo lo fuese conmigo no escribiría esto, porque no me haría falta escribir que te quiero. Antes escribía peor. Frases largas. Puntos y comas. Ahora escribo mucho y, y dicen que esta mal, y me da igual, porque me encanta. Y te quiero.




Estuvimos en Trevélez. Me desgarré la espalda. Estuvimos en Barcelona y en Santander y allí mi ego volvió a matar, y volví a arrepentirme. Pero fuimos felices a pesar de los disparos de lengua. Nos bañamos en el Cantábrico y en las aguas de Sintra. En Colonia las vidrieras cambiaron el color de nuestros ojos y en Bruselas paraste un tren. Eras fuerte. Eres. Burlaste a la muerte. Dijiste que la anestesia era deliciosa y despertaste más guapa que nunca, y a veces se me olvida que siempre lo fuiste. No quieres admitirlo.

Duermes. Traigo una chica a casa. Ansío repetir lo vivido y casi lo consigo. Es hermosa. Me da la espalda. Está desnuda, delgada y tendrá frío. Debí haberla abrazado y querido. No debía terminar ahí, pero tú ni siquiera te enteraste, y cuando desperté tenía ojeras y la mente en un cuerpo que no supe honrar y que nunca más volvería a besar. Han pasado cuatro años y aún no soy capaz de preguntar si hice bien. Pero No hace falta preguntarlo. Sé la respuesta.

Cuanto más crezco más irascible. Admiro tu calma, tu tranquilidad, tu paciencia, y te pregunto cómo lo haces. No puedes decirlo. No sabes cómo. Ojalá hubiese salido a ti. Tendría labios de oro, porque no te hace santo lo que te metes en la boca sino lo que sale de tu corazón, y sólo sale amor puro.  Noto dolor en la vejiga, después en mis partes. No aguanto más la exposición del alicatado nazarí. Geometría bella. El dolor es grande. Irene me espera en casa. Acudimos al hospital y me desnudo. Acudimos a la clínica y me desnudo. Pasan los meses y me desnudo de nuevo. Me meto en el tubo y en el tubo me desnudo, y allí estás tú y esperas con paciencia. Uretes pequeños. Pero estás tú.

Tu cara es bella. Llevas gafas. Sin gafas también lo es, pero las llevas. Siempre lo has hecho. Tu cara lleva gafas. Te dibujo mal, pero llevas gafas y gano un premio por ti y tus gafas. Tengo seis años y la pizarra no es la misma. Las letras caen. Debo acercarme para copiar las sumas y en  Zacatín me compras unas porque allí trabajaba un familiar, y aún guardo vergüenza de mi cara con gafas, porque antes no lo era y ahora sí. Tengo 16 años y me las quito. Tengo 21 y me compras otras, y mi cara es como la tuya, bella, y llevamos gafas. Me gusta.



Viajo con los abuelos a la playa, traemos un televisor antiguo, pequeño, de los de tubo y sin mando a distancia, con botones para cambiar de canal, subir el volumen, encender o apagar. Vemos un programa. Uno de esos horribles para viejos y niños. Tú no estás. Estás en tierra de milagros. En Santiago, Rocamador y Sofía, o puede que eso fuese antes, y me lo cuentas. Apreto la oreja a un móvil gordo, pesado, de los que aguantaban golpes y la batería duraba días. Tu voz es hermosa. El me dice que te diga que te quiere, y lo hago y él ahora ya no está. Pero hubo un tiempo en que estuvo y te quiso. Le añoro. Le recuerdas, pero el a ti no. Pero le recordamos y es hermoso. Tu padre.


Eres una niña con trenzas. Tenías una casa en África cerca de la costa y la vida era un dibujo de esbozos sabrosos. No existo y los días son simples. La comida barata, las misas largas, los parques repletos de niños y las calles de uniformes. La tienda de chuches a la izquierda, el cine a la derecha y el campo de fútbol con partidos de tercera. Es bonito. Eso dices. Era. Tengo 13 años, es feo y no hay cine y los parques están abandonados , cercados por excrementos y colillas chupadas. Pero te creo. Era bonito y tenías una casa en África.

Las horas se consumen como el tabaco. La vida son hojas en la cazoleta, y se consume rápido si aspiras con fuerza. Quema la garganta. Hace daño y da asco. Tienes que toser y los días son agrios. Tú consumes las hojas con lentitud; saboreas el humo de la vida y lo exhalas por la nariz, y te sabe bien. Tienes paciencia.Te envidio por ello. Y por las mil cosas comunes que te hacen extraordinaria. Levantarte, ir al trabajo, comprar, la vida consumida en lo corriente, que es para mí insoportable. Pero es maravilloso. Tienes el coraje de ser normal y ser feliz a pesar de ello. Eso te hace extraordinaria. Más que esa amiga mía única en su especie, capaz de ser la protagonista de páginas que no logro escribir con mi vida. A mí no me vale. No tengo ese don. Escribo y borro y fumo y escribo y leo, y pienso que nada de lo que escriba será bueno. Quizá escribir ya me haga único. Pero la única extraordinaria eres tú. Normal y única, a la vez.



Las luces entrecortadas ciegan los cuerpos cansados. Pedimos unas cervezas. La pista se llena. Fingimos bailar. Me dice que tengo talento. Pero ya no sirve de nada el talento, y sí el dinero, que nos falta a los dos. La publicidad, me dice, la publicidad te da el público, y el público la fama, el prestigio y la sensación de haber creado algo bueno. Algo que merezca ser leído. En su caso escuchado. Tiene razón. Pero sufre igual y  es mayor que yo y aún se empeña en crear algo bueno. Se frustra. Como yo. A él tampoco le sirve la popularidad ciega, y me entristezco. Miro a un lado. Un amigo besa a su chica. Alejados en medio del ruido crean algo que merece la pena ser vivido. Él será grande. Ella ya lo és, y se quieren, mamá. Y se querrán.

Me graduo. Llevas un bolso que oculta unos tubos. Estás hermosa. Me vuelvo a graduar y vuelves a estar hermosa. Cuatro años después repetimos. Estás hermosa. La abuela también. No se entera de nada, pero es feliz. Ve cómo su nieto se saca la carrera. Cree que es para trabajar en la tele, delante o detrás. Dios se lo vuelve a conceder y es bueno con ella. Y eso que ha sufrido. Conoce el dolor de perder a una hija, y comió tierra y golpes de su padre. Conoció el dolor del alcoholismo, el alzheimer y sus piernas estallan cada día. Sonríe. Siempre. Le pide a dios un nuevo milagro. Que su niño se coloque. Espero que no sepa el doble significado. Pero yo también lo espero, aunque no dependa de Dios, que es bueno con ella, y ha sufrido.

El humo es blanco y más sabroso. En mi ojos la imagen de personas, amables todas. Camino sólo y mi cabeza juega con mi ego. Ojalá hubiese sido más amable con esa persona, con esa otra. Con todos. Tu eres amable. No debe ser tan difícil. Pero recuerdo que eres normal y extraoridinaria. Para tí lo difícil es fácil. Siempre has sido amable. Yo no y me arrepiento. Porque quiero serlo. Serlo con quien te hizo sonreír cuando ya no lo hacías; nadie lo supo pero yo era chico y estabas sólo. Los niños no saben lo que es el amor. Pasaron los años. Demasiados. Ya no lo estás y doy gracias. Sé que si no estás conmigo estás en buenas manos, más amables que las mías. Pacté con la tía. Nos levantaríamos al alba y acudiríamos al hospital. Lo hicimos. Pero alguien se había adelantado y te había traído flores, mejores que la compañía de un chico soñoliento. Ahora me alegro.



Viajamos al norte, al fin del mundo. Tu en Castilla y yo con mis amigos. Brindamos por el viaje, comimos y brindamos por la comida para después volver a brindar. Nos emborrachamos y al día siguiente lo volvimos a hacer y repetimos después, porque vimos cosas hermosas y porque estábamos enamorados; y tuvimos que volver a brindar. Hacía calor. El fin del mundo ardía y los oídos no entendían esa lengua, que es la misma que la nuestra, pero hacía calor. Nuestro sudor se mezclaba. Sudamos las rías, la carne, la cerveza y las aguas frías. Me pregunto qué se suda en Castilla. Veo las fotos que mandas. Sé que has sudado mucho y bien, y me alegro de tu sudor, que es claro, dulce y huele a felicidad..

Vemos los fuegos en playas de piedra. Aguas sucias y medusas.  Atenas da paso a  Pekín, y a Londres ya no le hacemos caso, y menos a Río, que allí es de noche cuando aquí es de día, y la abuela se empieza a dormir a cualquier hora. Está mayor, que no vieja. Hacemos caso al mar que siempre ha estado allí, y creo que frente a él se escribe mejor. Es mentira. Pero la idea es cierta. Tan cierta que cuando te bañas estás hermosa. Igual que en África. Tanto o más que en tus confesiones. Hermosos retazos de tu vida. Los guardas y no los sueltas. Sólo a base de pasos caen los recuerdos que yo tanto cuido. Clases en innumerables colegios. Timidez y lenguas varias. Incluso en Catalán, que lo hablabas mejor que los catalanes, o eso dice la abuela, y por eso sé que es mentira. Pero eres tú y me lo creo.

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Miércoles santo, la virgen se encierra. Llueve y nazco. Esfuerzo que merece la pena. No para ver mi cara arrugada. Un chino dice la tía, un ser monstruoso digo yo. Sino por ver la tuya. La fatiga más bella. Roja. Sudada. Hermosa. Tengo unas minutos y ya the he dado la noche. Vendrían más. Cientos. No te quejas. Y es que sabes que soy inquieto, pero cuando duermo no me muevo. Tu duermes como un ángel. Sueño profundo y sereno, que no heredo, y envidio tu respiración, que es profunda y lenta, como las buenas noches.

Ansiedad. Es un salto al vacío en el que nunca tocas el suelo. Otro ángel me rescata. No te alarmo. Estás en la cima de España y allí las noches son hermosas. Me describes las estrellas como islas en el mar oscuro. No te alarmo. El trópico es cálido y Granada seca. Mereces el descanso. No te alarmo. Pienso en ti. Eres feliz. Me hago fuerte.

Atisbo el precipicio del año. Tengo fe y pasaré sin mirar abajo, donde espera mi amigo el miedo, que es cruel y poderoso. Pero estás a mi lado. Miro atrás. El camino es corto, pero de baldosas amarillas. Te invito a que gires la cabeza. Debe ser largo, sinuoso y hermoso a la vez. Como tú, madre.


Feliz año, mamá.

Ángel Cuesta